Los pronunciamientos, motines, asonadas y revoluciones han sido eventos íntimamente relacionados con los procesos políticos en muchos países a lo largo del tiempo. En las crónicas históricas desde los antiguos babilonios hasta nuestro presente, son tema constante de análisis. Escritores como Suetonio, Tomas Hobbes, David Hume y otros legaron su visión de este fenómeno.
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En sus obras destacan la rapidez de los motines, la eficacia con que lograron su objetivo o la forma en que fueron repelidos.
La rebelión que vino de Sonora
México no estuvo exento de estos incidentes, es más, desde los primeros intentos por definir el tipo de gobierno fueron parte integrante de su devenir histórico. Hubo gran cantidad de revueltas y revoluciones, algunas ya olvidadas. Quizá una de las más celebres sea la sonorense, porque como resultado de esa insurrección obtendría el poder una de las dinastías gobernantes más importantes del presente siglo.Una de las páginas más interesantes de la Revolución Mexicana es el pronunciamiento de Adolfo de la Huerta, a la sazón gobernador de Sonora, en contra del presidente Venustiano Carranza. El móvil del levantamiento fue la oposición de connotados personajes a la supuesta intromisión de éste en favor de su candidato para las próximas elecciones presidenciales.
“Mi padre, al tomar la copa,
Me hablaba de Zapata y de Villa,
Soto y Gama y los Flores Magón.
Y el mantel olía a pólvora”.
Octavio Paz
De este acontecimiento han corrido ríos de tinta. Los historiadores explican con detenimiento las condiciones que hicieron posible el desafío de los sonorenses. Por ejemplo, algunos destacan que Carranza hizo todo lo posible por debilitar a Álvaro Obregón, en ese sentido creyó oportuno cercar su fuente de poder y enfrentar a sus posibles aliados para nulificarlos. Por su parte, otros estudiosos ponderan que el presidente se hizo viejo y que por eso no concibió que las cosas hubieran cambiado, ni dio crédito a que los generales y sus huestes se pronunciaran en contra suya para derrocarlo.
México no estaba pacificado ni mucho menos en vías de alcanzar la tan ansiada modernidad. El país vivía los últimos estertores del llamado “México bronco.” Algunos caudillos revolucionarios conforme se aproximaban las elecciones para presidente comenzaron a inquietarse. Los militares podían dar un paso más en sus aspiraciones por el poder. La clase política emanada de la gesta revolucionaria sufriría otro acomodo con este hecho.
El año de 1920 fue para políticos y generales un momento de definiciones. Se celebrarían por primera ocasión elecciones presidenciales después de sancionada la Constitución de 1917, lo que despertó la ambición de personas que aspiraban a tal puesto.
Con la sucesión presidencial, la efervescencia política aumentó a tal grado que aparecieron por doquier agrupaciones y partidos políticos. Unos apoyaban a Álvaro Obregón, por ejemplo, el Partido Laboral Constitucionalista (plc), la Confederación Revolucionaria de Obreros de México (crom) y el Partido Cooperativista; otros, el Partido Progresista y el Demócrata apoyaron a Pablo González, de tal manera contendieron dos de los más destacados generales revolucionarios. Con tal respaldo buscarían obtener la presidencia.[1]El candidato oficial fue Ignacio Bonillas, quien representaba los intereses del gobierno saliente. Cuando se conoció esta candidatura, los revolucionarios se dividieron aún más, a pesar de que habían signado un pacto en el que se establecía que el triunfador de Celaya sería presidente de México.[2] El Barón de Cuatro Ciénegas quería decidir la sucesión en favor de su aspirante, esto verdaderamente molestó a los demás contendientes. Uno de ellos, Obregón, se sentía con todas las facultades para relevar a éste. En todo caso, los generales tenían bien puestas sus miras en la silla presidencial. Para Enrique Krauze: “un nuevo Díaz sonorense aguardaba su turno en la presidencia con credenciales no inferiores a las que tenía Porfirio en su momento. Carranza sabía perfectamente el desenlace de aquella historia.”[3]
Tiempos dificiles
