Vivimos en una sociedad llena de datos y nos encanta. Recogemos datos de cualquier lugar y gracias a la tecnología, ahora podemos acumular toneladas de ellos y analizarlos de forma meticulosa. Podemos juntarlos, separarlos, relacionarlos y estar días y días mirando como una jauría de teorías estadísticas, se abalanzan sobre ellos para reconstruirlos, volverlos a construir y presentarnos una realidad, a veces maravillosa, otras sorprendente, pero siempre con resultados que hacen que volvamos a meter más datos y más información en el sistema.
El problema que veo es que al final, en vez de abrir la puerta, salir a la calle y preguntar a las personas que les parece nuestro producto, nuestra empresa, nos cerramos en un despacho y abrimos un excel. Y las estadísticas y los datos viven perfectamente adecuados en un modelo matemático, pero no siempre este modelo tiene porqué tener sentido en el lugar donde las personas se levantan, se reproducen y mueren.
Ayer, sin ir más lejos, uno de los descubrimientos del big data es que antes de cada tormenta, las ventas de golosinas se incrementaba. No tiene ni pies ni cabeza esta información, pero los datos la avalan, con lo que podemos creernos los datos sin usar nuestro neocortex, o salir a la calle y ver que está pasando realmente.
La estadística es muy curiosa, y como me decía un profesor de estadística, en el noventa por ciento de las veces, uno puede saber las conclusiones de un estudio simplemente conociendo quién paga el mismo. Hay que ser muy cuidadoso con que datos añades y que tipo de correlaciones aparecen.
Usa la información, procésala, pero no dejes que sea lo único que guíe tus decisiones.
Película: The Faculty
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