Desde los comienzos de la humanidad, y como miembros que somos del orden de los primates, nuestros bebés y niños han dormido siempre en compañía de sus cuidadores hasta que son lo suficientemente mayores para protegerse solos de las hostilidades del medio (Small, 1999). Pero desde hace unos pocos siglos una parte de la humanidad – la cultura occidental industrializada – se impuso la costumbre de obligar a sus hijos a dormir lejos de su madre (y/o cuidadores) y enseñarles a dormir solos.
Una costumbre que comenzó debido a las circunstancias sociales, culturales, morales y económicas que se vivían en esta sociedad y que se afianzó definitivamente a finales del siglo XIX, cuando empezó a aparecer como regla de oro en los manuales de los profesionales de la pediatría de la época. Más o menos al mismo tiempo empezó el estudio científico del sueño infantil, que tomó como referencia de normal y saludable el bebé/niño que dormía sólo y no era alimentado con lactancia materna, en lugar del bebé/niño que duerme acompañado y tiene acceso al pecho de su madre para alimentarse y consolarse (McKenna et al, 2007).
Como era de esperar, y dado que el garantizarse la presencia del cuidador (y su alimento) es un comportamiento innato fuertemente grabado en nuestro instinto primal, nuestras criaturas se rebelaron contra esta costumbre, llorando y reclamando la presencia de los adultos para iniciar su sueño, negándose a dormir solos. De esta manera se vio afectado no sólo su propio sueño, sino también el sueño de sus padres, haciendo imposible que ningún miembro de la familia descansara lo necesario.
Nacieron así los problemas del sueño infantil que, con el apoyo del método científico, pasaron a la categoría de enfermedad con el nombre de “Insomnio infantil por hábitos incorrectos” o “Behavioral insomnia of childhood” (BIC). Esta enfermedad se definió como:Se consideró que la habilidad para auto-consolarse y dormirse solos sin la presencia de los padres y permanecer así dormidos durante toda la noche debería desarrollarse entre los 3 y los 6 meses de edad, por lo que los niños que a partir de los 6 meses no seguían estos criterios serían diagnosticados de BIC (AASM, 2005).Y como ocurre ante cualquier enfermedad, no faltaron los tratamientos. Dos fueron las aproximaciones posibles: medicación y técnicas de adiestramiento o terapias cognitivo-conductuales (CBTs). Como diversos estudios demostraron que la medicación era ineficaz para resolver el problema a largo plazo, no tardaron en imponerse lasCBTs (Mindell et al, 2006; Vriend & Corkum, 2011). Estas CBTs se basaban en las líneas conductuales de la psicología y la pedagogía iniciadas por Skinner, Pavlov y Watson. La primera de ellas fue la llamada crying it out (dejar llorar), unmodified extinction (extinción no modificada) o simplemente extinction (extinción) y que consistía en dejar llorar a la criatura sola en su cuarto, dentro de su cuna o cama, hasta que se callaba. Los estudios demostraron que era altamente eficaz para curar el BIC pero tenía un importante problema: la intolerancia de los padres para soportar el llanto incontrolado de su bebé durante horas (Williams, 1959). En un porcentaje muy alto esta técnica fallaba porque los padres eran incapaces de aplicarla consistentemente, con lo que conseguían el efecto contrario. Por eso, en la década de los 80, Rolider y Van Houten publicaron un artículo describiendo en detalle un método que se llamaría desde entonces controlled comforting (consuelo controlado), controlled crying (llanto controlado) o graduated extinction (extinción gradual), una técnica en principio “más amable” ya que permitía hacer breves visitas al bebé/niño en las que el cuidador podía consolarle mediante la voz, aunque sin tocarle ni sacarle de su cama/cuna (Rodiler & Van Houten, 1984; Mindell et al, 2006). En 1984 esta técnica llegó al gran público de la mano del doctor Richard Ferber y su libro Solve your child´s sleep problems (Solucione los problemas del sueño de su hijo) que no tardó en convertirse en bestseller (Ferber, 1985). Once años más tarde el doctor Eduardo Estivill decidió seguir el ejemplo de su colega y maestro, y publicó en España su conocido Duérmete Niño, libro que llegó a ser tan popular que el método pasó a conocerse como Método Estivill o Estivilización (Estivill & Bejar, 1996).A la vez que las técnicas basadas en el controlled crying se popularizaban de la mano de Ferber y Estivill, en el mundo científico empezaron a alzarse voces cuestionando su ética (McKenna & Volpe, 2007; Blunden et al, 2011; Jové, 2006; Gonzalez, 2010; Sunderland, 2006; Gehard, 2008; Liedloff, 2009, entre muchos otros). Diversos estudios provenientes de ramas como la antropología, la etnología, la etología o la neurología empezaron a cuestionar no sólo a las técnicas en sí mismas, sino la misma costumbre de poner a los bebés a dormir solos, a la vez que sacaban a la luz su verdadero origen cultural y no biológico.