Carranza pidió a los caudillos que participaron en la revolución y que estaban peleando el arribo a la primera magistratura del país, su comprensión para que el proyecto que triunfó en 1917 (es decir el de ellos, el constitucionalista) no naufragara por ambiciones personales. No tuvo respuesta. Se resquebrajaba la aparente disciplina de sus subalternos y generales. En consecuencia hizo un último intento, lanzó un llamado a la unión, que tampoco fue escuchado.[4]
La situación se complicaba. Diversos sectores exhortaban a los candidatos a dirimir sus diferencias para no llegar a un verdadero conflicto, de la misma manera pedían que el presidente no interfiriera en el resultado de las elecciones. Carranza no quería que los militares gobernaran el país. Al respecto, Pedro Castro Martínez señala: “en vísperas del cambio en el poder Ejecutivo a don Venustiano le entró un sentimiento civilista, que se había cuidado mucho de manifestar en el pasado, y se inclinó ni más ni menos por el ingeniero Ignacio Bonillas, personaje de una trayectoria política que apenas podía considerarse como buena.”[5]
Los bonillistas organizaron el Partido Nacional Democrático, y lanzaron a su candidato en ausencia el 23 de noviembre de 1919. Así pues, Bonillas fue relevado de sus funciones diplomáticas en Washington, para contender por la presidencia del país.[6] Parecía que con el aval del rey viejo y su gestión al frente de la embajada mexicana en Estados Unidos, sería bien vista su candidatura y por añadidura se consolidaría su legitimidad como gobernante de México. Las cosas no salieron de este modo.
El río estaba revuelto. Los generales González y Obregón se sentían como los herederos indiscutibles de Carranza, por consiguiente tenían forzosamente que tomar ese sitio. Contaban con suficientes méritos. Se justificaban en sus hechos de armas y el apoyo prestado al Primer Jefe durante la gesta revolucionaria. Un aspecto que impulsó sus ambiciones en aras del poder fue que el Barón de Cuatro Ciénegas estaba a punto de dejar el mando. De ninguna manera influiría en los destinos del país en lo sucesivo. En ese sentido, prepararon sus respectivas campañas políticas —uno en el estado de Morelos, el otro en el ámbito nacional y dentro del ejército— y en vista de la negativa presidencial a reconocer sus supuestos derechos, dejaron a un lado sus postulados políticos en pos de la presidencia, apoyaron el Plan de Agua Prieta y se pusieron al frente de sus huestes. La marcha sería con rumbo a la capital.[7]
Los ingredientes de la revuelta
La confusión reinó desde finales de 1919 y principios del año siguiente. Carranza, en vista del malestar de algunos políticos, convocó una reunión de gobernadores con el propósito de obtener el apoyo para su candidato civilista. Faltaron algunos a la cita: Adolfo de la Huerta (Sonora), Enrique Estrada (Zacatecas), Carlos Grane (Tabasco), y Pascual Ortiz Rubio (Michoacán). Pretextaron dificultades al interior de sus entidades, la causa real de su ausencia era su evidente obregonismo.
Hubo otra cuestión de fondo, que determinó la rebeldía de los sonorenses: Carranza decretó la federalización de los ríos San Miguel Horcasitas y Sonora. La medida, obviamente, no fue bien vista en la región. Cuando De la Huerta tomó posesión de su cargo, por enésima ocasión, como gobernador de ese estado, no acató tal mandato, por consiguiente tuvo roces con el presidente. Se enviaban telegramas con amenazas, regaños y desafíos. A tal grado que la Suprema Corte de Justicia tuvo que intervenir.
Para debilitar el centro de apoyo obregonista, Carranza realizó una labor de desgaste en Sonora. En primer lugar mandó tropas, a continuación desconoció los pactos que los yaquis habían realizado con el gobierno delahuertista, por último hostigó a éstos y fomentó el sentimiento antichino. La entidad estaba al borde del caos.
Los periódicos del norte atizaron el fuego, en particular Orientación, editado en Sonora bajo la dirección de Clodoveo Valenzuela. En sus páginas difundieron con lujo de detalles el conflicto. Además de este diario otras publicaciones pusieron en entredicho las facultades presidenciales para desconocer el tratado de paz con los yaquis y cuestionaban la aplicación del artículo 27, base legal de la determinación carrancista. Es decir, apoyaban la postura delahuertista y defendían la soberanía estatal.
