El interesante aunque, en ocasiones, irregular realizador británico Stephen Frears está evolucionando notablemente con el paso del tiempo en su modo de entender el cine. Poco o nada queda de aquel cineasta que, a mediados de los ochenta, sorprendía por su originalidad y su visión artística arriesgada y transgresora. Títulos como “Mi hermosa lavandería”, “Ábrete de orejas” y “Sammy y Rosie se lo montan” dieron a conocer a un creador sin ataduras, dispuesto a desmenuzar la realidad que quería transmitir. Gustase o no, se mantenía fiel a un estilo personal y honesto. Lejos queda ya el director que encandiló sobremanera con la sobresaliente “Las amistades peligrosas”. La frescura de “Alta fidelidad” o el gancho de “Los timadores” pertenecen a otras décadas, casi a otra época, y en el presente milenio Frears se ha convertido en un artista más académico en las formas, más conservador en los planteamientos y mucho más moderado en los impulsos. Aunque trabajos como “La reina” o “Philomena” poseen atractivos y ofrecen grandes interpretaciones, parece haber perdido gran dosis de su instinto para plasmar de manera sugerente las tramas, los conflictos y la complejidad de los personajes. Tal vez sea como consecuencia de cumplir años, pero sus recreaciones resultan más convencionales y, por ello, su trayectoria se resiente. La de “La reina Victoria y Abdul” es una hermosa historia, plena de preciosos paisajes, suntuosos decorados, música evocadora y guion bienintencionado. Ahí radica su principal mérito y, asimismo, su mayor demérito. La intensidad narrativa, la utilización del enfrentamiento, el dramatismo como expresión y la ironía ácida como arma cómica han dado paso a una recreación que reside sobre la comodidad del argumento y sobre unos personajes planos, del gusto de los académicos. Por lo tanto, cosechará algunos seguidores devotos, otros detractores acérrimos y una legión de espectadores indiferentes que reconocerán a partes iguales sus virtudes y sus defectos. Gustará sin duda a los aficionados a los melodramas tradicionales, gracias a su ornamentación, vestuario, colorido y toque de bondad. Por el contrario, quienes consideran los rasgos anteriores como una edulcorada sobredosis de dulzura y moralina estarán mirando al reloj desde mitad de la proyección, anhelando su final. Cuestión de gustos. Al público que demanda más contenido y más mordiente en un largometraje, le resultará insulso y anodino. Sin embargo, los incondicionales de las adaptaciones impecablemente presentadas lo considerarán sensible y tierno. En cualquier caso, se trata de un proyecto agradable que contiene secuencias muy conmovedoras. Lo mejor de “La reina Victoria y Abdul” tiene un nombre: Judi Dench. Esta extraordinaria actriz, ganadora de un Oscar por su actuación en “Shakespeare in Love“ y nominada en otras seis ocasiones (“Su Majestad Mrs. Brown”, “Chocolat”, “Iris”, “Mrs. Henderson presenta”, “Diario de un escándalo” y la ya citada “Philomena”) interpreta a la perfección su papel, aporta credibilidad al conjunto y lleva sobre sus hombros todo el peso de la película. Incluso aquellos que no aplaudan el film deberán rendirse a la evidencia de la capacidad artística de esta legendaria intérprete que, a sus ochenta y dos años, continúa dando lecciones magistrales y es capaz de eclipsar al resto del reparto. Personalmente, me queda cierto regusto amargo ante la tendencia permanente de limitarse a embelesar con la majestuosidad de la realeza británica, sus palacios y sus rituales a la hora del té. Y, si bien la campaña publicitaria del film insiste en que está basado en un hecho real, cabe preguntarse si realmente los sucedidos ocurrieron tal y como se cuentan o se nos trasladan a través de una versión en exceso blanda y virtuosa.
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Datos del film
Título original: Victoria and Abdul
Año: 2017
Duración: 112 min.
País: Reino Unido
Director: Stephen Frears
Guion: Lee Hall (Novela: Shrabani Basu)
Música: Thomas Newman
Fotografía: Danny Cohen
Reparto: Judi Dench, Eddie Izzard, Adeel Akhtar, Tim Pigott-Smith, Ali Fazal