Roma, aquel gran país del mundo antiguo, considerada una de las grandes potencias de la historia tuvo sus propias complicaciones, eso está claro y su proceso de madurez política fue tedioso, prolongado y bastante variado, reflejado quizá en el pase de sus tres estados: Monarquía, República e Imperio.
Sin embargo, sería durante la República, especialmente durante sus últimos cien años de existencia cuando las guerras civiles y pugnas por el poder en la península fueron muy intensas. Una de las tantas guerras entre romanos sería aquella librada entre los llamados populares y los optimates.
Hay que aclarar, desde luego, que cosa es cada uno. Los populares estaban constituídos por la aristocracia romana más democrática, que veía con buenos deseos el acabar con el monopolio del poder que ejercían los nobles más conservadores, para esto se daría más poder a las asambleas populares en desmedro del Senado, además, buscaba extender la ciudadanía romana fuera de la península itálica darle más derechos a las clases populares, entre otros.
Respecto a los optimates, por supuesto buscaban todo lo contrario; preferían al Senado como órgano máximo de poder, según ellos sería el que mejor dirigiría el destino de Roma; favorecían a los nobles y se opusieron al ascenso de todo plebeyo que buscase el poder, eran como se aprecia muy conservadores; tampoco quisieron la expansión de la ciudadanía romana ni siquiera masivamente a los nacidos dentro de la península itálica, pues veían peligrar su estatus, es más, ni siquiera estuvieron de acuerdo con que los romanos propiamente dichos recibieron influencia de los griegos y otros; para ganarse al ejército se les dio tierras a los soldados con el fin de afianzar su fidelidad.
Por supuesto hubo muertos, desorden, bandos por doquier, una desorganización que amenazaba, aparentemente la soberanía de la República haciéndola ver más débil frente a los enemigos de las fronteras, pero que, en la mayor ironía, se vio acompañada de varias conquistas en nuevas tierras, el más exitoso de los militares romanos de aquella época era Julio César quien había tenido una gloriosa campaña en las Galias y que a propósito, compartía el poder en el llamado Primer Triunvirato con otros dos militares, estos eran Craso y Pompeyo.
El primero de estos dos últimos, luego de los naturales roces con sus otros dos pares, decidió expandir los dominios de Roma por oriente, y pretendió repetir los sucesos de Julio César en las Galias. La campaña de Craso empezó bien, él y sus soldados se dedicaron a saquear los importantes tesoros de Jerusalén y otras tierras, pero por desgracia, los partos eran los señores de aquellas lares, y Craso no podría tener la misma oportunidad de Alejandro el Magno de señorearlas. Los romanos fueron totalmente apabullados por las flechas partas, a Craso le cortaron la cabeza y su general, Casio tuvo que negociar, a penas y se pudo mantener Siria. La batalla de Carras es una de las grandes desgracias militares de Roma, y así se aprendería a no ir más allá del Éufrates.
Mientras Craso andaba en medio oriente, y César en las Galias, Pompeyo, el tercer gran caudillo había permanecido en Roma donde miraba con recelo los éxitos de César, la muerte de Craso, para su fortuna, fue una buena dosis de tranquilidad, pues anulaba el compromiso que tenía con César, años antes quizá su mejor aliado. Estaban ambos (César y Pompeyo) también unidos en familia, pues Pompeyo se había casado con la hija de Julio César, llamada Julia, la cual también murió súbitamente cancelando los lazos familiares entre ambos, una nueva guerra estaba a la vista.
El camino hacia Farsalia
Los optimates favorecían a Pompeyo, aunque en realidad era que lo preferían a él antes que a Julio César, quién había ya presentado su candidatura para el consulado, algo a lo que el Senado se mostró renuente y le ordenó regresar como ciudadano de su campaña, pero claro está, César no era tonto, licenciar a su ejército hubiese significado su fin. Acabadas las cosas en las Galias, con su ejército fiel y de su lado, César cruzó el Rubicon en el año 49 a.n.e.
Pompeyo buscó apoyo pero nada se pudo hacer frente a la arrolladora popularidad de César, es más, los legionarios se iban pasando unidad tras unidad a sus filas, Pompeyo, optimates y muchos senadores iban quedando solos y terminaron huyendo a Grecia, mientras que en Roma los populares veían en Julio César la figura que necesitaban y representaba sus ideales.
Esto y su generosidad con las tropas enemigas, como los 12 mil de Pompeyo que liberó y ofreció unírseles luego de cercarlos, le permitieron apoderarse de Italia en algo de dos meses. Luego procedió a marchar a España, donde Pompeyo tenía más tropas y se creía se haría perder tiempo a César para poder reforzar las cosas desde Grecia. Pero no fue así y luego de un par de contratiempos que la genialidad del caudillo Julio solucionó, se derrotó a las fuerzas enemigas y se preparó para hacerle frente, es España dejó gobernantes fieles a él.
