A decir verdad, más que un artículo y como muchas otras veces, estoy trasladando al papel otra conversación más con el compañero Alberto, siempre dispuesto a profundizar con servidora en las cuestiones tácticas del juego.
Comentando el giro “guardiolista” de Mou, en tanto en cuando ahora parecen adquirir protagonismo Özil, Kaká y Granero -en este orden- al calor de un juego algo más pausado donde se maduran más las jugadas, dos cuestiones nos llamaron la atención: 1) Cuál era la razón del cambio táctico y 2) Cómo había jugado el Madrid históricamente.
Como casi todo en la vida, lo primero es consecuencia de varios factores: los silbidos del Bernabéu, el puñetazo encima de la mesa de la vieja guardia hispana en el vestuario blanco, la enésima decepción ante el Barça planteando un juego defensivo, etc. No nos detendremos más en esto porque lo más interesante de la charla fue el segundo punto y porque el primero, todavía en ciernes, necesita de continuidad para ser juzgado como es debido.
¿Cómo ha jugado el Madrid históricamente? ¿Es el juego posicional el patrón táctico? ¿El cénit al que se aspira?
En primer lugar, nunca le concedió el Madrid tanto poder como el Barcelona a su entrenador. Basta con observar a los dos técnicos de mayor trascendencia en los períodos “clásicos”: Miguel Muñoz y Helenio Herrera. El primero, Miguel Muñoz, ex-jugador, conocedor de la casa, hombre apacible, un castellano viejo, se limitaba poco más que a alinear a los mejores y a domar los egos de una plantilla pomposa. ¿Les suena la comparación? El segundo, Herrera, extranjero, de fuerte personalidad, reestructuró el club, inculcó una filosofía de juego rígida y se erigió como la cabeza del proyecto, por encima de las estrellas fulgurantes barcelonistas -Kubala o Luis Suárez- y pese a que su juego no contaba con el total beneplácito del Camp Nou, nadie dudaba de quién era el jefe allí. Luego se fue al Inter y con él se fue Luis Suárez. ¿Cuántos paralelismos entre Herrera y otro que yo me sé, verdad?
Recientemente, y en esa misma línea, convendríamos en señalar a Del Bosque y Capello como los entrenadores blancos de mayor peso en los últimos veinte años, frente a los barcelonistas Cruyff y Guardiola. ¿Son significativas estas cuatro figuras por ilustrar bien la forma de jugar de sus equipos? Seguramente sí. Veamos por qué.
Del Bosque sería el Miguel Muñoz del siglo XXI. El hombre de club, castizo y capaz de albergar en torno a su figura los cacareados valores del club. Un bombero acostumbrado a apagar incendios en una casa convulsa que conoce bien, un hombre tranquilo que no da demasiadas concesiones a la prensa y un tipo con el que los buenos jugadores van a sentirse cómodos tanto en el vestuario como fuera de él.
Por contra, Capello, representaría la entrega blanca al resultadismo. El sargento de hierro que voz en grito convierte a los holgazanes en espartanos. Un tipo duro capaz de desempolvar el mito del Madrid aguerrido, del noble y bélico adalid, del caballero del honor. Una médium en chándal capaz de resucitar los mitos, las viejas pasiones y los espíritus más queridos y presentes en Chamartín. La extensión del malogrado Miljanic en la contemporaneidad. Un Madrid directo, vertiginoso y sin concesiones, versátil, más germano que británico.
En el bando de enfrente, primero Cruyff y luego Guardiola. Ambos cortados por el mismo patrón. Impulsores de una tipología de juego instalada en las entrañas de La Masía. De La Masía al mundo. Dos entrenadores cartesianos, gustosos por el fútbol total holandés, por convencer. Idealistas que dotan al equipo de cierto aire colectivista, casi estajanovista, hasta convertir a sus equipos en equipos de autor. Para lo bueno y para lo malo, lejos del pragmatismo resultadista propio del otro lado del puente aéreo.
Acto seguido, salieron dos equipos históricos madridistas a contradecirnos: La Quinta del Buitre y el Madrid Galáctico.
Ciertamente, La Quinta del Buitre fue un punto aparte y sí supuso una ruptura con su bello fútbol. Una ruptura que se alejaba del resultadismo que se instaló tras el éxito de Italia ante Brasil en España ’82 y que allanó el camino al propio Cruyff en un contexto de voluntad de cambio en el país, que no solo quería dar carpetazo al derrotismo de La Furia tras su propio Mundial, si no que se abría al mundo también a nivel político tras una Dictadura y una Transición esperpénticas. Prueba de ello, los posteriores cánticos que llevaban a Butragueño a La Moncloa tras la exhibición de éste en Querétaro.
Pero no fue La Quinta del Buitre y su juego el común denominador del fútbol del Madrid. Y ni mucho menos lo fue el Madrid Galáctico, uno de los mitos más y peor alimentados por el gran público. Ese Madrid tenía a jugadores cojonudos, sí, los mejores, pero colectivamente era un pestiño. No tenía continuidad en el juego, era un equipo poco intenso, mal administrado, débil físicamente y a balón parado y que, a veces, rozaba la apatía. ¿Que hacía jugadas magníficas y que apetecía ver siempre? Sí, pero porque era una gran amalgama de solistas. Se inspiró Florentino en el Madrid de Bernabéu pero obtuvo peores resultados. Pero ese es otro tema.