Hoy volvemos a la Residencia de Estudiantes. Regresamos con nuestros alumnos, como hemos hecho otros años. Hay algo que me gusta contarles mientras vemos los Pabellones gemelos o el llamado Trasatlántico: todos aquellos lugares tienen significado propio, no son rincones intercambiables. El lugar adquiere la calidad de lo único. POR FRANCISCO GARCÍA JURADO
Nuestros alumnos, por lo general, jamás han estado en la Calle Pinar, donde está la Residencia. Así pues, cada vez que vuelvo por aquellos lugares con un nuevo curso tengo el placer de asistir a aquella “primera mirada”, a veces de asombro, a veces de fascinación, que constituye lo desconocido o lo meramente intuido. Los días de invierno, en el Madrid de la Residencia, hacen de esta un lugar verdaderamente evocador. Les hablo del Jardín de las Adelfas, entre los Pabellones Gemelos, o de la Colina de los Chopos, improvisada acrópolis ligada al poeta Juan Ramón Jiménez. Desde ella, el poeta adivinaba los tranvías en la distancia, y se le antojaba que Madrid era una ciudad moderna, una postal inusitada que reflejaba esas ciudades ordenadas y pulcras con las que soñamos cuando pensamos en Europa. El Banco del Duque de Alba, tan cerca de todo, nos lleva al ensueño del Guadarrama pues, no en vano la Residencia se sitúa al Noroeste de Madrid, apuntando ya hacia la Ciudad Universitaria, desde donde sí se ve la Sierra, y no por casualidad, sino por voluntad propia de un espíritu paisajista que supo reflejar perfectamente el pintor Aureliano Beruete. Ya dentro del salón, en el Pabellón Central, podemos ver el que llamamos el piano de Lorca, único bien mueble salvado del naufragio de la Historia, y no por la modernidad del nuevo mobiliario dejamos de intuir el ambiente amablemente intelectual que constituye aquel espacio luminoso y feliz. Eterna juventud, eterno gozo de saber y de emoción. Sensaciones parecidas a las que tengo en la Residencia me reporta la ciudad de Oxford, que tanto recuerda todavía a un dibujo en tinta china. El racionalismo regionalista de la Residencia se torna allí en gótico construido con la materia de la que están hechos los sueños, pero allí tenemos la misma impresión de que cada lugar tiene un significado propio. La mítica librería Blackwells (donde María José supo hallar el magnífico libro de Highet sobre autores clásicos en su paisaje), el Magdalen, el All Souls…, todo es parecido a una antigua familia que ha logrado sacralizar cada uno de sus actos y conmemoraciones. En este caso, no pesa el hábito de la Historia, sólo nos envuelve, nos confiere el sentido de vivir. FRANCISCO GARCÍA JURADO