Hasta hace pocas décadas dominó el criterio que pensar correctamente era una destreza limitada a unas pocas personas particularmente “inteligentes”. Esto ha sido un error de nefastas consecuencias. Hace relativamente pocos años la revisión crítica de este “estigma” de la educación de finales del siglo XIX condujo a asumir que saber pensar es una destreza que se podría mejorar practicando cómo hacerlo.
La idea que la habilidad para pensar se desarrolla como un subproducto de atender áreas temáticas específicas como la historia, la física, las matemáticas o la geografía ya no se sostiene por sí misma, Al contrario: al focalizar áreas temáticas específicas obliga a la mayoría de los alumnos a “memorizar” y no “a pensar”.
Es posible enseñar habilidades del pensamiento que tienen relación con ordenar la información, pero se trata sólo de una pequeña parte adentro del amplio rango de destrezas para pensar requeridas para vivir.