Título: La Reinvención de Homero. El misterio de los orígenes de la épica. Autor: Andrew Dalby. Editorial: Gredos, Madrid. Páginas 328 pp. Precio: 25 €.
La polifonía de las grandes obras motiva en ocasiones interpretaciones extremas. Podría ser el caso del presente ensayo de Andrew Dalby sobre la Ilíada y la Odisea. Tradicionalmente atribuidos a Homero, ambos poemas épicos narrativos fueron fruto de una larga tradición de poesía oral cuyos puntales estructurales, las fórmulas, servían para construir una narración fluida y para que el público estableciese conexiones en la narración. Su oralidad determinaba necesariamente su facilidad de comprensión y asimilación. La «teoría de la oralidad», planteada, entre otros, principalmente por Milmam Parry, consideraba que los aedos y rapsodas griegos arcaicos (y cualquier otro cantor oral) aprendían una formulación precisa, una gramática compuesta de fórmulas, escenas repetidas o temas. Ahora bien, cada actuación era única, ya que el poema se creaba cada vez que el poeta cantaba o recitaba.
A partir de este presupuesto de la «actuación única» misteriosamente obviado por los estudiosos de la literatura griega, Dalby sostiene que los lazos entre el legendario poeta oral Homero y la redacción de Ilíada y Odisea que nos han llegado son endebles, pues Homero no debe confundirse con el auténtico poeta que escribió ambos poemas.
El origen de la fuerte tradición que adjudica a Homero la composición oral (que no escrita) de una parte de la poesía griega primitiva aparece consolidada en el siglo V a.C. Autores como Píndaro o Heródoto pensaban que Homero había compuesto los poemas en el siglo IX a.C. Después, los poemas habrían pasado de generación en generación hasta que el tirano Pisístrato, hacia el 540 a.C., los habría mandado poner por escrito. En los siglos V y IV Homero se convierte ya en un clásico y es estudiado en la escuela. Con el paso del tiempo, Homero, pues, habría adquirido una entidad real y una detallada biografía.
Sin embargo, para Dalby este argumento que otorga a Homero la composición de la Ilíada y la Odisea en el siglo IX-VIII a.C. no es sólido. En primer lugar, porque, basándose en hipótesis histórico-lingüísticas, el florecimiento de la épica no debe situarse a mediados del siglo VIII, sino mediado el VII (650), por lo que es contemporánea de la lírica. Como prueba de esta afirmación rastrea retazos de lírica en Homero: linos, himeneos, peanes o lamentos pueblan la obra. Bajo este supuesto de Dalby, los Trabajos y días (700 a.C.) y la Teogonía (690 a.C.) de Hesíodo serían anteriores a las epopeyas homéricas, pues su datación tradicional no ha tenido en cuenta que pertenecen a dos comunidades lingüísticas distintas.
En segundo lugar, porque, por su extensión, la Ilíada no pudo quedar consignada a partir de actuaciones normales, sino que, en una «actuación única», fue compuesta para ser escrita, es decir, composición y escritura fueron simultáneas. Además, este proceso de escritura tuvo que durar semanas o meses y fue realizado por un poeta que actuaba en el seno de una tradición oral y que conocía lo que era la escritura; se trataría, además, de un experto en el repertorio de temas, episodios y personajes de la Ilíada.
La Odisea, según Dalby, sería, veinte años más tarde, una secuela de la Ilíada, y, por tanto, obra del mismo poeta que, con mayor confianza en sí mismo y evitando la repetición, habría reflexionado sobre la relación entre las palabras y la verdad, y se habría replanteado las opiniones sobre la sociedad y la moral humanas que subyacían en la Ilíada. El acto simultáneo de composición-escritura de ambos poemas se produjo, según Dalby, en una esfera privada, ya que no es posible que estos poemas se copiaran a partir de una actuación pública normal. En la Grecia arcaica este ámbito de la vida estaba regido por las mujeres, pues el trabajo femenino se desarrollaba en casa; por ello, concluye Dalby, al modo de Safo, el autor de estas obras épicas pudo y debió ser una mujer.
Según Dalby, esta hipótesis se fundamenta en varios hechos: primero, que la poesía oral no ha sido privativa de los hombres; segundo, que las mujeres han sido creadoras, transmisoras o intérpretes, aunque fuera de sus familias su contribución a la literatura haya podido ser silenciada; tercero, que las mujeres son más conservadoras en el habla (de ahí que la Ilíada y la Odisea parezcan lingüísticamente anteriores); y cuarto, que el autor de ambas obras comprendía «extrañamente» los sentimientos femeninos.
A esta hipótesis tan rompedora, y que ya hace unas décadas fue apuntada por Samuel Butler en The Authoress of the Odyssey, el mismo Dalby opone varias objeciones, entre ellas que ningún autor antiguo plantea o se refiere nunca a la autoría femenina. Consciente de esta postura controvertida, el autor se escuda en que su pretensión es distinguir los hechos de conjeturas, y en que no trata de rebatir las opiniones tradicionales. Sin embargo, aunque el mensaje que trasladan estas primeras obras del canon occidental es intemporal y sus valores universales, parece imposible defender con rotundidad una opción y descartar la contraria. En manos de cada lector o erudito queda la decisión.
Texto: Mónica Menor. (Profesora de Latín y Griego en El Colegio Nuestra Señora Santa María de Madrid). Publicado en Revista de Libros. Nº 159. Marzo 2010.
Ficha del Libro: Editorial Gredos.