Revista Opinión

La redefinición de la oposición después del 17 d

Publicado el 07 agosto 2015 por Tablazo Tablazo Cubanoti @tablazocom

Próximamente, del 13 al 15 de Agosto se celebrará en San Juan, Puerto Rico, el Primer Encuentro Nacional Cubano. Es un evento que viene preparando Cubanos Unidos de Puerto Rico hace ya algo más de 1 año y que convoca a organizaciones de las dos orillas. Se intenta conseguir en dicha reunión la unidad de lo diverso. Lo que sigue explora la naturaleza de la diferencia y las bases sobre las que pudiera descansar la unidad.

El peligro del reformismo.

Cuando el general Raúl Castro asumió el mando de la nación tras el desmerengamiento de su hermano Fidel en el 2008 la oposición tuvo, hasta cierto punto, que reinventarse. Una serie de medidas ―entre las que destacaba la nueva ley migratoria― dejó temporalmente a los disidentes sin asidero, toda vez que podían salir y regresar sin consecuencias al país. Pero el lado explosivo de la medida-ley antes mencionada era otro: los disidentes pronto estarían más volcados al exterior que hacia el interior de Cuba. Y, naturalmente, no se hizo esperar una reacción en los medios contra esa suerte de turis-disidencia.

La ausencia de una oposición política estructurada deja muy vulnerable el activismo de la sociedad civil ante el impacto de las reformas raulistas. Cuando la actividad opositora se reduce a un paquete de demandas al gobierno vigente cualquier cambio que emprenda el régimen podría sobrepasar las expectativas de la propia disidencia. Esta última, por ejemplo, no estuvo preparada para asumir el reto del levantamiento de las restricciones de viaje, mientras el gobierno revitalizó con ello su paupérrimo capital simbólico.

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Es un hecho que el cubano de a pie es más radical en sus convicciones anticastristas que buena parte de los llamados opositores. Y resulta cuando menos curioso que del lado de la oposición se le pidan reformas del sistema a un régimen que basa su política en las reformas de su modelo (de socialismo). La paradoja se soluciona cuando se cae en cuenta que la lógica del reformismo es compatible con la disidencia, no así con la oposición política.

El otro golpe demoledor vino de la mano del Presidente Obama. Buena parte de los disidentes y activistas quedaron fuera de la sombrilla del gobierno norteamericano, interesado ahora en aquellos que apoyan incondicionalmente el proceso de normalización. Una gran campaña se lleva a cabo ―tanto al interior como al exterior de Cuba― para vender el esquema bitonal (negro/blanco) de lo que está aconteciendo. Pareciera que no hay matices: quien no apoya el pacto Obama – Castro queda automáticamente del lado del extremismo y la violencia, asociado al constructo ultraderecha-reaccionaria-y-sanguinaria-que-vive-en-el-pasado. Esta tendenciosa y falaz manera de rotular no reconoce la corriente que defiende la normalización, pero con condiciones. Antes bien, mete en un mismo saco el amplio espectro de los que considera hostiles a los dos gobiernos, desde los activistas de Estado de Sats hasta Vigilia Mambisa.

Los incondicionales se hacen pasar, en cambio, por gente abierta y dotada de un rosario de virtudes: inclusivismo, espíritu de diálogo, pacifismo y un largo etcétera. En suma, ellos se ven a sí mismos como lo que se vende, lo que está de moda y a tono con los tiempos que corren. Esta postura, que fructifica dentro y fuera del país, no parece mostrar interés por el cubano de a pie. Su preocupación se focaliza en el ámbito de las relaciones entre los gobiernos cubano y estadounidense, de tal modo que solo les interesa la defensa ―moderada hacia el interior de Cuba y a ultranza en grupos de presión, como CAFE― del diálogo con el régimen cubano, enmascarada bajo la inocua idea de la no confrontación. Y quede claro que cuando se habla de condiciones, desde el otro lado del espectro opositor, se tiene en cuenta exigencias para el diálogo y el acercamiento en general entre los gobiernos de Cuba y los EE UU y no de las clásicas y estériles demandas al gobierno cubano que anteceden al 17 D, las cuales no trascienden la lógica del reformismo y que habría que abandonar para dar pasos concretos en el espacio físico, por la misma razón de no haber funcionado todos estos años de dictadura.

Mi pregunta, entonces ―acorde con la premisa sentada por el presidente Obama― es: si lo que no funciona se cambia ¿por qué los incondicionales de la normalización no salen a la calle a apoyar, al menos, las marchas de las Damas de Blanco? Si Cuba cuenta con un pueblo mayoritariamente anticastrista y el lado débil de la oposición se sabe que ha sido su incomunicación con el cubano de a pie ¿por qué no ir discretamente casa por casa a preparar a la gente para una consulta popular? Se trata de acciones realmente opositoras que no requieren de fondos ni de inmolaciones.

