Remite el azote gabacho. Al menos, se siguen mofando de la nobleza de nuestro deporte, pero con menor intensidad y frecuencia. Y va a menos. Pasada la ola de guerra mediática pirenaica, desatada por la sanción a Contador, la crispación equivocadamente antifrancesa deja los siguientes posos:
1) Francia no debe ser el foco de nuestra ira: Canal + Francia o Noah no deben ser un termómetro de medición hispanófoba. Si se considera que la mofa y la desacreditación han traspasado los límites legales, se debe actuar legalmente, no bajo un chauvinismo sesentero burdo, innecesario y acomplejado.
2) Francia no sanciona a Contador. El castigo, excesivo o no -ese es otro debate- procede de la UCI y del TAS, ambos organismos independientes y compuestos por miembros de diversas nacionalidades.
3) La envidia francesa: Naturalmente, el receso del deporte francés en algunas disciplinas es un hecho constatable. Hay quien quiere relacionarlo con su mayor implicación antidopaje. Eso requeriría un estudio profundo. Cierto es, también, que les escuece especialmente el potencial español en sus dos pruebas sagradas: el Tour y Roland Garros. No obstante, el hecho de ser objeto de su mal perder, debe ser un motivo de orgullo. Por aquello del: “ladran, luego cabalgamos”.
4) Lo fundamental: Como ha reconocido Wert, España tiene un problema con el dopaje. La escasa dureza de la legalidad vigente, lejos de ahuyentar los recelos para con nuestro deporte, los cobija. No cabe duda de que la lucha anditopaje no ha ido acorde a la evolución de nuestro deporte. Ese debe ser el foco de atención del debate. O, si no, ¿por qué creemos que Madrid se da de bruces en las sucesivas intentonas olímpicas?
Pique con Francia, el justo. El endurecimiento legal español ante el dopaje, el necesario. Y para ya.