Podemos anunciar que llegamos a uno de los periodos más importantes de la dominación sarracena en España. El nombre del personaje que va a la cabeza de este capítulo lo dice también bastante al que no sea del todo peregrino en nuestra historia de la edad media. Es el hecho mismo de ponerle al frente, no siendo Almanzor califa, damos ya a entender que no va a ser el califa, sino su primer ministro, el alma y el sostén del imperio musulmán y el gran competidor de los cristianos de la época que nos tocó describir.
EDAD MEDIA
Por una rara y singular coincidencia, de los cinco Estados independientes que se han formado en nuestra Península, a saber, el imperio árabe, los reinos de León y de Navarra, y los Condados de Barcelona y de Castilla, en los tres primeros y mayores reinan simultáneamente tres niños, Ramiro III en León, Sancho Garcés el Mayor en Navarra, Hixem II, que ha sucedido a su padre Alhakem II, en Córdoba: acontecimiento nuevo para los tres reinos, de donde hasta ahora hemos visto excluídos los príncipes de menor edad.
¿Cuál de los tres tiernos soberanos prevalecerá sobre los otros? Naturalmente habrá de preponderar aquel que tenga la fortuna de ver depositadas las riendas del Estado que él no puede manejar en manos más robustas y vigorosas, el que vea encomendada la dirección del reino a personas de más talento y capacidad; la de la guerra, a genio más activo y emprendedor.
Se había confiado la tutela y educación del tierno monarca leonés y la regencia del reino a dos mujeres, a dos religiosas, que lo era ya su tía Elvira cuando subió Ramiro III al trono, y entró también después en el claustro su madre Teresa, viuda de Sancho I. Por fortuna a la natural flaqueza del sexo suplía la piedad y discreción de estas dos mujeres, en términos que no sólo marchaba en prosperidad el Estado bajo su gobierno, sino que en una asamblea de obispos y magnates celebrada en León (974) se dieron gracias a Dios por los particulares beneficios que el reino disfrutaba bajo la acertada y prudente dirección de las dos piadosas princesas, y principalmente de Elvira, que era la que ejercía más manejo en los negocios públicos, hasta el punto de decir aquellos próceres, que si por el sexo era mujer, por sus distinguidos hechos merecía el nombre de varón. En principios de virtud y en máximas de sana moral educaban las dos religiosas princesas a su real pupilo: se ejercitándose en piadosas obras y fundaciones; remediando y corrigiendo abusos, contándose entre sus medidas la supresión que de acuerdo con los obispos hicieron de la silla episcopal creada en Simancas por Ordoño II contra los sagrados cánones que prohibían la existencia simultánea de dos cátedras episcopales en una misma diócesis.
Hubiera prosperado el reino de León bajo el gobierno de tan virtuosas y discretas mujeres, si por una parte el príncipe, a medida que crecía en años, no hubiera crecido también en aviesas inclinaciones, desviándose de los saludables consejos de su madre y tía, y dando rienda a sus pasiones juveniles y a los instintos de su natural soberbia; y si por otra parte el reino leonés hubiera podido conservar la paz que habían respetado Abderramán III y Alhakem II, y no se hubiera levantado en el imperio musulmán un genio inquietador y belicoso que había de poner en turbación y conflicto todos los Estados cristianos.
La Historia General de España de Modesto Lafuente, es considerada el paradigma de la
historiografía nacional del pensamiento liberal del siglo XIX. Impresa en Barcelona por Montaner y Simón entre 1888 y 1890.