La puerta de los tres cerrojos
Los humanos están preparados para conocer nuestro mundo cuántico. Ahora viven con la idea de que el universo es sólo una inmensa máquina. Piensan que solo son una pieza insignificante y que, hagan lo que hagan, no cambiarán nada del mundo que les rodea. Si siguen pensando así, sus vidas serán cada vez más grises. Los niños sacrifican sus sueños llenos de magia y de color por hacer aquello que los adultos denominan “madurar”. De esta forma se separan, cada día más, los unos de los otros. No son conscientes de que todos están entrelazados, que destruir el mundo donde viven les hace más daño de lo que imaginan… Piensan que viven en un universo sin alma [...]
Ahora [un humano] comprende que el universo está lleno de posibilidades que existen al mismo tiempo: los gatos pueden estar vivos o muertos, o se pueden seguir tres caminos simultaneamente. Son nuestras decisiones las que han permitido que estemos aquí, sanos y salvos. Nuestras elecciones definen lo que somos, y no las circunstancias que vivimos, o nuestras habilidades.
(Quiona, hada cuántica, personaje de “La puerta de los tres cerrojos”)
El destino ¿al descubierto?
Este breve e impresionante discurso de uno de los personajes del libro La puerta de los tres cerrojos, resume de fábula el misterio cuántico y sus transcendentes implicaciones. Nuestro destino nos pertenece mucho más de lo que pensamos. Basta ya de excusas en relación a las circunstancias que nos rodean. Basta ya de pensar que el universo conspira en nuestra contra.
Somos nosotros los que, a través de nuestras elecciones, cambiamos las circunstancias que nos rodean. Nosotros cambiamos el destino del universo, no somos un engranaje pasivo dentro de él. Y la física cuántica, una parte de la ciencia que se caracteriza por estar a favor del sentido menos común, parece corroborarlo.
Un relato de fantasía ¿y científico?
Esta narración, que aúna fantasía y divulgación científica, está dirigido al niño que todos llevamos (o deberíamos llevar) dentro y es una pequeña muestra de que la ciencia, cuando se explica de forma clara y amena, puede ser realmente transgresora.
Y en ello tiene gran parte de culpa su autora, Sònia Fernández-Vidal, una Doctora en física cuántica de origen catalán, que ha decidido explotar sus extraordinarias cualidades como pedagoga para crear un relato imaginativo, a la vez que remarcable por su capacidad de hacernos entender algunos de los misteriosos enigmas de la física en general (y de la física cuántica en particular) con ejemplos al alcance de todos.
Otra vez la intuición (¡¿)y el enigma cuántico(!?)
La mayoría de los más intrigantes enigmas (entrelazamiento, principio de incertidumbre de Heisenberg, principio de superposición, dualidad onda/partícula, teleportación, la paradoja del gato de Schrodinger) expuestos en este libro no son nuevos para mí. Hace algún tiempo que les sigo la pista porque cierta intuición los atrae a mi vida. La misma intuición que me ha hecho dirigirme a la tienda en busca de este libro, después de seguirle arduamente la pista.
De hecho, la decisión definitiva (siempre hay una decisión definitiva consecuencia de otras imaginadas previamente…) la tomé después de encontrar a la autora en un programa de la televisión catalana (Singulars) mientras casualmente hacia zapping. Después de escuchar atentamente sus explicaciones, me di cuenta de que allí habían demasiadas casualidades con los últimos descubrimientos y sucesos de mi intuitiva búsqueda. Pero la última pregunta de la entrevista, con su respuesta, fue la que me dejó más intrigado.
Allí se preguntaba si el observador del experimento de la doble rendija, por el hecho de observar el experimento (además de, tal como ocurre en la realidad, colapsar una superposición de estados probables en uno definitivo: ninguna de las dos rendijas, rendija de la izquierda, rendija de la derecha o las dos a la vez) puede determinar la elección de uno de los estados. La respuesta por parte de la autora fue que no… que la consciencia del observador no puede decidir por que rendija pasa la partícula (o, por simplificar con el experimento mental de Schrodinger, si el gato está vivo o muerto) pero mi intuición, pertinaz, me dice que podría ser que sí.
Quizás en esta ultima respuesta se encuentre la clave más misteriosa, aun por descubrir, de la física cuántica. No olvidemos que algunos de los últimos descubrimientos sobre el cerebro apuntan a que la conectividad de las neuronas, su entramado, puede basarse en mecanismos cuánticos. Y ya sabemos, a ciencia cierta, cuales son los efectos del enmarañamiento cuántico. Como decía San Juan de la Cruz: para ir a donde no se sabe, hace falta ir por donde no se sabe.
Sònia Fernández-Vidal: pura luz