En el jeep de Raymond Dronne, capitán francés de la Nueve, figuraban en mayúsculas blancas nombres como Guadalajara, Ebro, Brunete, Teruel o España Cañí.
Al estallar la Guerra Civil en España, Francia, gobernada por Blum, un hombre de izquierdas, se planteó en un principio ayudar a la República, no obstante desiste por temor a Hitler y a quedarse sin su único aliado en caso de un ataque alemán, una Gran Bretaña que en ese momento proponía la política de apaciguamiento. Es decir, ceder sin límites frente a los nazis con la esperanza de evitar la guerra.
Presionado por los ingleses, Blum promueve el Pacto de No Intervención, que prohíbe a los países firmantes, prestar ayuda a ninguno de los dos bandos. La Alemania nazi de Hitler, la Italia de Mussolini y el Portugal de Salazar, sistemas ellos fascistas se saltarán el acuerdo sin reparos desde el primer momento y colaborarán con los franquistas.
Francia, queriendo agradar a Hitler, inicia una campaña de propaganda contra los republicanos españoles retratándolos como peligrosos malhechores. Cobardemente, decide no socorrer a la República para evitar males mayores. Pero la cosa empeorará más aún para la España amenazada, en 1938 las peleas internas del Frente Popular francés dan paso al Gobierno de Édouard Daladier, conservador y más timorato aún que Blum, por lo que llevará la práctica del apaciguamiento con los nazis hasta la sumisión a Alemania y a su gran y reciente aliado: Franco.
Cuando en noviembre, los primeros grupos de republicanos inician su huida hacia el país vecino, en realidad ancianos, mujeres y niños, la respuesta de Francia, que ya apoya abiertamente al bando franquista, no se hace esperar y cierra la frontera a los españoles, a los que tacha de extranjeros indeseables, adoptando una serie de medidas despreciables como el endurecimiento de los requisitos para los matrimonios entre inmigrantes y franceses.
Esta política infame va acompañada de una campaña de propaganda contra los republicanos, estimulando el miedo al comunismo y retratando a nuestros compatriotas como peligrosos malhechores.
Afortunadamente, este mensaje no cala en toda la sociedad francesa, que protagoniza afectuosos actos de solidaridad, muestras que serán perseguidas por las autoridades del país vecino. Camiones repletos de comida recogida por los sindicatos franceses eran volcados por los gendarmes.
En febrero de 1939 Catalunya cae ante el asedio fascista, la derrota de la República es inminente. Más de medio millón de personas cruzan los Pirineos en busca de asilo. Ciento cincuenta mil de ellos son soldados que han combatido en el lado republicano, lo que hace que sean mal acogidos por las autoridades galas, porque ponen en riesgo una paz vergonzosa negociada con Hitler a base de concesiones.
El Gobierno republicano quiso emplear sus reservas de oro en Francia para ayudar a los refugiados españoles, pero las autoridades franceses lo impidieron y se lo entregaron a Franco.
El resultado es una multitud de gente hambrienta, desarrapada, desesperada, atemorizada que comienza a caminar hacia la frontera. Gente del pueblo. Un pueblo hundido.
La miseria pusilánime de Francia se manifestará pronto, los exiliados que no han abandonado la idea de la lucha, serán desarmados. Y al finalizar la guerra, esas mismas armas serán entregadas a los sublevados. Para acabar con una posible amenaza, se separa a los hombres en edad de luchar y se les encierra en campos con alambradas vigilados por militares senegaleses.
Franco invitó a volver a España a los refugiados con la promesa de que respetaría sus vidas si no habían cometido delitos de sangre. Muchos le creyeron y regresaron acabando fusilados o internados en los campos de concentración franquistas.
Los republicanos quedaban así desamparados entre un régimen que los mataba si volvían y un Gobierno francés, que manifestaba públicamente que no los quería y los trataba peor que a criminales.
A pesar de todo esto, los héroes que después formarían parte de la Nueve, aquellos derrotados en la Guerra Civil española que habían entrado en Francia por el Pirineo y habían sido internados como enemigos en infames campos, se unieron a las unidades en formación de la Francia Libre. Su marcha por Francia hacia París como punta de lanza del Ejército norteamericano fue espectacularmente valiente y eficaz, pues luchaban por la libertad.
El 24 de agosto de 1944, a las 21.24, la Nueve desembocó en la plaza del Ayuntamiento de París. Minutos después las campanas de Nôtre Dame comenzaron a sonar y, poco a poco, se les fueron uniendo las restantes campanas de París en un concierto atronador y entusiasmado. Los parisinos, incluidos los cuatro mil españoles de la Resistencia, alzados en armas contra los ocupantes desde días antes, celebraban la liberación.