“… las dificultades para empezar a dormir, para continuar dormido, o ambas, lo que está relacionado con una etiología del comportamiento identificada. Las dificultades del sueño son el resultado de unas asociaciones inapropiadas o de un inadecuado establecimiento de límites”
Estos otros estudios no tardaron en hacer mella incluso en los más fervientes defensores de los métodos de adiestramiento. El colecho empezó a dejar de verse como una aberración o un peligro para la salud física, psicológica y moral de la criatura y, ante las evidencias de su bondad, ningún profesional de la pediatría del sueño pudo seguir atacándolo de manera indiscriminada, por lo que incluso los más recalcitrantes defensores delBIC aceptan hoy en día que cuando se practica por motivos culturales y de convicción es bueno (Eckerberg, 2002). Por otra parte, también empezaron a diseñar técnicas más amables como el camping out (ir retirando el acompañamiento) (Sadeh, 1996), que permite colechar con la criatura un tiempo determinado hasta que acepta la separación, o el positive rutines (rutinas positivas) (Mindell et al, 2009) en la que se establecen una serie de rutinas agradables y tranquilas a la hora de ponerle a dormir.
Pero a pesar de esta tendencia, las técnicas basadas en el controlled crying estaban tan arraigadas en la literatura popular sobre crianza que todavía siguen siendo la primera opción para muchos profesionales y familias a la hora de tratar este hipotético y culturalmente establecido BIC. Desgraciadamente, esta situación se ve mantenida porque, a pesar del debate existente en el mundo de las publicaciones científicas, algunos profesionales se empeñan en mantener estas técnicas vigentes a toda costa, negando incluso la existencia misma del debate.
El debate existe
Pero el debate existe y las más de cien publicaciones citadas en esta revisión lo atestiguan. El malestar que provoca la aplicación de las técnicas basadas en el crying it out o controlled crying, junto con las evidencias científicas, que nos hacen pensar que su éxito en conseguir el comportamiento deseado no es gratuito, sino quese está cobrando un precio en la salud física, psicológica y emocional de los niños al forzarlos a un comportamiento que va en contra de sus instintos primarios de supervivencia, nos hacen pensar que se han quedado obsoletas y es hora de cambiar de dirección. Ya no tiene sentido calificar de patología un comportamiento que ha demostrado ser todo lo contrario: una reacción natural y saludable al sentimiento de abandono y peligro que provoca una costumbre establecida por meras razones culturales.De hecho ya empieza a vislumbrarse un nuevo camino para el futuro en el que mediante modelos interaccionales o transaccionales se ha conceptualizado la interacción bidireccional entre cultura y biología, aplicando el concepto de bondad de ajuste (goodness of fit) para definir la calidad del ajuste entre las necesidades de los padres y de los hijos con el ambiente cultural (Chess & Thomas, 1984).Hasta el momento, las recomendaciones clínicas de gran parte del mundo de la pediatría del sueño se han basado fundamentalmente en cambiar el comportamiento del niño, extinguiendo el comportamiento no deseado (reclamar a sus padres o cuidadores para dormirse), y/o el de los padres, reduciendo su implicación a la hora de dormir a sus hijos e instándoles a mantenerse insensibles ante sus reclamos, todo ello con el fin de llegar al comportamiento culturalmente aceptado. Ha llegado el momento de buscar el verdadero equilibrio entre las necesidades de todos los miembros de la familia para convertir una pobreza de ajuste en una bondad de ajuste, aunque ello conlleve cuestionar, modificar y rechazar aspectos de las normas del comportamiento del sueño infantil de la propia cultura.
Según palabras de Jenni y O´Connors: “La bondad de ajuste entre las necesidades de niños individuales y sus ambientes es lo que debe proveer de una base conceptual para la práctica clínica“
Fuente: suenoinfantil.net/
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