Los cinco meses y medio que habrán transcurrido desde las elecciones del 20 de diciembre a las previsibles del 6 de junio van a ser sumamente enriquecedores de la democracia española.
Gracias a este lapso se conocerán mejor las intenciones y el carácter de los políticos ante sus dificultades personales y las del país.
Este es el momento en el que los políticos deben ofrecer soluciones para formar un gobierno para todos, y a los que no les aceptamos ya el dicho del Viejo Profesor, Enrique Tierno Galván, de que las promesas electorales son para incumplirlas.
Vemos la capacidad de negociación de cada uno para hacer coaliciones orientadas al bien general, o si las proponen en beneficio de su partido, o en el de sus ambiciones personales, algo que sólo conocíamos de Rajoy antes del 20D.
También observamos sus reacciones ante las crisis provocadas por la corrupción, como en el caso del PP, por las desgarradoras divisiones de quienes desean montar un régimen bolivariano, Podemos; analizamos cómo trata de sacar beneficio personal el desbocado ambicioso Pedro Sánchez, y a quien se sitúa en medio, provisionalmente cerca del PSOE, como Albert Rivera.
Aquí ya no hay promesas, al menos hasta que se convoquen las nuevas elecciones, sino actuaciones de políticos que podemos observar para decidir quién podría interesarnos más, y de quiénes tenemos que huir por muy hermosas promesas que nos hagan.
La democracia está depurándose, purgándose, readaptándose como hacen los terrenos tras los terremotos, que van dejando réplicas que terminan tirando los edificios más dañados y peligrosos.
Así, vemos un hombre demasiado pausado, aparentemente huido, otro autoritario como Chávez, otro irritado de obsesiva ambición incontrolable, y otro cuyo tranquilo sentido de Estado es aparente o tan excepcional que parece de otro mundo.
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SALAS