Por Víctor Hugo Russo, de la Fundación el Pobre de Asís En muchos casos a las personas en situación de calle no las ven, porque en algún sentido se elige no mirarlas. Vivimos en una sociedad miope por propia opción. Que prefiere continuar sumergida en la negación de muchos de sus problemas, antes que asumirlos. En general no tenemos idea de la cantidad de personas que viven en la calle. Y los que sí son percibidos, corren el riesgo de ser catalogados como delincuentes.
Porque parte de la problemática incluye una tendencia a criminalizar la pobreza, a considerarlos peligrosos, y por lo tanto se los evita. En definitiva, la pobreza termina resultando peligrosa para los que no la sufren, y los pobres amenazantes. El mayor muro entre unos y otros siempre termina siendo el miedo. Esta es una de las miradas, quizás la más perjudicial, sobre esta problemática. Un gran paso es modificar dicha mirada. Porque promover la inclusión, implica antes que nada, un giro en ese paradigma. Sin una sociedad en condiciones de recibir es muy poco probable que se generen oportunidades para los que necesitan ser recibidos. Estando en la calle, los problemas comienzan por resolver lo cotidiano. Por encontrar donde comer, bañarse, vestirse, lavar su ropa; donde dormir lo más seguros y lejos del frío; donde tener atención médica o conseguir los medicamentos que necesitan; preservar sus pocas cosas, entre ellas sus documentos, sus fotos, sus recuerdos. Sus problemas comienzan con la defensa de su supervivencia. Algo que para el resto se hace difícil imaginar. Por otra parte, la calle es una gran trituradora de esperanzas. Rápidamente se pierde la brújula y con ella las perspectivas de futuro. Continuar vivo es un desafío constante, que debe renovarse día trás día. Llegar a la calle implica un proceso complejo. La exclusión como tal es un proceso multidimensional, compuesto por un importante número de variables: rupturas familiares, pérdida de lazos afectivos, desvinculación de sus entornos de origen, pérdida del empleo, un tejido social roto y no preparado para contener situaciones límites individuales y más. Estas son sólo algunas de las representaciones sociales más características. También tenemos, lamentablemente, una situación dramáticamente novedosa y es la de quienes nacen en la calle. Niños que tienen limitado su futuro aún antes de soñarlo. Y todo esto se ve acompañado por numerosos mitos, como que les gusta vivir así, que son vagos, borrachos, que no quieren salir de la calle, no les gustan las responsabilidades, son delincuentes. Sí es cierto que se rompió la cultura del trabajo, el tema es no culpar a estas personas por ello. Nadie es feliz viviendo en estas circunstancias, sin nada caliente entre las manos en pleno invierno, enfermo, sucio, sin un lugar adonde ir, sin nadie que lo espere o a quien esperar. Nadie elige eso. Probablemente haya ido haciendo elecciones que sucesivamente lo fueron llevando a situaciones cada vez más comprometidas, hasta terminar de esta manera. Pero no en libertad. Hay condicionamientos internos que insertos en determinados contextos, pueden conducir a la situación de calle.