Hace ya tiempo desde la primera vez, pero sigue ocurriendo. Lo tienes todo atado, o eso crees. El cenit de la planificación termina con el estudio de tus personajes. Analizas los matices que conforman las biografías y las separas en distintas fichas que dejas a mano; ningún cabo suelto. El gran desafío da comienzo; te relajas y le das brillo a la imaginación. El bolígrafo apunta a la hoja en blanco (sigo formando parte de las antiguallas que escriben primero a mano y después lo pasan al portátil. Se tarda más, pero si no, la caprichosa inspiración me manda a paseo), una inexplicable sensación de vértigo hace acto de presencia (como siempre) y la historia da comienzo. Las páginas van surgiendo y los personajes, las auténticas piedras angulares dan los primeros coletazos. Todo parece ir bien. Repaso las fichas y compruebo satisfecho que no hay fisuras (aparentes). Surge el primer punto de ruptura y aquí me ando con más tiento. Vuelvo a repasar la estructura, las fichas, hago algunas anotaciones aparte y lo dejo un rato para renovar fuerzas y atraer una vez más la inspiración. La tinta del boli va disminuyendo y cada vez hay más páginas escritas, pero entonces, como dije al principio, el personaje se planta. Parece decirme en voz baja:
«Te agradezco por los planes que tenías pensados para mí, pero tengo una idea mejor.»
Yo que soy un poco tozudo, le advierto:
«¡Quién te has creído que eres! Soy tu creador y me debes lealtad. Sin mí, no existirías…»
Persisto en la advertencia y lo intento. Parece que he ganado, pero es sólo una ilusión. Aparecen otros personajes que poco a poco, como quien no quiere la cosa, terminan conspirando para darle la razón al protagonista.
A veces los imagino en su mundo onírico, riendo por mi supuesta aureola de creador, mientras sujetan a la inspiración (una dama tranquila y afable que no suele dar un paso sin su permiso) para asegurar con su habitual arrogancia:
«Tú verás, pero si no nos das libertad, bloquearemos la historia.»
Y así lo hacen. Cumplen con su palabra, los cabrones y no tengo otra que seguir ese nuevo rumbo que marca la inspiración para cada uno de ellos.
Al final termino por amoldarme y comprendo que no soy su creador, sino un acompañante necesario para dar vida a la historia. Tal vez un cocreador; un sirviente de la palabra al servicio de unos personajes, cuyo destino parecía marcado, antes de empezar a escribir.
Comprendo entonces que la magia de la literatura ha ganado y con el manuscrito ya terminado, sueño con que las peripecias de esos personajes rebeldes, sobrevivan en las manos de algún amable lector que se llegue a divertir, angustiar, sorprender o emocionar, con las vidas que ellos eligieron.