Víctor Alvarado (publicado en pantalla 90)
La red social (2010) contaba con todos los ingredientes para garantizar su éxito, pues relata una realidad extendida por todo el mundo; está basada en el libro de Ben Mezrich Multimillonario por accidente (Ed. Alienta) y se encuentra respaldada por Aaron Sorkin, conocido por ser el guionista de la serie El ala oeste de la casa blanca. Sin embargo, el director David Fincher, que nos ha maravillado con dos películas sobresalientes como Seven y Zodiac y nos ayudó a reflexionar con El curioso caso de Benjamín Button, no hace atractiva su último largometraje porque, bajo mi humilde punto vista, centra toda la acción en habitaciones poco iluminadas, en lugares cerrados, que le darán toda la credibilidad posible, pero se hubiese agradecido alguna concesión al público amante de la buena fotografía. El problema es que centra toda su atención en ambientes muy caseros.
Por otra parte, aunque percibimos un libreto muy trabajado, pensamos que abusa de elaborados diálogos y de ciertos tecnicismos informáticos que alejan al espectador más distanciado e, incluso, al no tan separado de las nuevas tecnologías y le faltan pequeños tiempos muertos necesarios para comprender lo que allí se estaba cociendo. No obstante, nos parecen muy brillantes y esclarecedores los últimos veinte minutos, puesto que se recurre de manera más ordenada al uso del flash-back que te vuelven tan loco en la primera parte del largometraje.
Por otro lado, el autor en una doble trama nos cuenta cual es el origen de la popular red social, llamada Facebook, mientras que se propone explicarnos las demandas judiciales, que sufrió el hombre menor de 30 años más rico del mundo.
Cambiando de tema, el cineasta nos presenta a dos personajes que tienen visiones completamente distintas de entender la empresa y la vida. En primer lugar, nos encontramos con un Mark Zuckerberg (Jesse Einsenberg), un superdotado para el mundo de la informática, carente de habilidades sociales, y cuya motivación no es el dinero. Esta forma de ver el mundo contrasta con una porción de la sociedad capitalista, que tan sólo valora lo material. Y no es que el protagonista sea un portento de virtudes espirituales, pero de lo que se deduce del visionado de la citada obra del celuloide es que el dueño de Facebook era un hombre sin maldad, un tanto indolente y sin grandes ambiciones, que se creó enemigos sin pretenderlo.
En segundo lugar, el actor Justin Timberlake representa al típico tiburón de los negocios, Sean Parker, como una persona ávida de poder, sin escrúpulos e incapaz de asumir el peso de la fama con la sencillez y la naturalidad de su socio y principal accionista.
En definitiva, los espectadores, que se adentren en las fauces de esta notable película, conocerán la génesis de una multinacional, a pesar de que me parece excesivo que alguien la haya declarado la mejor producción de la década.