Mientras esta querella avivaba la hoguera, Obregón y González, se entrevistaron el 11 de abril de 1920 en un conocido restaurante de la ciudad de México. En ese encuentro se acordó que el segundo apoyaría al caudillo sonorense, de este modo el ejército tendría a un solo candidato. El manco de Celaya representaba sus aspiraciones. Algunos militares asumían que era su mejor opción para ganar la presidencia. Al respecto, Berta Ulloa subraya que: “desde que Obregón lanzó su candidatura se abrió una brecha entre el gobierno de Sonora y el federal.”[8]
El gobierno puso especial cuidado a las actividades de Obregón, tanto así que lo vigilaban muy de cerca los agentes encomendados a ese fin. Sabedor de que lo querían apresar, desafió su suerte y vino a México para atestiguar en la corte militar que se le había instalado a Roberto F. Cejudo, por sospechas de participar en una confabulación en contra del gobierno[9]. El Consejo de Guerra tenía el propósito de implicarlo en este complot y arrestarlo. Obregón no asistió a dicha diligencia. Se escabulló de la vigilancia y, disfrazado de ferrocarrilero huyó con rumbo a Iguala. Su escapatoria fue peliculesca.
El Plan de Agua Prieta
Adolfo de la Huerta no tuvo otra salida que convocar a sus seguidores para contar con su apoyo. Una vez reunidos lanzaron el Manifiesto de los Tres Poderes, en donde desconocían al gobierno central[10]. De esta proclama se pasaría a la elaboración del Plan de Agua Prieta,[11] documento firmado el 23 de abril de 1920 por Plutarco Elías Calles, Ángel Flores y Arnulfo R. Serrano, el cual desconocía al Poder Ejecutivo federal, a sus gobernadores e invitaba a todos los mexicanos a tomar las armas para defenderse de la intromisión del presidente en un proceso electoral[12]. La rebelión que con el paso del tiempo se conocería como de Agua Prieta iniciaba.
Uno de los baluartes del movimiento fue el general Elías Calles quien procedente de Tucson, Arizona, se puso al frente de la hueste sonorense. Además fue apoyado por jefes militares como Roberto Cruz, Jesús M. Aguirre, Abelardo Rodríguez, Anatolio Ortega, Fausto Topete, Lino Morelos y una tropa de 25 mil hombres. Eso sin contar con los gonzalistas, los zapatistas de Genovevo de la O, “los mapaches” oaxaqueños y otros pronunciados.[13]
Carranza, no obstante, aún parecía apoyarse en las fuertes unidades militares que bajo el mando supremo de Pablo González formaban un amplio cinturón alrededor de la capital. Sin embargo, en vista de la creciente fuerza del movimiento aguaprietista, González prefirió abandonar la capital y acabó por colocarse también del lado anticarrancista.[14]
La situación en Sonora no era tan precaria como parecía; sus dirigentes habían calculado que recibirían apoyo de otros estados y no calcularon mal.[15] De una actitud política y militar netamente defensiva, el pronunciamiento aguaprietista, pronto pasó a la ofensiva con base en la ramificación del movimiento y el apoyo desde el sur por parte de Obregón. La aplicación táctica de sus generales ayudó a remontar la ventaja militar que en apariencia tenía el gobierno federal, de tal manera controlaron vastas regiones: el Golfo, la Huasteca y el sur. Militarmente le cerraron el escape a Carranza. Como única vía le quedó el ferrocarril para Veracruz. En consecuencia, los militares indecisos defeccionaron en favor de Agua Prieta.
La causa de Agua Prieta cundió por todo el país. Las plazas más importantes del Norte cayeron en su poder una tras otra. En términos generales, hacia finales del mes de abril y principios de mayo, la situación general era favorable a los sonorenses, quienes iban demostrando que el ejército estaba con ellos. [16]
El rey viejo erró sus cálculos, pensó que este levantamiento no sería más que otra asonada militar, como muchas otras que él conocía por sus lecturas históricas. No obstante, conforme iban desertando sus principales jefes militares y otros permanecían indecisos, prácticamente se quedó con un reducido grupo de fieles. Su salida, o mejor dicho escapatoria, sería como lo había hecho exitosamente en 1914: tomar el tren con su gabinete y principales colaboradores e irse a Veracruz. Llegado ahí tendría el apoyo de su yerno, el general Cándido Aguilar. Los acontecimientos tendrían otro derrotero.[17]
El gobierno de Carranza tuvo que evacuar la capital el 7 de mayo. Su destino sería trágico. Él junto con su comitiva se internaría en la serranía de Puebla y caería presa de una emboscada. Esto daría por concluida una etapa histórica por demás interesante para los estudios históricos que se refieren al movimiento y gobierno constitucionalista.
