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Más que fiebre y euforia , lo que el llamado centro derecha ha tenido durante la precampaña y la campaña ha sido una borrachera de éxito anticipado sin demasiado fundamento.
Es fácil comprender que la mayoría de la gente se deje llevar por la ilusión y llegue a confundir la realidad con los deseos. Pero esa actitud solo puede encontrar un final. Precisamente, la realidad.
Hablando en conjunto, los partidarios de Vox han cometido varios errores propios de niños de patio de colegio. Demasiada euforia. Demasiada confianza en ciertas encuestas que vaticinaban resultados excesivamente buenos. Demasiado cojonudismo que puede haber restado votos de una primera intención por parte de indecisos moderados que han podido percibir en la militancia demasiadas Navas de Tolosa. Demasiada Covadonga y demasiada reconquista.
El concepto “cojonudismo”, cuya creación se atribuye a Don Miguel de Unamuno, define en pocas palabras un comportamiento típico del ciudadano patrio. “Esto lo hago yo, y mejor que tú, por cojones”. “Esto va a suceder por cojones; porque lo digo yo”. Y en las redes sociales, en las que Vox se ha movido como nadie, la victoria era segura y aplastante simplemente por ese cojonudismo hispano que tan bien describió Unamuno.
La realidad ha puesto a Vox con los pies en la tierra. Su resultado es bueno únicamente porque partía desde cero. Pero nada más. Ni ha conseguido los 40 escaños que Abascal y los suyos suponían, ni los 70 que el politólogo de moda vaticinaba en base a su acierto en las elecciones andaluzas. Y muchos votantes han caído en el error de creer que llenar mítines más que nadie asegura por fuerza un resultado espectacular en las urnas. La historia de la política está llena de ejemplos que demuestran que esto no tiene por qué ser así.
Ciudadanos puede darse por satisfecho. En un ambiente general de derrota y frustración de las derechas (Si es que Ciudadanos puede ser considerado de derechas) es el único partido que ha obtenido resultados ciertamente espectaculares. Rivera, que hizo el papel más digno en los debates televisados por los canales progres del sistema, prácticamente ha doblado su número de escaños y queda a unos escasos nueve del Partido Popular.
¿Gobernará Rivera con el “Doctor” Sánchezstein, pese a lo dicho sobre el PSOE durante toda la campaña? Muchos medios aseguran que no. Que el partido socialista preferirá la compañía de los que le apoyaron sin reservas en la moción de censura y que, desde entonces, tratan de sacar el mayor beneficio posible. Así que es posible que ciertos periodistas y comunicadores estén confundiendo de nuevo los deseos con la realidad. Si Rivera mantiene su palabra de no pactar con los socialistas o si decide “ser un hombre de estado” y pacta con el PSOE para evitar que se forme una nueva versión del frente popular en el gobierno de España, es algo que se verá durante las próximas semanas. Todo dependerá del caso que decidan hacer ambos, Rivera y Sánchezstein, de los consejos que el mentor de ambos, el impresentable Soros, les impartió en su visita a España hace escasas semanas. Siguiendo esa estrategia a buen seguro que Merkel y Macrón tratarán de influenciar también para que este pacto se dé. Pero veremos si el afán de protagonismo de ambos líderes españoles es mayor que la fidelidad al magnate globalista.
EL Partido Popular ha obtenido lo que merece. Casado podrá ser muy buen orador, muy regenerador, e incluso la gran esperanza blanca de un PP que, de venido a menos, ha quedado poco menos que en mendicante con muchas posibilidades de terminar como un sin techo. Y hablando exclusivamente de este grupo como partido, creo que es exactamente lo que merece.
El PP, hoy por hoy, es algo más que el segundo partido más corrupto de España, lo que lo califica como muy, muy corrupto. También es el partido de la gran traición. Una traición que se inició allá por 2008. Traición que se fraguó especialmente durante los últimos años del zapaterismo, cuando los líderes populares ya tenían planeado ocupar el lugar socialdemócrata que el PSOE iba a perder por méritos propios. Y traición que se consumó durante el gobierno liberticida y expoliador de Rajoy, cuya segunda legislatura finalizó precipitadamente facilitando la llegada al poder de un Pedro Sánchez que no tardó en desvelarse como un producto intelectualmente inoperante y políticamente cancerígeno para España.
Personalmente, me hubiera gustado que el PP hubiera perdido aún más escaños, cuyos votos habrían sido recogidos por Ciudadanos y Vox, como ha sucedido en la realidad. Cuando vi en televisión los resultados que iba obteniendo el PP durante el conteo de votos, la única imagen que venía una y otra vez a mi mente era el pánico que debían estar viviendo tantos y tantos vividores que desde su juventud no han hecho otra cosa que agarrarse al partido como garrapatas y que han llegado a desempeñar labores de responsabilidad sin otro mérito que ser los aduladores de tal o cual líder. En el Partido Popular, hay muchos de éstos, y muchos se quedaran sin sus puestos de privilegio. Les deseo que se den un baño de realidad y que entren de una vez a un mercado laboral como el español, donde los trabajos de turnos de 10 a 12 horas, seis días por semana por 900 Euros están a la orden del día, o donde la mayor esperanza de trabajo de muchos es estar pendientes del teléfono por si la EET explotadora de turno les asigna un contrato de pocas jornadas donde machacarse la salud por unas pocas monedas.
