Mi amigo Paco me llamó ayer. Hacía tiempo que no hablábamos. Me dijo que había dejado de escuchar la radio, que no soportaba que a primera hora de la mañana iniciaran a hablar de lo mal que está la economía, del incremento de la prima de riesgo, del déficit galopante y del crecimiento imposible...
Incluso por la noche, cuando solía llevarse la radio a la cama y su programa deportivo favorito le mecía antaño en la cuna de la evasión hasta domirle con una sonrisa, este se había convertido en una prolongación de la crisis, tan insoportable, que le causaba pesadillas.
No le acababa de creer pero me insistió con tal amargura que pensé que a lo mejor como mi amigo Paco podrían haber miles que estuvieran desertando de las ondas pesimistas y agoreras para no estar de mal rollo todo el día.
––¿Pero es que no se dan cuenta que si no compramos lavadoras y no vamos de vez en cuando a un restaurante nos vamos a hundir aún más en la miseria?
––Sí Paco, sí, si tienes razón, claro ––le decía yo, colgado al teléfono mientras me hacía una tortilla de un solo huevo.
––¿Sabes lo que pienso? Que las radios, las teles y los periódicos están conchabados con el mensaje de los políticos. Esto no es casualidad. Hay que ajustarse y los medios de comunicación lo pregonan a los cuatro vientos para que lo asumamos sin rechistar.
––Mira Paco, eso no es posible. Algunos medios son críticos con...
Me interrumpió
––¿Críticos?, pero si yo escucho una radio que siempre ha estado en contra de la derecha ...pero te digo que solo habla de las penurias económicas y me pongo de mala leche.
––Paco, yo creo que si eso es lo que hay tendrán que hablar de ello. ¿no crees?
––¿Sí? pues yo ya no quiero saberlo. A tomar por saco la radio.
––Exageras
––Creo que los que exageran son ellos. Son los altavoces del pesimismo y conmigo que no cuenten.
––Bueno, tú veras. Buenas noches. A ver si nos vemos pronto.
––Sí, vamos un día a cenar. Siento haberte dado la paliza.
––No te preocupes. Un abrazo.
Confieso que Paco, sin quererlo, me puso un poco de mala leche.