Pasear entre almendros y olivos puede parecer una utopía si dijéramos que lo hacemos en plena capital de España. La primavera incipiente se manifiesta, actualmente, en este parque. Las flores del almendro son efímeras, y un paraíso de copas blancas inunda en estos momentos la Quinta de los Molinos…
Y es que en Madrid hay rincones escondidos de los que da cierto miedo a hablar… Miedo a que de golpe la multitud los descubra y dejen de tener ese encanto que los caracteriza.
En este caso, solo hay que desplazarse a la C/ Alcalá , a la altura del metro Suances. Un parque (catalogado como agro-parque) que durante siglos fue una finca privada muy especial. La Quinta de los Molinos, cuyo nombre proviene de un arroyo que la cruzaba, el Quinto, y los molinos americanos de los años 20 que su último propietario privado adquirió para facilitar el regadío de la finca
Hemos tenido que esperar para escribir sobre ella. Queríamos hacerlo en estas fechas. A pesar de haberla visitado también en el mes de enero, llevabamos semanas pendientes de la floración de los almendros. Este parque tiene miles de ejemplares de ellos que este año, a finales de febrero, son el exponente de la inminente llegada de la primavera. Nada más que atraviesas el arco de entrada el aroma floral es inevitable.
Durante el s.XVI y SXVII en los extrarradios de Madrid abundaban fincas de familias aristócratas. Hace unos meses os hablamos de una de ella, el Parque de El Capricho. Hoy nos queremos centrar en la Quinta de los Molinos. Ésta última perteneció a varias familias, entre ellas a la del Conde Torre Arias, que en los años 20, tras llegar a un acuerdo con un arquitecto alicantino, Cesar Corts, acordó la cesión de la finca a cambio de la construcción de un palacete para él, en la C/General Martinez Campos.
El arquitecto fue haciéndose con pequeñas fincas colindantes hasta conseguir un conjunto de casi setenta hectáreas en los años 70, que quiso imprimir un carácter mediterráneo y agrario. Trajo diferentes especies vegetales que se reparten por el parque, los olivos y almendros, probablemente, son los protagonistas, pero también hay cipreses, abedules, eucaliptos, plataneros, cerezos, mimosas, lilas, entre otras muchas, que inundan el lugar.
En la zona alta el arquitecto construyó un palacete de estilo funcionalista que se puede observar en su fachada sobria. Allí estableció su residencia habitual, hasta que tuvo una caída en las escaleras del mismo. Entonces decidió cerrar el edificio y desplazarse a la Torre del Reloj, inmueble que encontrareis a escasos metros y que se construyó, inicialmente, con la intención de ser la residencia familiar de verano.
En el área en el que se ubica el palacio y Casa del Reloj, también encontrareis la pista de tenis, una rosaleda, que en estas fechas no está florecida, uno de los molinos americanos, cuyo movimiento es incansable los días que sopla el viento; dos estanques gemelos, así como la estructura del invernadero, el cual, hoy por hoy, no alberga en su interior ninguna especie vegetal, pero que resulta un elemento imprescindible en un parque de estas característica. Además, un jardín de corte inglés y algun pasadizo por el que el paseo se convierte en un momento bucólico.
A la muerte del arquitecto, más conocido por excelente urbanista (autor de la proyección del ensanche de Burgos), los herederos, a comienzos de los años 80, cedieron 21 hectáreas para el uso de jardines públicos al Ayuntamiento. Gracias a esta decisión podemos disfrutar hoy de ese maravilloso lugar.
La Quinta de los Molinos es atravesada por un conjunto de caminos que te dirigen a multitud de sorpresas. Perderse por ellos te permite descubrir algunas de sus grutas naturales, encontrar fuentes escondidas e identificar la gran variedad de árboles y arbustos. Cosas que son todo un privilegio del que gozamos sin tener que salir de Madrid.
Apenas un mes antes, a finales de enero, lo visitamos por primera vez. En ese momento los árboles desnudos te hacían difícil imaginar lo que tan solo cuatro semanas después pudimos disfrutar.
En estas fechas lo más llamativo son las flores, pero no hay que dejar de prestar atención a esas praderas verdes que se encuentran en pequeñas vaguadas dónde apetece dejarse rodar, como vimos hacerlo a una pequeña este fin de semana. O eso paseos cerrados por troncos que parecen llevarte a un lugar infinito.
Los bancos se reparten a lo largo del parque, en torno al estanque se encuentra un lugar ideal para sentarte y disfrutar del sonido del agua. Aun así, hay tantos lugares para hacer un alto en el camino como se te puedan ocurrir. El pasado domingo más de una familia con mantita en mano se disponía a sentarse sobre el suelo bajo los arboles florecidos.
Este lugar nos enamoró. No es difícil hacerlo cuando tras meses de invierno y estampas desnudas, se te presenta ante la vista, en la ciudad, un parque florecido con aroma a primavera. Aunque es de justicia decir que ya en enero, cuando estuvimos por primera vez aquí, nos resultó encantador. Es un lugar ideal para ir a dar un paseo. Cuando las lilas y las mimosas estén en pleno esplendor debe ser maravilloso.
Un espacio apto para todos los público que hoy está al alcance de cualquiera que quiera pasear por él. Deportistas, familias, jóvenes, mayores... Están permitidos animales, y debemos decir que disfrutan entre carreras, estando perfectamente limpio y cuidado todo el entorno. Aficionados a la fotografía que se recrean con la nevada de pétalos blancos. Y como no, en general, un lugar perfecto para los amantes de Madrid, que ven en ella más que una ciudad estresante donde la gente camina con prisa entre el asfalto.
Porque Madrid es mucho más. Tiene tanto qué enseñarnos y ofrecernos... Espacios e historias que muchas veces están a la vuelta de la esquina y no hemos sido capaces de descubrir.
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