Los pueblos se creen lo que les dice la propaganda del Estado. Ayer, que vivían la democracia orgánica de la dictadura y hoy, que viven la genuina experiencia de la democracia. Lo que no dicen es que se trata de la democracia de las oligarquías de partidos, pues suena mal y para qué molestar al electorado. Sin embargo se desconoce que es una república y en concreto la propuesta de república que nosotros hacemos: La República Constitucional.
Y es que, la verdad, no resulta nada fácil sacar a los pueblos de sus errores políticos, sobre todo cuando son los mismos errores que los cometidos en los demás países de su entorno cultural. Hay que reconocer que los pueblos se creen sólo aquello que satisface más a su conveniencia inmediata y a su tranquilidad, sin interesarles lo más mínimo los asuntos comunes. Son unos comodones, pero eso tiene un precio, como todo: la servidumbre. Son poco los que están atentos a los constantes y nefastos actos que realiza la Partitocracia. Y esos pocos tienen una cosa muy clara: no participan en ella. El personal vota porque no ve alternativa al sistema de partidos, y prefieren la corrupción a lo desconocido.
Hablemos de República: Con el término República se hace referencia a la forma de Estado, y no tiene por qué identificarse con la Democracia, que solo atañe a la forma de Gobierno. ( forma de Gobierno: fascista, democrático; forma de estado: monarquía, república, etc.). Si ahora observamos a los partidos políticos, vemos que en su organización interna, están sujetos a una ley de hierro oligárquica que les impide ser democráticos por mucho que consigan engañarnos o que la Constitución del 78 así lo establezca; y no por nada, sino por su propia naturaleza jerárquica que, al igual que el ejército, la policía y los cuerpos de la administración pública, tampoco pueden ser democráticos. Y esto, amigos, solo puedo suceder en los Estados totalitarios.
La República Constitucional que proponemos establece la democracia en el nombramiento y ejercicio de los poderes del Estado, es decir, a aquellos que sean elegidos mandatarios para representar a sus electores en el Parlamento, más que nada porque no se votan partidos políticos, sino personas con nombre y apellido que se obligan mediante contrato de mandato.
Una curiosidad: La distinción entre Régimen y Sistema. Esta distinción nos puede ayudar a encontrar una explicación de por qué obedecemos a quienes tememos o despreciamos cuando solo disponen del poder que les damos. Pues bien, la respuesta es de orden mítico. Estamos regimentados. El regimiento es el modo de gobernar de los reyes, de cuya etimología deriva la palabra Régimen. Las dictaduras totalitarias ordenan las sociedades como regimientos militares. Las Monarquías, como regimientos civiles. Cuando los monarcas se pliegan a la voluntad de los generales civiles(los partidos políticos), la libertad de los gobernados se reduce a la facultad de servir en el regimiento de su elección. Esa es la estructura de la Monarquía en el Estado de Partidos. Y su función, es la de enriquecer por turnos a cada regimiento. ¿Curioso verdad?
La confusión entre Régimen y Sistema político proviene del hecho de que hay dos clases de sistema, el cerrado y el abierto, según la importancia que tenga la sociedad civil en la configuración y funcionamiento del Estado. Y Los sistemas políticos cerrados se convierten, aunque no lo deseen, en regímenes. El sistema que tenemos ahora es un sistema re-cons-ti-tu-i-do, en el que no hubo libertad constituyente; dónde la descomposición de un Régimen dio lugar a la recomposición de otro con varios elementos monocráticos. La peculiaridad de esta Monarquía en el Estado de partido consiste en que, por su origen, estructura y función, se convierte en otro Régimen político. El Régimen de esta Monarquía de Partidos, mediante el conceso, impide la libertad de pensar. Y mediante la subordinación de los medios de comunicación a los regimientos partidistas , la libertad de criticarlo.
La teoría de la República que proponemos se basa en la voluntad de creer en ella, y elegirla como modo de vida social más probable de verdad, frente al modo monárquico, más probable de engaño.
Supongo que os habéis dado cuenta de que toda fidelidad a la monarquía es un permanente amor sin correspondencia. Además deciros, por si tampoco os habéis dado cuenta, que cabe la posibilidad de poder ser monárquico aunque los reyes no lo sean. Si Juan Carlos lo hubiera sido, no habría aceptado ser nombrado por un dictador, ni traicionado a su padre. Este es uno de los motivos de que hoy lo español y lo verdadero se encuentran juntos en el destierro.
