“El Águila” se construyó en 1945 con el nombre de “La Quimera”. Su dueño era el Ítalo-argentino Natalio Michelizzi, el gran impulsor del balneario, responsable de varias obras icónicas de Atlántida. El diseño y la construcción estuvieron a cargo de Juan Torres, un constructor quien elevó la casa de forma completamente artesanal.
Hay muchas leyendas urbanas sobre esta particular construcción; Algunos sostienen que fue un escondite de contrabandistas; También hay quienes aseguran que Michelizzi ocultó allí un laboratorio alquimista, que fue utilizada como capilla e incluso se cuenta que fue un refugio nazi durante la Segunda Guerra Mundial.
Realmente, es toda una experiencia visitar “El Águila”…no solo por la concepción particular de su forma (o incluso por la forma artesanal en la que se construyó), sino por todas las leyendas urbanas que se han generado desde su construcción en 1945. Es una parte ineludible de la historia del balneario y forma parte del acervo arquitectónico y cultural de Atlántida (junto a otros edificios icónicos del lugar como el Edificio Planeta (el propietario y promotor fue el propio Michelizzi), que emula la estructura y forma de un barco – por describirlo de una manera sintética).
Mucho se ha hablado y comentado sobre el “Como” y el “Porqué” se construyó; por ese motivo les dejamos una entrevista realizada por Rosario Infantozzi al constructor de El Águila, Juan Torres.
Extracto de la entrevista a Juan torres, constructor de El Águila.
– “Don Juan… ¿Qué es realmente El Águila?”
– “Un capricho… nada más que un capricho de un hombre muy especial… una idea muy simple que se fue transformando en una quimera… sólo eso. Natalio Michelizzi, quien fue prácticamente el inventor de este balneario, me pidió que le edificara en el fondo del jardín de su casa llamada “El Barranco” -que lindaba con la playa- un nicho de dos metros por dos, para colocar allí una Virgencita que pensaba traer de Buenos Aires y que jamás llegó… un nicho… una urna… una especie de capillita… un lugar, como decía él “para que las mujeres se saquen las ganas de poner flores y prender velas”.
– “¿Está seguro, Torres? -pregunté, desesperada.
– “Mi querida Rosario… ya veo que Ud. ha escuchado los rumores que corren por ahí sobre esa construcción. Por eso, para empezar, creo que es justo que Ud. conozca un pequeño y a la vez inmenso detalle… ¿Ud. sabe cuando terminó la Segunda Guerra Mundial?”
– “¡Claro!… fue en abril de 1945.”
– “Pues entonces… mal podía ser El Águila un refugio nazi cuando Michelizzi me encargó la construcción de la famosa capillita el primero de agosto de 1945, el mismo día en que Rodolfo Lastreto -el hijo de la señora Marcela- cumplía la mayoría de edad y en que él daba una gran fiesta en el Hotel Planeta para festejar el acontecimiento… ¿se da cuenta?… la guerra ya había terminado antes de que yo empezara a construirla…”
– “Michelizzi, un napolitano fantástico, me pidió ese día que le construyera un nicho de dos metros por dos. Nos fuimos caminando los dos para el fondo de la casa a un monte que daba contra la playa y allí, en medio de los árboles, elegimos el lugar para hacer la capillita (…). Así dijo y cuando él decía “hacelo así”, había que hacerlo así. El quería las cosas siempre más grandes de lo que podía. En ese momento se me vino a la mente la posibilidad de que quisieran hacer un altar adentro, así que me dije:
– “Yo la hago grande y después ellos que hagan adentro lo que quieran” de modo que hice una habitación de cuatro metros por cuatro y con techo a cuatro aguas. Cuando él volvió -porque vivía en Buenos Aires con su verdadera esposa- y se encontró con la habitación pronta, le gustó y me pidió que le abriera una arcada a un costado y le agregara un dormitorio… Lo hice tal como me había pedido… Se imaginó entonces que era un buen sitio para recibir amigos y quiso una cocinita y un baño… También se los hice. Cuando el edificio estuvo pronto se quedó un largo rato mirándolo en silencio. Después me dijo:
– “Que te parece, Torres, si ahora me haces un águila encima?”
– “¿Una qué?” -le contesté anonadado.
– “Un águila… y recubierta de piedras, para que parezcan plumas”…Y se fue.
En una construcción que tenía más de escultura que de arquitectura, armé sobre el techo a cuatro aguas una especie de molde de madera con la forma de la cabeza de un águila, lo forré por dentro con piedra, desplegué el hierro y volqué el hormigón. Dejé que fraguara y, al retirar la madera ¡allí estaba el águila!”
En ese momento la expresión de Juan Torres era de enorme felicidad. Parecía estar mirando dentro de sí una visión que le devolvía juventud y energía.-
– “Como el águila era hueca -continuó rememorando- saqué una escalerita de ladrillos desde un costado del bañito y construí encima una especie de camarote con ventanas al frente y los lados y una puerta de salida a lo que era la parte superior del pico curvo. Cuando Michelizzi vio aquello quedó encantado, porque sobresalía por encima de las copas de los árboles y desde allí se tenía una vista asombrosa de toda la Ensenada de Santa Rosa, como le llamaban a este lugar.
– “Entonces le gustó tanto que me pidió: “Ahora, Torres, quiero que abajo me hagas un bote”.-
– “¿Un qué?…” le pregunté desesperado.-
– “Un bote, una barca… ¿entendés?”
Y se fue otra vez, convencido de que yo, de alguna manera, me las iba a arreglar para cumplir con su deseo…Y lo hice. Le hice la barca que me pedía con bloques y hormigón (…) Yo me entusiasmaba con las cosas que se le ocurrían, aunque sabía que después iba a llorar para llevarlas a cabo”.
– “Bajo mi dirección y con la habilidad y buena voluntad de la gente que trabajaba para mi, fue modelada la forma de la borda. El piso de la imaginaria embarcación se convirtió en una gran terraza a la que se accedía por una puerta que abrimos en la garganta del águila. Una escalerita de ladrillos descendía desde esa terraza hasta las entrañas del bote, donde construimos una habitación que después se utilizó como bar. Tenía dos ventanitas en forma de ojo desde las que uno miraba hacia afuera y veía sólo mar, lo que daba la sensación de estar embarcado. La proa terminaba en dos agujas de hormigón, que simulaban la boca abierta de un delfín. Rudi Wolmut, un pintor polaco que trabajaba en el Hotel Planeta, decoró las paredes del bar con tiburones y toda clase de bichos marinos y pintó las piedras con tanto realismo que parecían plumas de verdad”.-
– “Para que se usaba realmente El Águila, Don Juan” -volví porfiadamente a la carga.-
– “(El Águila) se usaba para leer… para pintar… para recibir amigos y tomar copetines… para ver la puesta del sol… ¡para tantas cosas!… A ellos les gustaba sentarse allí y sentirse como reyes en su palacio, alejados de la gente… y sobre todo de la lengua de la gente… ¡Pero esa sí que es otra historia…!”
Programa: Residencia Ubicación: Canelones – Uruguay Constructor: Juan Torres Fecha: 1945Fotografía
Imágenes de los años 1978 y 1980
Imágenes del descuido en el que cayó El Águila
Luego de restaurada