La batalla de Farsalia
César marchó a la tierra de los griegos para derrotar a su adversario. Tuvieron un importante enfrentamiento, la llamada Batalla de Dirraquium, una victoria para César, aunque pírrica, pues no aprovechó la oportunidad para aniquilar por completo a los pompeyanos, así que el siguiente paso fue dirigirse a Tesalia. Pompeyo, luego de la batalla anterior creyó en la victoria, además su moral estaba muy alta, pues tenía ventaja en número, y sobretodo en caballería, nada más que 7 mil pompeyanos contra mil jinetes de César, sin contar una pequeña cantidad de la escolta personal de este último, pero aún así la diferencia estaba a la luz.
El resto de números se distribuye así: 40 mil pompeyanos frente a 30 mil cesarianos de infantería. Al menos eso es lo que estiman investigadores modernos, ya que al parecer el mismo César exageró los números en sus escritos, pero una cosa sí es innegable, las tropas de éste estaban en desventaja de cualquier modo, sus únicas armas eran la experiencia y fidelidad entre compañeros en el campo de batalla.
En cambio Pompeyo no contaba con tropas experimentadas, lo que es más muchos eran jóvenes reclutados a la fuerza, César al enterarse de esto y de su desventaja en número pidió tranquilidad, él se tenía profunda confianza. Así entonces el 9 de agosto del año 48 a.n.e., los dos ejércitos se encuentran en Farsalia. Pompeyo desde un inicio intentó aprovechar su superioridad numérica, pero César quiso resistir y luego flanquearlo. La resistencia se basaría en colocar 6 cohortes (unidad táctica romana, una legión estaba compuesta por 10 cohortes) en forma diagonal para en una línea de su frente, justo en donde la caballería pompeyana diera el golpe, manteniendo en todo el frente más en reserva.
Como lo había previsto César los primeros en atacar fueron los jinetes, y los cesarianos retroceden sin mucha sorpresa, atrayéndolos hacia una trampa mortal. Pompeyo creyó que los romanos huían aterrados, pero no fue así, sólo les estaban dando confianza. Mientras el flanco derecho romano se hundía formando una especie de “U”, los seis cohortes de reserva salieron al ataque cuando los jinetes pompeyanos creían haber ganado.
A continuación decenas de caballos relincharon, los pompeyanos cayeron y se los cesarianos saltaron sobre ellos causándoles una muerte inmediata, a esto siguió la caballería cesariana, que acabó con muchas más vidas. El primer golpe era para César. Mientras tanto, Pompeyo, veía como el panorama en su flanco izquierdo había cambiado mucho, pocos jinetes y soldados maltratados regresaban siendo perseguidos por los cesarianos en una cruel e irónica escena. Las primeras líneas de Pompeyo que habían quedado intactas se ven presa de la desesperación, pues la masa que venía hacia ellos confunde a las tropas, y detrás de estos venían los cesarianos con un ímpetu insospechado para darles el mazazo contundente que quiebre la moral de los pompeyanos.
Las tropas de César, presas de la desesperación o hartos de guerrear, quién sabe, pelearon espectacularmente y el número superior de Pompeyo pronto se hizo añicos, sus líneas desde la izquierda hacia el centro se iban destruyendo, comprometiendo todo el frente, su caballería estaba casi aniquilada en la primera hora del combate, era el desastre. Pero por si fuera poco había otro problema: el campo era un lugar estrecho y reducido que impedía la dispersión o reagrupamiento.
Para este momento el flanco izquierdo pompeyano, el de su caballería, estaba aniquilado y se alejó del campo de batalla siendo perseguido por los jinetes romanos, mientras que los cohortes en reserva se dedicaron a flanquear por la izquierda al resto del ejército pompeyano, toda la línea del frente se unió en una feroz lucha por ver quién era el vencedor, a Pompeyo de hecho, ya no le quedaban muchas esperanzas y menos cuando se percató que César ya buscaba envolverlo por la izquierda. El ejército de Pompeyo, entró en pánico, reaccionó y peleó con determinación, pero era ya demasiado tarde, se empezó a desmoronar poco a poco. Pero falta el golpe de gracia, la caballería cesariana que se dedicó a la persecución regresó y atacó por la retaguardia a los pompeyanos, destrozando su moral, muy escasa por cierto, y propiciando la desbandada y la deserción. Pompeyo a cuestas consigue huir de allí para refugiarse en Egipto.
De lejos había sido una de las batallas más gloriosas de la antigüedad y de Julio César, donde su genio militar se vio en todo su esplendor. La batalla tuvo saldos ingentes para Pompeyo, entre 6 mil a 15 mil muertos según las fuentes, y casi 20 mil prisioneros, mientras que César sólo contó poco más de 1000 muertos, aunque él mismo exagera pues sólo contó unas 200 bajas…en fin aquellas dos horas de batalla sirvieron para poner fin al triunvirato y consolidó la fama y posición de César en el poder.
No en vano algunos historiadores dicen que la batalla de Farsalia acabó con la República Romana como se le conocía, se abría paso a una nueva era, de batallas que continuarían la Segunda Guerra Civil Romana, pero que perfilaban a este estado a convertirse en un poderoso imperio, con una única figura gobernante, en detrimento del Senado, Julio César como representante de los populares, sin querer, iba preparando el trono que Octavio heredaría más tarde.
Escrito por: Joaquín Toledo, especialista en historia del mundo, historia antigua y con amplia experiencia en investigaciones sobre conflictos bélicos.