Y en este oscuro ostracismo, una nueva idea de República aparece en el horizonte, teniendo a la lealtad como bandera. No dejaría de ser un hecho insólito: ¡España, verdad y democracia bajo un mismo estandarte!.
Pero claro, como siempre ocurre en este puñetero país, no sé por qué, tropezamos con un gravísimo inconveniente, con una barrera no fácil de superar: con el materialismo de la monarquía que, sin principios éticos, basada en el consenso, con partidos estatalizados, medios de comunicación bajo licencia, instituciones financieras volátiles, empresas privatizadas , autonomías faraónicas y municipios inmobiliarios, ha creado una cultura mercantilizada y prebendaria, donde el espíritu equivale a vacio absoluto.
Lealtad republicana: La fidelidad a una persona fundamenta todo lazo monárquico; la lealtad a una causa, fundamenta todo lazo republicano. Por eso la forma de Estado es determinante de los rangos sociales en cuestiones de libertad, igualdad, educación, sanidad, riqueza, ciencia, arte, espectáculo, fama y honores.
La fidelidad y la lealtad crean tipos diferentes de Estado-Organización: El tipo monárquico organizó las funciones estatales, desde el Renacimiento, según los patrones, vigentes, en la milicia, la iglesia y la empresa mercantil. Fidelidad al jefe en un escalafón de jerarquías. Aquí prevalece la eficacia sobre la eficiencia, con desprecio de la calidad y productividad del servicio público. El tipo republicano europeo acentuó, con Napoleón, el criterio monárquico. Un modelo roto en los actuales Estados de Partidos, donde la fidelidad se asegura ocupando con partidarios gubernamentales los puestos de mando burocrático, y la eficacia se logra convirtiendo la corrupción en motor de las administraciones públicas.
Tuvo que ser EEUU, un pueblo sin tradición de jerarquías monárquicas, quien diera valor supremo a la lealtad, como creadora del espíritu republicano en las relaciones del Estado con los ciudadanos, y en la organización de los servicios civiles. La filosofía de la lealtad la creo Josiah Royce, uno de los cuatro grandes en aquella Harvard de los William James, Peirce y Santayana, con una concepción donde la lealtad hace posible la existencia moral y la personalidad individual. Es natural que la lealtad produzca ciudadanos y la fidelidad, súbditos. Sin lealtad no hay posibilidad de existencia moral.
Pero ni la filosofía del idealismo moral de la lealtad, ni la de la autenticidad de la existencia leal (existencialismo), entraron en el problema político que entraña la organización de la lealtad en los funciones del Estado en general, y en el cuerpo de funcionarios públicos en particular.
Nosotros apostamos por la idea de que solo devolviendo a los partidos políticos a su lugar natural, es decir, fuera del Estado, será posible dar garantías institucionales a la lealtad, como rectora no solo del funcionamiento exterior de la Administración, sino también de la vida interna de los cuerpos de funcionarios no judiciales. Los casos de deslealtad serían excepcionales.
El modo de ser republicano: Si la forma de un vaso no tiene nada que ver con la sustancia líquida que contenga, en cambio la forma de Estado es inherente a su contenido. Las formas monárquicas o republicanas, por representar concepciones opuestas del poder y del mundo, no solo se traducen en la organización y funciones del Estado, sino que determinan, en las personas sujetas a su jurisdicción, opuestos o contradictorios modos de ser y de estar en sus vidas. Sólo alcanzan autenticidad las vidas personales y colectivas cuyo modo de ser determina su modo de estar.
La indiferencia a la libertad política, producto de la miopía del egotismo, renuncia a gozar de los placeres provenientes de la libertad ajena. La dignidad de la República Constitucional hará innecesario refugiarse en la dignidad estoica de la existencia personal, como obligan las dictaduras y partitocracias a las personas nobles, pero sin capacidad o valor para combatirlas en nombre de la democracia.
A diferencia de la retórica republicana de los partidos legitimadores y estabilizadores de la Monarquía, la esencia republicana de nuestra propuesta es completamente incompatible con cualquier modo de estar en la vida pública, si no es para disolver el modo de estar monárquico, abriendo una fase de libertad constituyente, mediante la acción cultural y política más adecuada, para que el futuro modo de estar en la República venga determinado por el modo de ser republicano. Un modo de ser dinámico porque la República, a diferencia de la Monarquía, es un proceso abierto a la innovación.