Originalmente publicado en Instituto de Seguridad Global.
La pugna entre la doble «s» –seguridad y solidaridad– tiene un largo recorrido, pero no una clara y unívoca solución. Cada uno de estos valores posee unas características diferentes que lo hacen único, opuesto y hasta incompatible con el otro. La decisión fundamental es qué valor elige uno mismo.
Dos mil quince está siendo un año marcado por esta lucha. Y no sólo este año, sino también el lustro y pico precedente, el que recordaremos por ser fruto del derrumbamiento del espejismo financiero de Wall Street. Los trágicos asesinatos del mar Mediterráneo y los desgarros dérmicos en las vallas del sur de Europa, sumados al impacto mediático de algunas imágenes desgarradoras, han hecho que en este año la problemática de la búsqueda de asilo y de la inmigración económica entren en la agenda mediática.
Así, inevitablemente el debate entre el nosotros y el ellos se acentúa; la pugna entre seguridad (propia) y solidaridad (con terceros), adquiere plena vigencia mediática: ¿qué ha de prevalecer, el bien, la seguridad de los nuestros, o la solidaridad para conlos otros? La tesis que yo defiendo es que indudablemente debe imponerse lo segundo. Pero, ¿por qué? –te preguntarás.
Por un lado, es interesante resaltar que, desde el punto de vista comparativo, un país como España no tiene actualmente incentivos para ofrecerse a este tipo de prácticas solidarias y éticamente positivas. Son varios los países con los que ésta comparte proyecto europeo que están caminando en un sentido opuesto. La ¿Gran? Bretaña, por ejemplo, junto con Hungría y países que han sorprendido en este sentido como Dinamarca, son algunos de los ejemplos de países que más negativamente han reaccionado ante la idea de la invasión extranjera. Esta situación, recuerda a esa obra de Delanty titulada Idea of Europe donde explicaba cómo el proceso de construcción de la idea de Europa había tenido lugar de manera progresiva y frente a la otredad (llámense bárbaros o árabes dependiendo el momento histórico).
Desde Europa se ha retomado la dialéctica tú-yo, invasor-invadido. Como si la permanente guerra por la supervivencia fuese una guerra contra alguien. En este contexto ¿por qué no empezar por ayudar a los nacionales? –se quejan algunos. Yo respondo: porque priorizar –en términos de existencia física– al propio frente al ajeno, pese a ser comprensible, es éticamente reprobable. ¿Por qué? Sencillo: porque hacerlo implica partir de una posición de enfrentamiento global. No importa si tu ideal es la no existencia de barreras; tampoco importa con cuántas ONGs colabores o cuantos SMS solidarios envíes. Si tu posición es contraria a la natural y completa convivencia global, estás destruyendo ese ideal con tus palabras. No hay un nosotros y un ellos, y, posiblemente, no debiera haber –ni siquiera– un tú y un yo en términos de solidaridad y de proyecto común. El rechazo a la otredad es un mecanismo milenario de defensa del propio statu quo, no una realidad inalterable.
¿Cómo ayudar a otros viendo pobreza en los nuestros? Para empezar, dejando de ver un nuestro y un suyo. Pero, por si esta respuesta no resultara convincente, continúo: empezando por ser conscientes de que la solidaridad es multinivel y no excluyente. La clave se encuentra en conocer la justa medida de las cosas y, en este caso, de las transferencias de solidaridad; su direccionalidad; y justificación.
Y yo me pregunto: ¿acaso es más justo ayudar al que tiene poco aquí que al que no tiene nada allá? Entonces uno debe cuestionarse si está dispuesto renunciar –él o ella misma– a algo para, no sólo ayudar al suyo, al nacional, sino también al de más allá. Si esto no es plantea en estos términos, evidentemente verá como más necesario auxiliar al próximo ya que este podrá reprocharle el no haberlo hecho, muy diferentemente al que reside en otro país o región, que no lo podrá hacer. Y dicen que no hay suficiente dinero. No, de lo que carecen nuestras sociedades no es dinero, sino de voluntad por compartir uno un poco de lo nuestro para que ganen mucho otros. Esto a algunos nos les parece justo.
¿Y el resto de países, por qué ellos no son solidarios con nosotros? ¿Por qué debemos ser solidarios nosotros y no ellos? –critican. Realmente no importa si lo son o si no. El hecho es que algunos lo son sin estar en verdadera disposición de permitírselo económicamente y otros no lo son pese a tener capacidad sobrada para ello. Un buen ejemplo de los primeros es el de los países del África más empobrecida (económicamente, se entiende), los del África subsahariana. El concepto de «ubuntu» (explicado aquí por Nelson Mandela) refleja muy bien esta filosofía ausente en el mal llamado Occidente. Un ejemplo de los segundos es EEUU, país adalid de la insolidaridad internacional y nacional ¿Frente a qué? Frente a la seguridad propia. Ya sabéis, cuanto uno más tiene, en más insolidario se convierte. Y esto tiene que ver (aquí viene el porqué) con la ética capitalista antihumanista que inunda nuestras sociedades: que no queramos compartir, que nos escudemos en que el resto no paga los impuestos que financian dicha solidaridad, tiene más que ver con una excusa amparada en un supuesto e inamovible derecho a la propiedad que en una justificación real. Es más, con esta justificación se pierden de vista tres elementos fundamentales: por un lado, que el gasto producido por los sectores (nacionales o extranjeros) necesitados de solidaridad no es proporcionalmente tan amplio como se nos quiere hacer ver; por otro lado, que la necesidad social, cultural y económica de arribada de cuerpos y mentes frescas, nuevas y diversas es fundamental para ese amado proyecto nacional; y, por último, porque compartir es siempre la posición éticamente más acertada.
¿Acaso debieron los países más desarrollados (en aquel momento) de Europa aplicar esta lógica por la cual el desarrollo de unos no debía afectar a nadie más que a estos? ¿Sería acaso España la “gran nación” que este 12 de octubre muchos celebraron (yo no)? ¿Habría llegado a ser «la locomotora de» algo? Quien reniega de la solidaridad, del acompañamiento en el desarrollo económico, ético y social desde el respeto a los demás, es que no conoce el verdadero origen de la seguridad propia y, por lo tanto, minusvalora la deuda histórica que tiene con los que le rodean social o geográficamente. Como es bien sabido, para que unos pocos tengan mucho, ―este sistema nos dice― que muchos tienen que tener poco. La cuestión a dilucidar será si esos pocos ―los países Occidentales― querremos ceder nuestra parcela de seguridad y se impondrá la solidaridad o si esa mayoría se rebelará decididamente frente a la injusticia y alterará la balanza algún día. Cuando esto suceda, veremos desde atrás lo que algún día contemplamos desde delante, y anhelaremos volver atrás en el tiempo para replantearnos nuestro sentido de la solidaridad y atemperar la sed de revolución.