El Partido Popular no ha merecido otro resultado que el que ha tenido, excepto un descalabro mayor. Porque, no nos engañemos. Casado es otro hombre de Rajoy. Jamás se le escuchó criticar alguna de las disparatadas medidas adoptadas por su amo. Jamás lideró una sola protesta interna para tratar de frenar la deriva de verdadero tarado de Mariano Rajoy. Jamás se le vio votar contra el líder en el Congreso. Casado es lo que es, y llega hasta donde llega.
Podemos, el chiringuito de unos cuantos comunistas de facultad y campus devenido a partido político, ha perdido casi la mitad de la enorme cantidad de votos con los que empezaron desde cero y que deja casi en algo anecdótico la llegada de Vox al Congreso. Semejante batacazo sí era de esperar. Electoralmente, si hay algo peor que un político que traiciona su programa y hace lo contrario de lo que dice en economía, hacienda y otras áreas, es precisamente un político que adula a una clase trabajadora, revive el guerracivilismo, desdeña a los ricos, a la banca y a la derecha… para acabar viviendo con sueldo de potentado, en una casa de potentado y custodiado como un potentado.
Pablo Iglesias, tenga los escaños que tenga, no deja de ser un personaje menor. Habrá movilizado gente. Habrá interpretado muy bien su papel de rebelde. Habrá convencido magistralmente a cientos de miles de tarados de que, aún viviendo actualmente como un rico, sigue siendo el muchacho izquierdista de Vallecas de humildes orígenes. Pero Iglesias es un político limitado cultural e intelectualmente que no tiene otra táctica que basar su política y discursos en consignas de barricada y obsoletas soflamas propias de bolcheviques. Eso sí, es el personaje necesario para canalizar el voto de gente estulta y mediocre como él, rastrera como Echenique, y prepotente como Monedero. El personaje no da para más.
El PSOE ha ganado las elecciones jugando con la enorme ventaja que da el ingente apoyo de los medios de comunicación de izquierdas, sean estos de izquierdas por línea editorial, por conveniencia económica o por verdadera necesidad de arrodillarse ante el poder. Esto no es nuevo. Desde la era del infame Felipe González hasta hoy, el poder socialista, curiosamente subvencionado en muchas ocasiones por su mejor amigo: la banca, ha ido aglutinando medios favorables ante la inacción o la acción chapucera de la derecha, cuya presencia actual se reduce casi por completo a unos pocos medios disidentes que se tiran al monte a diario para combatir al poder progre desde incómodas trincheras.
Además del factor de los medios afines, hay que sumar obligatoriamente la desmedida influencia que entre sus votantes tiene la enorme red clientelar socialista, tejida durante décadas. Un solo colocado por el PSOE en un ayuntamiento, diputación, fundación u otro estamento similar, puede arrastrar otros muchos votos de familiares y amigos. Esto es una realidad incontestable. Y solo falta un ingrediente definitivo en este coctel. La gran cantidad de votantes socialistas que votan PSOE porque sí y punto. Es lo que yo, desde hace muchos años, llamo voto lanar. El voto que deposita en una urna un socialista al que le importa un pepino que su partido sea, de facto, el partido más corrupto de España y uno de los más corruptos de Europa. El partido del engaño desde los inicios de la democracia. El partido del terrorismo torpe de estado que dio con algunos de sus altos cargos en la cárcel. El partido que ha gobernado una comunidad autónoma durante 36 años, manteniéndola en la misma ruina desde el primer día hasta el último de esas tres décadas y media mientras altos cargos se han enriquecido irregularmente y dilapidado recursos públicos a manos llenas. El partido que es suficientemente hábil como para declararse anticatólico con sus hechos pero cómplice de la iglesia papista en secreto, y que sin embargo capta como ningún otro el voto de los devotos de capirote y saeta de Semana Santa.
El PSOE es, ideología al margen, la mejor definición de una España incoherente que actúa contra sí misma. El PSOE es la imagen de la corrupción que afea y echa en cara la práctica de la corrupción. El PSOE, cuando gobierna, se comporta como el toxicómano que, arruinado, malvende lo que tiene para poder comprarse unos picos y, una vez pasado el “mono”, vuelve a robarse a sí mismo algo que malvender para comprar más picos. El PSOE es el partido que aglutina a esa España dispuesta a defender a los peores criminales de nuestra historia, sin importar que éstos hayan sido mucho peores que aquellos a los que pretenden desenterrar para resucitar una guerra civil que perdieron hace ochenta años.
Esta es la España que ha ganado las elecciones, pero de un modo tan insuficiente que para gobernar tendrá que volver a los brazos de los independentistas de uno y otro pelo y al regazo de un Podemos experto en agitar a unas masas tan manipulables y entregadas como los fans de la Pantoja. Es la España que ha preferido la opción de un líder prefabricado, falsario, imitador de Obama, inseguro, inepto y nada preparado para asumir un puesto de semejante responsabilidad. Es el presidente que le gusta a esa España, en cuyas manos estamos el resto de españoles. Y no nos engañemos. Es muy posible que, más que el Doctor Sánchezstein, los verdaderos ganadores de estas elecciones generales hayan sido los independentistas catalanes y vascos.
Los siguientes días van a ser muy intensos. Políticamente convulsos, económicamente preocupantes y socialmente decepcionantes. Y en tres semanas tendremos elecciones municipales y autonómicas. ¿Podrá revertirse el resultado de lo sucedido ayer? En buena medida, dependerá de las dosis de realidad, de responsabilidad y de cojonudismo que los españoles decidan tomar antes de acercarse a las urnas.