La puerta se cerró y dentro de aquella habitación se hizo el silencio.
Faltaban unos minutos para que yo, en versión princesa, recorriera uno de los paseos más esperados y a la vez más temidos. Merecería la pena, seguro, pero no era fácil. Durante los meses de preparativos había imaginado este momento muchas veces e incluso había llegado a odiarlo por aquello de estar ligado a la búsqueda del padrino, a su ausencia, pero había llegado.
Un silencio enorme de cuatro personas roto sólo de vez en cuando por mis advertencias a mi niña de los anillos sobre que hacer la croqueta en el suelo vestida de blanco no era buena idea.
Unos minutos antes de que aquella puerta se cerrara, el padrino, mi tío Antonio me había visto por primera cuando entró en aquella habitación y sonrió. Mentiría si os dijera que me acuerdo exactamente de su cara cuando lo hizo pero allí estaba Nuria para captar ese preciso momento, esa sonrisa nerviosa…
El silencio continuo hasta que la música empezó a sonar, me cogí fuerte de su brazo y comenzamos el camino. Yo sonreía, saludaba, le daba el ramo y me subía la falda para subir los escalones con decisión y hasta le preguntaba por Lety, una de mis amigas pero desconocida para un tío de la novia que vive a 700 km.
Él miraba al frente sin apenas girarse, iba serio, lleno de orgullo pero serio y en silencio me acompañó hasta que llegado al final, sin mirarlo ni darle un beso, le solté al llegar al destino. Y él sonreía.
Me cuentan que durante la ceremonia, mi abuela lloraba y mi tío, cerca de mía, continuaba serio, tan serio, tan concentrado que me di cuenta y en el cóctel, con un vaso de agua fresquita por el medio me acerqué a mi madre y le dije: “ Mi tío Antonio no me ha hablado casi, está muy serio, ¿qué le pasa?”. –“¿Qué le va a pasar Tania?.Para él tampoco es fácil…”
Y no hizo falta más. Yo me había olvidado de todo lo que había maldecido ese momento con anterioridad en ese instante en que me puse el vestido blanco y se fueron todos los nervios de los meses previos mientras me entraba un chute de energía, de alegría y de felicidad que duro toda la boda pero mi tío Antonio no había recibido ese chute. Yo llevaba meses diciendo que el momento de cogerse del brazo de alguien que no fuera él iba a ser muy duro para mí sin pensar en lo duro que podía llegar a ser para el hermano de mi padre, darme su brazo y “ocupar” su lugar. Era un momento especial, él está (estoy segura) lleno de orgullo al llevarme del brazo pero en el fondo, como a mí, él también le encantaría que ese brazo fuera el de mi padre, el de su hermano mayor.
Nunca le dí las gracias. Gracias por haber compartido conmigo ese momento, por haberse ofrecido, por acompañarme, por dejarme su brazo y su seriedad, esa que sólo acostumbra a sacar en los momentos duros.
Él me había pedido no bailar conmigo. Yo se lo había concedido.
Mi padrino fue el mejor padrino que podría haber tenido y yo no le he dado ni las gracias. No fue un padrino de los que disfrutan en la mesa presidencial y a los que los invitados jalean con ¡viva el padrino! Yo, en mis meses previos había pedido a mis amigos que evitarán ese viva, que quizás rompiera a llorar (…y luego resulta que ni una lágrima en las 24 horas…) y había decidido dejar que mi tío disfrutase del banquete rodeado de sus hermanos y con su mujer mientras que mi abuela, su madre, ocupaba orgullosa su silla en la mesa presidencial.
Minutos después de entrar en el salón del banquete, mi padrino y yo nos reíamos juntos. Hacíamos mucho más que reírnos, nos descojonábamos literalmente después de uno de los momentazos de la boda, nos reíamos de nosotros mismos, y allí, en mitad de aquel Balcón del Sueve rodeados de gente nosotros sólo escuchábamos nuestras carcajadas, carcajadas de esas que te dejan sin respiración y hacen que llores de la risa…
Y aquel fue nuestro momento, fue el momento padrino-novia sin ninguna duda porque reírnos es una de las mejores cosas de la vida, porque con mi Tío Antonio me he reído como nunca en mi vida, porque con mi padre me he reído a lo grande… porque no hay mejor forma de dar las gracias que con sonrisas y risas y tampoco hay otra forma de que los silencios desaparezcan que con una carcajada de esas que se contagian, que llenan todo el espacio, que se recuerdan….