Colin Woodard nos brinda una mirada a la época dorada de la piratería. Época en la que los piratas del Caribe campaban a sus anchas por dichos mares.
Estamos acostumbrados a dos formas de ver a los piratas, por un lado los imaginamos con todo ese halo de romanticismo con el que nos los presenta Hollywood, y por otro lado tenemos la imagen de que eran criminales sin escrúpulos. Pero la realidad, quizá está a medio camino de estas dos visiones.
En esta documenta obra, Woodard nos muestra que aunque los piratas se saltaban la ley y se dedicaban a saquear todo barco con el que pudieran enfrentarse, al mismo tiempo algunos recurrían a la violencia como último recurso. El gobierno en sus barcos era algo sin parangón en aquellos tiempos, algo que ni por asomo se daba en los barcos de las marianas, española, inglesa y francesa.
No todos los piratas eran iguales, por ejemplo, Barbanegra era más partidario de usar la psicología que los cañonazos, claro está que si tenía que hacerlo no le temblaba el pulso. Usaba su imagen para infundir miedo y pánico en los barcos que quería abordar, y era algo que le funciona en muchas ocasiones. Cuando leáis la descripción que hace Woodard del aspecto de Barbanegra comprenderéis por qué generaba miedo, no olvidéis que es pleno siglo XVIII.
Pero tal vez lo que más sorprende es como se organizaban los piratas en sus propias naves. Sorprende porque tomaban las decisiones votando y el voto valía lo mismo ya fueras blanco o negro, hombre o mujer, la única excepción a la regla era cuando se encontraban en combate. Durante las situaciones de combate el capitán era el que ostentaba el mando absoluto sin discusión alguna, en consecuencia, la tripulación obedecía, pero una vez pasado el combate la tripulación podía destituir al capitán mediante votación si estimaban que sus decisiones no habían sido las mejores o las más seguras para la tripulación. El reparto del botín que obtenían los piratas también se decidía por votación, normalmente el capitán se llevaba algo más que el resto, pero era algo acordado por todos, lo que eliminaba las asperezas entre la tripulación.
Otra pregunta que nos podemos hacer es ¿por qué algunos decidían hacerse piratas? Una vez que comparas como se vivía en la marina comercial o militar con la vida pirata no resulta extraño que muchos optaran por unirse a las tripulaciones piratas, de hecho, según nos cuenta Woodard, a veces los piratas obligaban a la tripulación de los barcos abordados a unirse a ellos como piratas, muchos lo hacían de mala gana, pero pronto cambiaban de parecer al observar que formaban parte de la toma de decisiones, que el trato no era tan vejatorio como en la marina y para colmo se hacían con riquezas.
En resumen, Woodard nos ofrece una mirada fresca a la historia de los Piratas del Caribe, en la que a pesar de tratarse de un obra de divulgación en algunos pasajes pareces estar frente una novela, algo que se agradece ya que aligera la lectura haciéndola más entretenida.
Ismael Pérez Fernández.