Revista Opinión
España lleva más de tres meses, tras la celebración de las últimas elecciones generales en diciembre pasado, esperando la formación de un gobierno conforme al resultado de las urnas. Acostumbrados desde la restauración de la democracia a un bipartidismo que se alternaba en el poder con el apoyo mayoritario de los ciudadanos, los cuales otorgaban mayorías absolutas o suficientes para ello, nadie en esta ocasión puede asumir la tarea de gobernar en solitario. Un parlamento fragmentado, que expresa la diversidad de la sociedad española, obliga ahora a la adopción de acuerdos entre las distintas minorías allí representadas a la hora de conseguir los apoyos que posibiliten la investidura de un candidato a presidir el Gobierno. Sin acuerdo parlamentario o de coalición no hay manera de formar gobierno. Se trata de una posibilidad remota si todos los que pueden conjurarse para un pacto se empeñan en negar los apoyos, bien votando a favor o bien absteniéndose, para aglutinar una mayoría que sustente al dispuesto a gobernar. Por primera vez en España ningún partido obtiene mayoría absoluta o suficiente, por lo que es imprescindible el pacto entre minorías para constituir un nuevo gobierno que encare los problemas del país, que no son pocos.. Pero los partidos no acaban de ponerse de acuerdo y todo apunta, tras más de cien días de infructuosas negociaciones, que habrá que repetir otras elecciones para ver si unos nuevos resultados facilitan la elección presidencial.
Desde el mismo día de los comicios, cuando el recuento de votos permitía adivinar el resultado final, apuntábamos en este blog el arranque de un tiempo nuevo en la democracia española que obligaría al diálogo y los acuerdos para conformar mayorías que faculten la gobernabilidad del país. E indicábamos que ello sería, en sí mismo, bueno para una oportuna regeneración del sistema político por cuanto nadie podría, como era costumbre, imponer sus únicos criterios sin atender los de otros grupos afines o contrarios. Un tiempo nuevo que traería la necesidad de entendimiento entre distintas formaciones y tener que admitir las aportaciones o enmiendas de cuantos participen a sostener al Gobierno. El fin del bipartidismo y la aparición de nuevos partidos emergentes eran saludados, entonces, como una bocanada de aire fresco que vendría a renovar la cargada atmósfera viciada de la política en España. Y confiábamos en la capacidad de las distintas formaciones políticas para anteponer los intereses generales del país a los suyos propios, actuando con alturas de miras y sentido de la responsabilidad. Pero, por lo visto, erramos en la apreciación..Más de cien días sin poder formar gobierno son demasiados para demostrar la incapacidad de los partidos al pacto y la negligencia en atender el mandato de los ciudadanos: constituir un gobierno que refleje la pluralidad de los votantes.
Queda un último esfuerzo. El que intentarán en tiempo de prórroga PSOE, Ciudadanos y Podemos, a partir de mañana, para mantener unas negociaciones tripartitas, presididas por el pesimismo que generan las enormes diferencias existentes entre las tres formaciones. Van a buscar ese acuerdo al que no han sabido o podido llegar hasta ahora, aunque sean conscientes de que los tres partidos están condenados a entenderse si pretenden desalojar al Partido Popular y a su líder, Mariano Rajoy, del Gobierno. No hay posibilidad de otra aritmética para sumar los apoyos suficientes, salvo la “gran coalición” que propone el Partido Popular para conservar el Poder, que ahora ejerce en funciones, negándose a ser controlado por el Parlamento.
PSOE y Ciudadanos acuden a esa reunión con el pacto de gobierno que fue rechazado por el resto de los grupos parlamentarios para investir al candidato socialista como presidente de Gobierno en marzo pasado. Ambos socios persiguen que se sume a ese acuerdo Podemos, aunque Ciudadanos preferiría que fueran los Populares los que indirectamente apoyasen la investidura del líder socialista mediante su abstención. Podemos desconfía de ese pacto porque considera que las medidas económicas que contempla son idénticas a las implementadas por el Partido Popular y que han supuesto recortes, empobrecimiento generalizado de las clases medias y trabajadoras y disminución de las prestaciones sociales. Y Ciudadanos, y en menor medida el PSOE, no se fían de los compromisos adquiridos por Podemos para convocar referendos que materialicen el “derecho a decidir” en aquellas comunidades que lo exijan con especial intensidad. Ambos partidos, PSOE y Ciudadanos, no admiten ese supuesto derecho de autodeterminación que el referéndum ofrece a las aspiraciones de independencia de algunos territorios, como Cataluña, País Vasco o Galicia. Las desconfianzas y los recelos, por tanto, son enormes entre quienes entablan mañana negociaciones para alcanzar algún acuerdo de gobernabilidad y anteponen estos asuntos como grandes “líneas rojas” que ninguno de ellos tolerará sean rebasadas bajo ningún concepto. Al menos, en principio, antes de sentarse en la mesa.
Con todo, la mayor dificultad para llegar a algún pacto entre formaciones que vigilan con celo la repercusión que ello pueda tener en sus posibilidades electorales es, realmente, esa actitud táctica con la que miden los “pro” y los “contra” de cualquier acuerdo en función de sus intereses partidistas en vez de los que convienen al país. Ello es lo que ha impedido hasta ahora entenderse. En esta ocasión, en cambio, los tres partidos que tantean con mayor predisposición un posible acuerdo acuden a la negociación con la presión del calendario, que aboca a nuevas elecciones si no rubrican un pacto de legislatura o un gobierno de coalición. El temor a repetir las elecciones procede de los sondeos que vaticinan el castigo de los votantes a quienes juzguen culpables de no ponerse de acuerdo para garantizar la gobernabilidad y estabilidad que reclama el país. En tal caso, los concernidos aborrecen tener que explicar qué importantes condiciones partidistas prevalecieron sobre los intereses generales de los españoles, hasta el punto de impedir formar gobierno y convocar nuevas elecciones.
Por ello, y aunque sea casi imposible, parece que esta vez se puede conseguir coronar un acuerdo de mínimos que posibilite que Pedro Sánchez sea investido presidente de Gobierno, con el apoyo de unos y la abstención de otros. A pesar de las diferencias programáticas y las exigencias mutuas, existen varias posibilidades para la constitución del próximo Ejecutivo, que pasan por un Gobierno de coalición PSOE y Podemos, con el apoyo de Ciudadanos desde la oposición, o bien PSOE y Ciudadanos, y Podemos reservándose la llave parlamentaria desde la oposición. Para ello sólo es necesario que Podemos ceda en lo relativo al programa económico de Ciudadanos, ya pactado con el PSOE, y que Ciudadanos ceda al programa social de Podemos, con las limitaciones de gasto establecidas por Bruselas. Todo lo demás se abordaría en negociaciones puntuales en el Congreso a la hora de aprobar iniciativas legislativas del Gobierno oproposiciones de ley y mociones de las Cortes. Si la voluntad de los que se reúnen mañana es formar gobierno y no buscar argumentos para declararse incompatibles unos con otros, disponen de la última oportunidad para lograrlo. De lo contrario, los votos en unas nuevas elecciones reflejarán la frustración del electorado, harto de cambalaches partidistas.