Una de las mayores injusticias que las mujeres han vivido desde hace miles de años ha sido el doble rasero en lo que a la virtud y el adulterio se refieren. Ya en los primeros textos legales, el adulterio femenino era tratado con mucha más dureza que el masculino. Las infidelidades de ellas podían llegar a provocar duros castigos, cuando no la muerte. El adulterio fue (lo es) un habitual en todas las clases sociales, pero de las más sonadas las encontramos en la cúpula del poder. Las distintas monarquías existentes nos han dejado truculentas y suculentas historias de amoríos fuera del matrimonio y la lista de amantes reales es inabarcable. Los reyes han disfrutado de un derecho no escrito que les permitió que sus favoritas y sus bastardos corretearan por los pasillos de palacio conviviendo incluso con la familia oficial del soberano. ¿Al revés? Muy pocos casos. No fue precisamente el de Carolina Matilde, quien pagaría muy cara su osadía de engañar al rey.
Carolina Matilde pertenecía a la casa real de Hannover y era nieta del rey Jorge II de Gran Bretaña. Había nacido el 11 de julio de 1751 en Londres. Su madre, Augusta de Sajonia-Gotha, se había casado con Federico Luis, príncipe de Gales y heredero al trono británico. Pero ni Federico fue rey ni su hija llegaría nunca a conocerlo. Carolina, la última de los nueve hijos de la pareja, nació pocos meses después de su muerte.
El destino de Carolina, como el del resto de sus hermanos se encontraba en las constantes alianzas matrimoniales entre la realeza europea. A ella le tocó como esposo a un rey con problemas mentales y demasiado aficionado a las fiestas, el sexo y el alcohol. Detalles que se le ocultaron a la entonces joven de quince años quien se casó por poderes el 1 de octubre de 1766 en el Palacio de Saint James. A su hermano, el rey Jorge III, no le importó entregarla a un nombre que tenía muy pocas posibilidades de hacerla feliz. La razón de estado estaba por encima de todo. A los pocos días, dejaba atrás su hogar, a los suyos, su juventud e inocencia para embarcarse rumbo a un destino que poco imaginaba iba a ser como el que se encontró.
Arresto de Carolina MatildeBy Rezo1515 - Own work, CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=80776176
Desde el primer momento, Carolina se dio cuenta de que Cristián VII de Dinamarca, su esposo desde el 8 de noviembre, era un hombre libertino, inestable y a quien no le importaba mostrar su indignidad por las calles y burdeles de Copenhague. Tampoco a la corte ni al pueblo parecieron importarles que el ya casado soberano, acudiera a su esposa únicamente para intentar concebir un heredero. Carolina Matilde sufrió la soledad de las frías paredes de los castillos y palacios daneses.
Hasta que su propio esposo le trajo la solución a sus anhelos. Aunque también su propia sentencia de muerte. El 28 de enero de 1768, la reina daba a luz al pequeño Federico. Satisfecho con sus responsabilidades conyugales, Cristián dejó sola a su esposa y se embarcó en un largo viaje por Europa que terminó casi un año después.
A su regreso, no volvió solo. Junto a él venía un médico ilustrado alemán que se había ganado la confianza de Cristián y al que elevó al rango de ministro. Johann Friedrich Struensee no solo consiguió doblegar la inestabilidad mental del rey e iniciar reformas basadas en sus ideas ilustradas. La reina se convirtió pronto en una pequeña obsesión que fue recíproca. En poco tiempo se convertían en amantes. Aún a sabiendas de la gravedad de aquella situación, no pudieron evitar estar juntos siempre que podían, con las sombras de palacio como sus principales aliados. Hasta que un segundo embarazo de la reina puso a los amantes en una complicada situación.
Mientras el rey Cristián VII no escondía sus infidelidades, su esposa pagaría muy caro el adulterio
El 7 de julio de 1771 nacía Luisa Augusta y casi nadie creyó que era hija del rey. A pesar del empeño de ambos amantes por salvar las apariencias, en pocos meses terminaría su historia de amor. En enero de 1772, la reina Carolina Matilde y su amante eran detenidos. Nunca más volverían a verse. En la primavera de aquel mismo año, Johann Friedrich Struensee fue condenado a muerte y ejecutado sin que Carolina pudiera hacer nada por salvarlo.
Desaparecido su amante, la reina buscó la manera de salir de su prisión pidiendo clemencia a su esposo y a su hermano el rey de Inglaterra. Nadie se apiadó de ella. Un mes después de la muerte de Struensee, Carolina Matilde se despedía de sus hijos y se marchaba para siempre de Dinamarca. Había salvado su vida pero había sido condenada al destierro en Alemania donde vivió solamente tres años más.
El 10 de mayo de 1775 fallecía a causa de la escarlatina en Celle, donde lloró la ausencia de sus hijos. Mientras tanto, su esposo continuó con su vida disoluta, con sus amantes y sus orgías, sin que nadie pensara nunca en censurar abiertamente su conducta. Jorge III no ayudó a su hermana a reencontrarse con sus hijos en vida. Tampoco respondió a su última voluntad de regresar a casa después de muerta negándose a que sus restos fueran enterrados en Inglaterra.
Bibliografía
A queen of tears, Caroline Matilda, queen of Denmark and Norway and princess of Great Britain and Ireland, William Henry Wilkins
Los caballeros de la reina, María Pilar Queralt
Película