Revista Cultura y Ocio

La rabia y el feminismo de proximidad

Publicado el 08 marzo 2023 por Molinos @molinos1282
La rabia y el feminismo de proximidad 
Hace días que pensé en retocar los pensamientos feministas para mis hijas que escribí hace siete años. Empecé a hacerlo y cuando llevaba un rato rumiando los cambios me di cuenta de que no era eso lo que quería contar.

Quería contar que ser mujer y ser feminista es agotador. Ayer participé en la tertulia de La Ventana y Luz Sánchez-Mellado, al empezar, dijo que ella estaba entre triste y cabreada. Yo no estoy triste, estoy cabreada y enrabietada porque sé que eso es lo que mueve el mundo: la rabia. Me da rabia que el feminismo se haya convertido en algo agotador en lo que hay que estar todo el día, a todas horas, manifestando tu opinión sobre absolutamente todo. Me da rabia que haya mil quinientas trincheritas y me da aún más rabia que, con el ombliguismo que caracteriza esta época, creamos que esto que pasa ahora, esta división entre las mujeres, es algo nuevo, algo que ha pasado ahora. No me da rabia, me hace gracia que algunas mujeres crean que el feminismo en algún momento de la historia ha sido un bloque de armonía, luz y color, una especie de columna unida, marchando al compás frente al enemigo común del machismo (que no los hombres). Nunca el feminismo ha sido un bloque, jamás. No estamos viviendo una época en la que el feminismo se ha fragmentado: siempre ha estado así. ¿Por qué? Pues porque cualquier movimiento está formado por muchísimos individuos y esos individuos, en este caso nosotras mujeres, tenemos ideas, intereses y opiniones diferentes. Es imposible, completamente imposible que no haya ni una grieta en cualquier movimiento cultural, intelectual y social; y creer que se puede aspirar a esa arcadia de armonía lo único que hace es crear frustración. No entiendo por qué hemos captado rápidamente que el amor romántico de las películas es mentira y a alguna gente le cueste tanto entender lo anterior. Ya lo decía Nora Ephron.

Me da mucha rabia que el feminismo o cualquier conversación sobre el tema se haya convertido en una especie de parodia del sketch de los romanos de los Monty Python. Haces cualquier comentario y entras en una escalada de: ¿Y las mujeres racializadas? ¿Y el techo de cristal? ¿Y el burka?¿Y los ideales estéticos? ¿Y las diferencias de clase? ¿Y los cuidados? ¿Y el edadismo? Pues NO LO SÉ, NO LO SÉ. Lo siento, no puedo pensar en todo, todo el tiempo, a la vez. No puedo yo y no puede nadie. Me parece ridículo pretender que para intentar arreglar un problema exijamos pensar antes en todos los que hay. Es ridículo y poco operativo. ¿Estoy diciendo entonces que los problemas de las mujeres como yo, blancas, occidentales, cis y privilegiadas son más importantes? Por supuesto que no: lo que estoy diciendo es que por mucho que queramos, no se puede abarcar todo. Es fascinante cómo estamos entrando por el caminito de entender que no se puede ser superwoman y abarcar curro, casa, amantes, amigos, hobbies e impuestos con el mismo nivel de implicación pero pretendamos crear un feminismo todopoderoso e omnipresente. Sería precioso y seguramente muy práctico, pero es imposible y cuanto antes lo entendamos, mejor. Me da mucha rabia también que para ser feminista premium haya que ser una cumbre de coherencia, compromiso, activismo y sororidad. No es que yo me plantee ser feminista premium, pero si tuviera la loca ambición de lograrlo estaría completamente fuera de mis posibilidades porque abrazo mi incoherencia con cariño (igual que no como pollo si parece pájaro pero sí lo como si está en filetes), cada vez acepto menos compromisos, no practico ningún activismo y en sororidad llevo suspendiendo toda mi vida. No entiendo esa exigencia de pureza ideológica que, siento decirlo, no es más que clasismo intelectual y aleja el propósito del feminismo de muchísimas mujeres que lo ven como un puro entretenimiento intelectual de una clase de mujeres blancas privilegiadas.

