- Terminas de estudiar -en mi caso. Consigues un trabajo. Tu primer sueldo. Dejas de pedir en casa para aprender que es mucho mejor rascarse el bolsillo propio -al menos así no tienes que rendir cuentas a nadie. Tu Banco te envía la renovación de tu tarjeta de crédito: has entrado en la madurez económica.
- Logras tener tu propia casa. Te esclavizas al Banco de turno por el módico precio de un tercio de tu vida, o a tu casero. Ya puedes poner las cucharas y los vasos donde quieras, y recoger -o no- las migas del mantel, allá tú, sin temor a que alguien te recrimine tu ignorancia doméstica en lo que a ubicación de enseres se refiere.
- Han pasado unos meses desde que pones el pie en tu actual casa. Recibes la visita -sorpresa- de tu padre, que echa un vistazo al agujerillo en el que vives -tu suegro, seguramente, abrió la nevera sin más-, y te espeta: "¿Ya sabes dónde están las cosas en tu cocina?". Hombre...
- Transcurre tu vida con calma y más o menos sosiego. De vez en cuando necesitas hacer algún recado o compra gorda para casa; no importa, porque existe internet y se puede hacer ya de todo sin salir del hogar. Pero... Niña Pequeña hierve de fiebre de madrugada -por ejemplo-, o al día siguiente truena y el diluvio cae de nuevo sobre la Tierra, o la farmacia está urgentemente de guardia a una hora de camino de tu casa. Es decir: no has logrado tu independencia porque ahora, de pronto, uno y uno suman dos y necesitas ese coche que no se te ha ocurrido nunca tener. Un amigo, un vecino, el padrino o alguien de tu familia -incluso aquel que logró renovarse el carnet de conducir sin que le hicieran las pruebas físicas mínimas- te cede su tiempo y te lleva y te trae, en plan Mrs. Daisy.
Revista Diario
¿Cuándo se consigue la verdadera independencia?