La secuencia histórica de hechos que siguió a la sorprendente decisión de Hitler de invadir la Unión Soviética cuando todavía estaba lejos de someter a Inglaterra es bien conocida: el comienzo de la campaña, cuando las divisiones panzer y la aviación alemana arrasaron al ejército soviético de la frontera, hicieron temer lo peor: que la blitzkrieg nazi, que había conquistado la mitad de Europa en pocos meses, fuera efectiva también en el inmenso territorio ruso y que Alemania se apoderara de los ricos recursos que atesoraban esas tierras, lo que la haría virtualmente invencible. Los siguientes meses fueron poniendo las cosas en su sitio: aunque la Wehrmacht siguió avanzando a buen ritmo, la resistencia soviética fue acrecentándose a cada paso, lo que iba acercando progresivamente el fantasma de que llegara el temible invierno ruso sin haber terminado la campaña.
En otro orden de cosas, muchos miembros del ejército alemán no debían enfrentarse solo al enemigo, sino también a su propia conciencia, pues las órdenes eran tratar a los rusos como a una raza inferior y privarles de los recursos necesarios para la supervivencia. Además, los soldados capturados recibieron un trato inhumano, privándoseles en muchos casos de alimento, lo cual derivó en la muerte por inanición y enfermedades de cientos de miles de ellos. Todo esto alimentó un profundo odio contra los alemanes, que se manifestó en un creciente movimiento partisano, que hostigaba a la Wehrmacht en sus líneas de suministro. El teniente alemán Ludwig Freiherr von Heyl lo describió muy bien en su diario:
"Lo que estamos librando aquí no es ninguna guerra entre caballeros, sino más bien una campaña brutal. Uno se vuelve insensible por entero: la vida humana cuesta tan poco..., menos que las palas con las que despejamos de nieve las carreteras. El estado al que nos hemos visto reducidos os parecerá increible en Alemania. No matamos a seres humanos, sino a un "enemigo" al que hemos convertido en algo impersonal, un animal a lo sumo. Y ellos hacen lo mismo con nosotros."
Lo cierto es que el comienzo de la operación Tifón, el impulso definitivo para tomar la capital soviética comenzó en octubre de 1941, cuando el tiempo era todavía bueno y la Wehrmacht acababa de rematar una brillante ofensiva en Ucrania que concluyó con la captura de cientos de miles de prisioneros soviéticos (operación que sigue siendo polémica, puesto que retrasó la marcha sobre Moscú en un par de meses que a la postre resultarían decisivos). Al principio todo fue bien, hasta el punto de que el gobierno soviético dio por perdida la capital y a punto estuvo de abandonarla, aunque en un determinado momento, como por milagro, Stalin resolvió quedarse y llamó al general Zhukov, encomendándole la defensa de Moscú y reforzándolo con tropas procedentes del este, acostumbradas a la lucha invernal, una vez que la amenaza de un ataque por parte de Japón había sido descartada por el servicio de inteligencia.
El momento decisivo llegó a principio de diciembre, cuando las vanguardias alemanas al norte de la capital estaban a punto de rozar los barrios periféricos de la capital. Las temperaturas bajaron bruscamente hasta los treinta grados bajo cero e incluso a los cuarenta. Esto anuló toda la capacidad ofensiva de los alemanes y paró los motores de sus vehículos, provocando una contraofensiva de los refuerzos soviéticos que derivó en un pánico general que resultó desastroso para el Grupo de Ejércitos Centro de la Wehrmacht. El fantasma de la retirada de Napoleón en 1812 (que al menos sí que llegó a entrar en Moscú), que rondaba al ejército alemán, se presentó de improviso.
La retirada no se centra tanto en una descripción exhaustiva de las operaciones militares como en el sufrimiento de los soldados que participaron en las mismas. Jones recoge numerosos testimonios de militares alemanes que describen las condiciones imposibles a las que debieron enfrentarse, mientras en Berlín el alto mando insistía, por orden personal de Hitler, en la estrategia suicida de quemarlo todo y resistir sobre el terreno sin ceder un solo metro al enemigo. Para los soldados alemanes, se desató un auténtico infierno de frío extremo y ataques por sorpresa de un enemigo que parecía estar en todas partes. Como contó el enfermero Anton Gründer:
"Vimos cosas espantosas hasta lo indecible. Muchos se presentaban para que les curásemos heridas cubiertas por vendajes de emergencia que les habían hecho más de una semana antes. Uno tenía en la parte superior del brazo un orificio de salida. El miembro estaba negro por completo y el pus le corría por la espalda hasta las botas. Hubo que amputárselo por la articulación. Tres de mis ayudantes tuvieron que ponerse a fumar puros mientras operábamos para mitigar el terrible hedor que desprendía."
De una manera similar, el soldado Willy Reese, escribía:
"Teníamos poco que llevarnos a la boca, y éramos incapaces de caldear nuestro alojamiento. Todo estaba envuelto en el hedor de la congelación, ya que los hombres usaban una y otra vez el mismo vendaje, lleno de costras de pus y carne putrefacta. A algunos les colgaban tiras de piel ennegrecida de los pies, y al cortalas, quedaban expuestos los huesos. Sin embargo, al doliente no le quedaba más remedio que envolvérselos con trapos y arpillera para seguir haciendo guardias y luchando. Todos sufríamos diarrea, y uno de nuestros soldados había quedado tan enflaquecido que se desmayó de camino al médico y murió congelado. Los de más edad acababan aquejados de un reumatismo tal que los hacía gritar de dolor. Sin embargo, no podíamos prescindir de nadie."
Durante semanas el pánico imperó en un ejército alemán que a punto estuvo de correr la misma suerte que el napoleónico. Cuando por fin el Estado Mayor se hizo cargo de la situación de una manera más realista, mandó al frente providencialmente al general Model a mitad de enero de 1942. Este militar, conocido tanto por sus métodos expeditivos como por compartir los peligros con la tropa, supo insuflar nuevo vigor a los soldados alemanes, y organizó una contraofensiva que equilibró la balanza, dejando los frentes fijados hasta la siguiente primavera y el resultado de la operación Tifón prácticamente en tablas: los rusos habían perdido la oportunidad de destruir totalmente a su enemigo por no haber sabido concentrar su ataque en pocos puntos, llevándolo, en un exceso de ambición a todo el frente. Aún así, se habían probado a sí mismos que los alemanes no eran invencibles y que podían ser parados. Los alemanes habían pagado su exceso de confianza, pero a la vez habían conseguido paliar una situación que en muchos momentos se vivió como desesperada. A comienzos de la primavera, con el deshielo, comenzaron a llegar masivamente las prendas de invierno para los combatientes alemanes, que se tomaron aquello como una de las ironías que a veces se dan en la guerra.
Después de este terrible invierno, 1942 iba a ser el año decisivo en el frente del Este y en el resto del teatro de operaciones. Alemania concentró su ofensiva en un solo punto, en el Caucáso, y a punto estuvo de derrotar definitivamente a un coloso ruso que volvió a levantarse con enorme energía con la llegada del invierno, para afianzar cada vez más su superioridad hasta llegar a Berlín en abril del 45. La retirada es un libro para leer en invierno, aunque jamás llegaremos a sentir la misma sensación térmica que los soldados de ambos bandos en aquella terrible estación de 1941.
Revista Cine
La retirada (2009), de michael jones. la primera derrota de hitler.
Publicado el 16 enero 2014 por MiguelmalagaSus últimos artículos
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