No vamos a descubrirlas ahora, pero indudablemente las redes sociales cada día cobran mayor protagonismo en la comunicación y también en la distribución del conocimiento.
Existe en el mundo académico una cierta—quiero decir cierta en el sentido de verdadera, no en el de escasa—prevención hacia lo que se publica en la red. Algunos profesores, tanto de enseñanza de bachillerato como universitarios, literalmente prohíben a sus alumnos el uso de la Internet, cuando su obligación seria enseñar cómo utilizar Internet, de la misma manera que se enseña a buscar bibliografía o a moverse por una biblioteca.
Parece como si, hasta ahora, todo lo publicado en papel, tuviese marchamo de calidad. No creo que haga falta recordar todas las sandeces y patrañas que se han publicado a lo largo de la historia. Por otro lado se aduce la fiabilidad de las publicaciones revisadas por iguales (peer reviewed) como garantía de calidad. Tampoco vamos a recordar los innumerables fraudes que se han arropado en colegas y de los que el asunto Wakefield mencionado hace poco en este blog sólo es uno de los más sonados.
Ni siquiera el prestigio de las publicaciones resiste una crítica por que sean publicadas en papel. El asunto Wakefield mencionado se publicó en The Lancet, que aún tardó ocho años en rectificar, siendo una revista con una impecable historia de más de un siglo y medio de servicio a la ciencia médica. Revisiones recientes encuentran más errores—y algunos con categoría de garrafales—en la Encyclopedia Britannica que en Wikipedia que, en cualquier caso, te ofrece la posibilidad de corregir los errores on line tu mismo y en el acto.
La redes sociales conectan a la gente y, sobre todo, facilitan información para el acceso a páginas web y blogs cuyo contenido, en cualquier caso, puede ser contrastado.
Facebook, Twitter o YouTube abren puertas y ventanas también para el cuidado y la protección de los niños. Y, últimamente y de forma especial para la protección de los derechos de los niños en lugares como Egipto, donde un habitante de cada tres es menor de 15 años—1,8 millones—que están desde el viernes pasado en el camino de recuperar sus libertades democráticas. Porque yo creo que los derechos democráticos son también derechos de los niños.
X. Allué (Editor)