Revista Cultura y Ocio
El cielo está siempre a medio hacer y Neil Young es un ángel sordo que no tiene claro si quiere entrar o quedarse afuera, en los caminos, escuchando el lamento de la tierra, el gruñido de los hombres y la áspera noticia de que el mundo gira con desgana, pero él no ha perdido el tiempo y sigue perdiendo el oído sobre un escenario, grabando discos estupendos y editando cajas fabulosas en las que rememora el esplendor absoluto de su arte. Una vez que has escuchado After the gold rush, Comes a time o Harvest, ya no eres la misma persona. Tengo amigos que no creen esto que digo. Que uno puede ser distinto después de la conmoción que te causa un disco, un libro de poemas o una película. Que la suma de muchos discos, muchos libros de poemas y muchas películas te marcan de un modo inargumentable. Son los argumentos los que no están a mano. Esta mañana escuché en los cascos, caminando por las calles de mi pueblo, Don't let it bring you down, la pieza con la que descubrí a finales de los ochenta (muy tarde, lo sé) a este tipo de gesto duro y de voz arcangélica y de la que después Annie Lennox hizo una versión asombrosamente limpia y dulce. Y pensé en la bondad del ser humano y en la armonía del cosmos. Pensé en que la vida es un milagro terminado y no un cielo a medio montar. Que Dios no existre. Que Dios existe. Que me da lo mismo que exista o no. Que yo soy feliz mientras me acaricia la melodía y la guitarra se acopla a mi cabeza y la colma y me crezco como persona y como criatura sensible. Los sensibles es que somos desconcertantes. Pensé en todas estas cosas, cogí el ipod y pulsé el botón que la hacía comenzar de nuevo. Dije: Emilio, tienes que escribir de esta canción nada más llegar a casa. Lo hago de una manera irrelevante. No hay forma de que las palabras expresen lo que sentí antes. Niguna combinación de palabras expresaría esa delicadísima percepción de la realidad a la que me ha conducido una canción de hace cuarenta años. Ninguna a la que yo pueda ahora confiar la plenitud absoluta de mi espíritu. Uno no cree en la salvación del alma ni en la venida de ningún salvador, pero supongo que los que lo hacen sentirán una punzada similar a ésta. Como un chute de trascendencia.