Revista Opinión
LA INGRATITUD ES uno de los grandes males de la política, sobre todo ahora que se acercan las elecciones. Casi 1.000 millones de euros, que se dice pronto, ha invertido el gobierno del pérfido Zapatero en los dos últimos años en la ciudad de Madrid. 1.000 millones de euros, que no son precisamente moco de pavo en los tiempos de que corren, y que días atrás provocaban la amarga queja del alcalde de Madrid. Un agrio lamento que ha derivado en guerra judicial abierta tras la disputa que mantiene con el ministerio de Economía y Hacienda por la financiación.
Dicen que Gallardón no sólo está enfadado y harto de las trabas que le está poniendo el gobierno de Zapatero para la financiación de Madrid, sino que está preocupado y tiene motivos para ello. 7.145 millones de euros en deuda, 257 de los cuales vencen este año, además de la imposibilidad de seguir gastando con una alegría más propia de un nuevo rico son, desde luego, un buen motivo para la zozobra.
Comprendo que al alcalde de Madrid esté enfadado, y no lo pueda ocultar, porque no le dejen refinanciar la abultada deuda municipal y que tampoco le permitan abrir una línea de crédito ICO para pagar a los proveedores. Pero de ahí a llamar "mentiroso" y "envidioso" a Zapatero hay un trecho que el casi siempre correcto Gallardón no debería haber traspasado. No es de extrañar que ayer, durante el desfile de la Fiesta Nacional, saltaran chispas entre ambos.
Ahí están, y es una prueba indeleble, operaciones como Madrid Río, muy rentable desde el punto de vista de la mercadotecnica política, o la rehabilitación de las naves del Matadero o del Conde Duque, o la reapertura de la avenida de Daroca, o la reforma del Puente del Rey, o las instalaciones deportivas o escuelas infantiles…
Sorprende, o tal vez no, que el alcalde se haya sumado con tanto entusiasmo al viejo discurso de su amiga Esperanza Aguirre de que Zapatero asfixia a Madrid. En el caso de Gallardón la cosa tiene bemoles, sobre todo si tenemos en cuenta que muchas de las obras que ha inaugurado como propias, y algunas de las que han de venir, se han podido hacer gracias al dinero de todos los españoles, vía Plan E, y no sólo de los madrileños. Nadie ha obligado al Ayuntamiento de Madrid a endeudarse hasta las cejas. Lo dicho, la ingratitud es uno de los grandes males de la política.