Si alguien le dice que le quiere tanto que le regalará la flor más grande del mundo, no se espere una rosa del tamaño de un melón o un bonito clavel de un tamaño descomunal, no. Es más, desconfíe profundamente de las intenciones del interfecto que le ha hecho dicha proposición, porque las características de dicha flor, le aseguro que quitan el romanticismo hasta al mismísimo San Valentín.
Efectivamente, la flor más grande del mundo la proporciona la Rafflesia arnoldii, una rara especie de planta descubierta en 1818, parásita de árboles, que crece en las selvas húmedas que cubren las islas de Sumatra y Borneo. Ésta planta florece una vez cada varios años ( ver La explosión de belleza de un desierto florido), y es que no todos los años una pequeña planta rastrera que prácticamente no tiene raíz, ni hojas, tiene fuerza suficiente para hacer crecer una flor de casi un metro de diámetro y hasta 11 kilos de peso. Descarte ponérsela en el ojal, consejo de amigo.
El dechado de virtudes de la flor, no queda solo en su descomunal tamaño ya que, como toda flor por grande que sea, ésta tiene un fin concreto y determinado que es reproducir la especie. El caso es que normalmente, el resto de plantas -por raras que parezcan ( ver La welwitschia, la planta extraterrestre... o casi)- se basan en la producción de zumos azucarados para atraer a los insectos, y en algunos casos, pequeñas aves, pero la Rafflesia tenía que ser especial incluso para esto, ya que la polinización la efectúan exclusivamente moscas -visto el tamaño de la flor, serán del tamaño de una vaca- y pueden creerme si les digo que las atrae a la perfección.
La flor de la Rafflesia al estar tan especializada en atraer las moscas ha creado un perfume que las atrae a espuertas, y...¿qué mejor para atraer una mosca que un hediondo olor a carne podrida? El aroma de esta flor no es un regalo para los sentidos exactamente; eso sí, las moscas se lo pasan pipa.
Llega a tal grado de especialización la Rafflesia, que incluso la flor genera calor por sí misma, y según parece ello se debe a que la planta imita a un cuerpo animal en putrefacción, consiguiendo atraer de manera masiva las moscas que se encargan de su fertilización y posterior reproducción.
Por suerte, la vida de dicha flor es breve y dura escasamente una semana, y aunque no sea un delicado jazmín, no deja de ser una pequeña maravilla de la naturaleza que para los habitantes de la zona representa un talismán que representa fertilidad y longevidad. Por desgracia, la desaparición del hábitat en que vive por la acción humana, y la imposibilidad de hacer un cultivo artificial, ha provocado que la Rafflesia se encuentre en estos momentos en peligro de extinción.
Y es que, aunque no sea la más bonita, ni la que mejor huela, es compañera nuestra de viaje en esta nave azul que vaga por el espacio que es la Tierra, y merece todo nuestro respeto.