¿Qué feminismo practico yo? Pues uno de proximidad, de cercanía. En mi casa, con mi familia, con mis amigos. En mi trabajo, con mis compañeros, con mis jefes, con los señores con los que me encuentro. En la calle, en el autobús, en el metro, en el supermercado. En lo que escribo, en mis cabreos con señores, en discusiones con mis amigos, en mis explicaciones con otros amigos para que entiendan que «en mi empresa hay mujeres jefas» no sirve para paliar la desigualdad salarial, en mis charlas con mi madre para que entienda que sí, que mi padre era machista y ella se lo fomentaba y que algunos de sus comentarios, de ella, son machistas aunque ella diga «yo es que no lo veo así», en mis advertencias a mis compañeros de trabajo para que se den cuenta de que eso que están haciendo es paternalista, condescendiente e innecesario. ¿Es un feminismo pequeño? Pues a lo mejor, pero es el que se me da bien, es aquel en el que me manejo con soltura. Es un feminismo en el que veo resultados, veo mejoras, veo sus frutos en las reacciones de mis hijas, en las opiniones de mis amigos, en los chistes que ya no hacemos, en el cuidado que tenemos con el lenguaje y en la conciencia que hemos adquirido para detectar el machismo. A lo mejor hay alguien que acusa a mi feminismo de proximidad de acomodaticio, de poco ambicioso, pero es que yo nunca he sido ambiciosa y además creo que procurar mejorar las cosas a mi alrededor es algo que redundará a largo plazo en una mejora a mayor escala. Si me pongo idealista pienso que si todo el mundo practicara un feminismo de proximidad sus beneficios para todos, que son indudables, se extendería como las ondas en un lago. ¿Estoy renunciando a defender a las mujeres que están lejos de mi realidad? No, pero dentro de mis posibilidades. Es fundamental que el feminismo de proximidad se ejerza con la vista siempre puesta en el mundo que hay ahí fuera, más lejos, con problemas más graves que los que tienes tú. En mi caso, y en el de casi todas las que vivimos en España, no hay que perder nunca la cabeza: ahí fuera hay mujeres que se enfrentan a problemas más graves que los nuestros. No hay que olvidarlo nunca, pero focalizarse en eso genera una inoperancia para resolver los problemas que tenemos aquí que no beneficia a nadie. Para sorpresa de nadie, y menos mía, este feminismo de proximidad puede chocar con uno de los consejos que daba a mis hijas y que era el siguiente:

«No lleváis burka, podéis trabajar, tener hijos o no tenerlos, vivir solas o con pareja, tener mil parejas. Podéis denunciar, pelear, gritar cabreadas. No olvidéis que, a pesar de todo, sois privilegiadas. Hay otras que no tienen esa suerte... no lo olvidéis. Gastad fuerzas y energías en pelear por ellas más que en ofenderos porque os abren la puerta en un edificio». Ahora les diría, les digo, que conozcan lo que hay ahí fuera, lejos de su situación para poner en contexto su lucha feminista que no es menor ni menos importante pero sí está más avanzada.

El feminismo es cansado, es una batalla larga y que, en algunos momentos, parece perdida pero no lo está. Hemos avanzando muchísimo y seguiremos avanzando si conseguimos mantener el cabreo y la rabia. Si conseguimos no perder el tiempo y la energía en batallas internas que, esas sí, jamás van a desaparecer porque las mujeres, y esto parece mentira que haya que repetirlo, no somos ni seres de luz, ni somos todas iguales, ni tenemos los mismos intereses todo el tiempo, ni las mismas preocupaciones, ni las mismas opiniones. De hecho, confieso, que a mí hay muchas que me caen mal. Y no pasa nada.

Mi consejo intrascendente del día de hoy es que te centres en tu feminismo de proximidad. Puedes empezar por preguntarle a los hombres de tu alrededor ¿si yo fuera un hombre me hubieras dicho eso? Dirán que sí con la boca muy muy pequeña... y ahí tendrás tu primera trinchera de proximidad para la batalla.  Practica un feminismo que te dé frutos y te frustre lo mínimo y, sobre todo, no abarques más de lo que puedes.

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