No hay quinto malo. Desconozco el origen de este refrán. Sin embargo, me viene al pelo (o a la calva). Disculpen ustedes si estos días estoy más fuera que dentro de la blogocosa, pero entre que tengo un virus infernal que me tiene tosiendo y debilucho todo el día y, lo más importante, que ha llegado ya, el esperado, el quinto bueno, me falta tiempo.
Pues sí, ha llegado mi quinto nieto. La verdad no le he visto el pan debajo del brazo, pero es probable que se lo haya comido, porque la alhaja ha pesado cuatro quilos. Ha tardado en llegar y ha sido necesario que le hicieran una cesárea a mi nuera. Ahora, se encuentra cansada pero bien, y contenta con su fruto, después de la espera.
Aquí dejo la muestra de mi quinto nieto, cuando contaba con siete horas de vida.
La hermana, Maia, está loca de contenta, y mis otros tres nietos encantados de tener un nuevo primo. Y es que el milagro de la vida sigue funcionando, a pesar de la que está cayendo.
Por cierto, ¿no me dirán que no es igual que el abuelo?
Salud y República