¿Cuál es el peligro, en suma, del reformismo? Que viene delimitando un frente en el que se borran cada vez más las fronteras entre oficialismo, disidencia y oposición leal. En este escenario, la oposición real resulta ser un estorbo.

La luz al final del túnel

Es obvio que los gobernantes que adoptan el modelo totalitario lo hacen con el objetivo expreso de permanecer indefinidamente en el poder. Si ello ocurre en un país como Cuba las probabilidades de cambio de régimen, incluso a largo plazo, son mínimas. Hay un asunto cultural, en este caso, que pasa factura. Personalmente, estoy convencido que si Einstein resucitara y se parara en una esquina de La Habana, al cabo de 5 minutos tendría delante de sí a un par de individuos explicándole la teoría de la relatividad. Estos tipos ―en el improbable caso que le permitieran al genio argumentar sobre el asunto― terminarían reprobándolo con el argumento de que “no sabe un carajo de física”.

Luego viene el tema de la bodeguita, según lo califica un amigo mío: ante cualquier sugerencia de colaboración cada cual hala para sí como si de un asunto de supervivencia se tratara. Ya puede imaginarse cuán difícil resulta unir disidencia, activismo y oposición alrededor de un objetivo que trascienda las expectativas gremiales. Pero, aun el caso que hagamos abstracción del tema antropológico-cultural, el principal obstáculo seguiría en pie: ¿está usted interesado en la vigencia de un régimen democrático o en democratizar al régimen vigente? Sea cual fuere su opción nada conseguirá sin desmantelar el sistema de partido único. Por consiguiente, el consenso ―si fuera posible― no debe construirse sobre la base de objetivos reformistas.

En cualquier caso, a partir del 17 D las cosas se van haciendo más claras y habrá que definir sobre qué bases un cabildeo a favor del diálogo incondicional con la dictadura y una resistencia a trabar contacto con el cubano de pie entra en la extensión del concepto de oposición. En el año 2011 ―recién llegado al exilio― salí en defensa de Estado de Sats ante unas acusaciones de Marta Beatriz Roque que tildaba al proyecto de disidencia light y ponderaba la lógica heroica y de barricada de la oposición tradicional. Las golpizas que no nos daban era el argumento de peso que esgrimía la venerable opositora en nuestra contra. Desde entonces, cada a uno a su manera se ha radicalizado. Yo, que pensaba más como disidente, ahora lo hago desde el ángulo de la oposición. Y no se trata de ironías del destino, sino que el tema cubano es un GPS en constante relocalización: hoy Antonio Rodiles, líder de Estado de Sats, es el que recibe las golpizas y no pocos opositores de la vieja guardia miran a otro lado cuando las Damas de Blanco emprenden su marcha cada domingo.

Personalmente, creo que las condiciones están dadas. El acceso al espacio público, a la calle, está ahí delante de todos. No es una quimera, no es un imposible. Si se es opositor se marcha junto a esas bravías mujeres y se protege el espacio que ellas supieron conquistar para todos nosotros. Espacio sagrado, porque es el único que realmente tenemos y el único que pone en jaque a la dictadura. Si se es opositor se busca el contacto con la gente, se va casa por casa ―como lo han venido haciendo los testigos de Jehová en momentos mucho más difíciles― con el propósito de hacerle ver a cada cubano la necesidad de poner fin al sistema de partido único mediante una consulta popular. Si se es opositor se trabaja por darle voz al pueblo, al cubano de a pie.

La combinación de estos tres factores pudiera ser la unidad de objetivo que busca la oposición en la diversidad de sus formas, a saber: el apoyo, mediante la presencia física, a las marchas dominicales; el contacto individual y sistemático ―cara a cara― con la gente en los barrios, las cuadras y los hogares a fin de que voten NO a la hegemonía del PCC en la consulta popular del 2016 y; la consiguiente necesidad de que el pueblo decida cómo y por quién debe ser gobernado mediante un plebiscito. Esta línea y su respaldo mediático es lo que, en mi opinión, define el campo opositor en Cuba tras las movidas del 17 D. Lo demás también es necesario, pero no necesariamente opositor. Ergo, si esa embajada que abrirá próximamente en La Habana limita sus contactos al entorno reformista, sabremos entonces ―al menos en lo que al tema de Cuba respecta― quién manda en Washington.

Publicado en CubaNet


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