Había dicho que no y no, que de ninguna manera, que se mantendría alejado de aquel fanatismo, que ni esto ni lo otro iban a modificar su decisión tan clara y su camino recto... Pero al sonar la hora, confundido tal vez por un impulso que venía de la parte más honda de su naturaleza, abrió la reja que clausuraba el gran portón, pasó al otro lado, se enfundó la loriga, agarró la tizona y, picando espuela, se unió a la hueste de los recalcitrantes.