La gran paradoja del trabajo del conocimiento es que, por una parte, el valor procede más de «pensar y decidir» que de «hacer» y, por otra parte, que el cerebro expresa una tendencia natural a pensar solo lo imprescindible. Y esto, además de una paradoja, es un problema. La buena noticia es que la ciencia cognitiva nos ofrece información nueva cada día sobre el funcionamiento de nuestro cerebro, lo que nos facilita pistas para poder afrontar esta situación con posibilidades de éxito.
Ahora bien, cualquier estrategia será fallida si no existe una voluntad clara y un compromiso inequívoco de aplicarla. Al fin y al cabo, estamos hablando de actuar contra la tendencia natural del cerebro y eso, lógicamente, supone que existe una fricción, una resistencia. Pensar requiere un esfuerzo y pensar de forma habitual y sostenida requiere de un esfuerzo mucho mayor y mantenido en el tiempo.
Los profesionales de la efectividad sabemos no solo de dónde proceden en general las resistencias, sino que conocemos también las estrategias que pueden ayudar a minimizarlas e incluso a vencerlas. En el caso concreto que nos ocupa, una de las formas más efectivas de reducir la resistencia a pensar es mediante el desarrollo de los automatismos adecuados. Como explicaba en un post anterior, la enorme ventaja que ofrecen los automatismos es que permiten al cerebro ahorrar hasta el 90% de la energía que necesitaría el córtex prefrontal para hacer esa misma actividad de forma consciente.
Sin embargo, aun siendo una gran noticia, los automatismos tampoco son perfectos, ya que su desarrollo requiere de un esfuerzo consciente y sostenido durante un periodo de tiempo significativo. Según los principales expertos en desarrollo de automatismos, uno de los principales factores de éxito probados es la existencia de un propósito, es decir, tener claro «para qué» se quieren desarrollar dichos automatismos, qué se gana con ello y qué se arriesga en caso contrario.
Para un profesional del conocimiento, el coste de no pensar es inmenso, ya que su contribución de valor será una mínima porción de la que podría llegar a ser. No pensar conlleva también un coste asociado en términos de estrés y frustración. La resistencia a pensar a menudo se traduce en que la actividad de las personas acabe siendo regida por automatismos negativos cuya generación de valor es escasa y cuyo impacto emocional suele ser perjudicial. Precisamente por eso es tan importante trabajar el desarrollo de automatismos positivos que neutralicen y sustituyan a los anteriores.
Uno de los automatismos más típicos cuando no se piensa es suponer. Suponer significa inventarse las cosas en lugar de conocerlas, es decir, imaginar la realidad en lugar de averiguarla. Todo el mundo sabe la calidad que puede llegar a tener un proceso de toma de decisiones basado en «suposiciones» en lugar de estar basado en información real. Cuando decides mal, tu eficacia disminuye.
Otro de los automatismos habituales que aparece como alternativa a pensar es la hiperactividad, es decir, hacer algo, lo que sea, con tal de evitar pensar. El problema de este automatismo negativo es que a menudo lo que se hace produce escaso o nulo valor, cuando no es directamente contraproducente. Muchas de las cosas que se hacen a diario en las organizaciones podrían quedar perfectamente sin hacer sin que pasara nada en absoluto. Hacer cosas que no contribuyen a los resultados es ineficacia.
Otro automatismo más es preocuparse. La preocupación es la alternativa inútil a la ocupación. Preocuparse supone dedicar atención y recursos a cosas que podrían no llegar a ocurrir jamás, restándoselos a cosas que podrían ocurrir ya si se hiciera algo al respecto. La preocupación es también una de las fuentes del estrés, que no solo es perjudicial para nuestra salud sino que, además, nos vuelve incompetentes, en la medida que nos limita, haciéndonos rendir muy por debajo de nuestras capacidades reales. Dedicar recursos a cosas que no generan valor es ineficiencia.
Otro automatismo es volver una y otra vez sobre las mismas cosas sin llegar a terminarlas. Lo último y lo más reciente siempre es buena excusa para evitar pensar y para dejar a medias lo que se está haciendo. Tocar una misma cosa con una misma intención una y otra vez también es ineficiencia.
Como decía al principio, la buena noticia es que a día de hoy sabemos qué dispara estos automatismos negativos y cómo podemos cambiarlos. Para ello, lo más importante es entender qué pierdes manteniéndolos y qué ganas sustituyéndolos por los automatismos adecuados. Se trata, en definitiva, de tener claro qué haces, para qué lo haces, qué querrías hacer en su lugar y qué ganarías con el cambio.
Como profesional del conocimiento, cuando vences tu resistencia a pensar, potencias tu efectividad y te permites alcanzar tu máximo potencial. Por el contrario, cuando tiras la toalla, tu resistencia a pensar frena tu efectividad y te conviertes en una versión mediocre de ti.
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