Finalmente, Agua Prieta significa para la historia política varias cosas. En primer lugar, el éxito de uno de los pocos golpes de Estado que han sido orquestados con todos sus elementos tan bien cuidados y preparados.[18] En segundo, llevó al poder de manera interina a Adolfo de la Huerta, uno de sus promotores, quien tuvo que hacer los arreglos necesarios para que se verificaran las elecciones presidenciales, en las que el ganador fue Obregón. Por último, los sonorenses habían logrado su meta: la presidencia.Autor: Fernando Leyva Martínez para revistadehistoria.es
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Bibliografía
[1] Vid. Pedro Castro Martínez, Adolfo de la Huerta. La integridad como arma de la Revolución, México, Siglo xxi/uam, 1998.
[2] Pedro Castro Martínez, “El Movimiento de Agua Prieta: las presencias sin olvido” en: Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México, México, unam, 1996, núm., 17, p. 98.
[3] Enrique Krauze, Venustiano Carranza, México, Fondo de Cultura Económica, México, 1987, p. 115.
[4] Vid. La obra de Mario Contreras et. al., México en el siglo xx. 1913-1920, México, unam, 1976, p. 379.
[5] Pedro Castro Martínez, Adolfo de la Huerta y la Revolución Mexicana, México, inehrm/uam, 1992, p. 37.
[6] Alfonso Taracena, En el vértigo de la Revolución Mexicana, México, Botas, 1940, p. 266.
[7] Vid. Graziella Altamirano y Guadalupe Villa, “Los sonorenses y sus alianzas: la capitalización del poder” en: Boletín, Fideicomiso Archivos Plutarco Elías Calles y Fernando Torreblanca, México, Sep/Fondo de Cultura Económica, número 7, 1991.
[8] Berta Ulloa “La lucha armada”, en: Daniel Cosío Villegas, Historia General de México, México, El Colegio de México, 1976, p. 1173.
[9] Algunas bandas rebeldes, totalmente desvinculadas de la disputa de Sonora, habían hecho contacto con Obregón, incluyendo a la de Cejudo. No hay pruebas de que el sonorense las ayudara o fomentara, pero el gobierno alegaba tener documentos comprometedores. Véase Miguel Alessio Robles, Historia política de la Revolución, México, inehrm, 1946, p. 231.
[10] Pedro Castro Martínez, op. cit., p. 112.
[11] Vid. La obra de Mario Contreras et. al., México en el siglo xx. 1913-1920, México, unam, 1976, p. 372. El artículo II fue contundente “Que el actual presidente. C. Venustiano Carranza, se había constituido Jefe de un partido político, y persiguiendo el triunfo de ese partido ha burlado de una manera sistemática el voto popular”.
[12] El Monitor Repúblicano, 19 de enero de 1920.
[13] Héctor Aguilar Camín, La frontera nómada. Sonora y la Revolución Mexicana, México, sep/Siglo xxi, 1985, p. 445.
[14] John Dulles, Ayer en México. Una crónica de la revolución, México, Fondo de Cultura Económica, 1978, p. 35.
[15] Charles C. Cumberland, La Revolución Mexicana. Los años constitucionalistas, México, Fondo de Cultura Económica, 1975, p. 370.
[16] Álvaro Matute, La carrera del caudillo, México, El Colegio de México, 1980, p. 115.
[17] Vid. Hans Werner Tobler, La Revolución Mexicana. Transformación social y cambio político 1876- 1940, México, Alianza Editorial, 1994. En este texto se encuentra el apartado “el régimen de los sonorenses 1920-1935” en donde se observa el resultado que tuvo la rebelión de Agua Prieta.
[18] Álvaro Matute, op. cit., p. 130.
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