EMILIO MONJO
Hasta no hace mucho, y algunos todavía incluso siguen conservando la ficha histórica sin actualizar, se había consolidado el arquetipo de que el movimiento de reforma en España en la primera parte del siglo XVI no suponía más que un pequeño grupo de humanistas que, bajo el influjo de Erasmo, mostraron su disconformidad con ciertas situaciones eclesiales, pero siempre bajo la autoridad final de Roma.
El rechazo de la autoridad romana por algunos fue fruto de las influencias ejercidas por los “luteranos” en su contacto académico o comercial. En la composición de ese arquetipo se partía de una especie de genética propia de los españoles que les impediría repudiar a Roma, salvo por una acción infecciosa externa. En su natural, ningún español podría ser antipapista y cristiano fiel a la vez. Ese modelo que con tanta pericia publicó Menéndez y Pelayo ha tenido sus repetidores acríticos, no pocos en el propio campo evangélico, y ni Marcel Bataillon escapó a su influencia (al contrario, ayudó a consolidarlo con una nueva textura).
En la segunda mitad del XIX Luis de Usoz descubrió lo tramposo del arquetipo y procuró remediarlo.
Puede leer aquí el artículo completo de este historiador y escritor, de fe protestante, titulado La pujante Iglesia protestante española del siglo XVI