De allí, de esas historias que en más de diez años han traído alegrías para unos y tristezas para otros tantos, Liliana Fasciani construye La revancha del silencio. Una novela breve que se puede leer en un poco más de dos horas y que a medida que nos acercamos hacia la mitad del libro y luego a su final, colocamos freno en cada capítulo para seguir degustando de una narrativa propia de quienes escriben desde la pasión y con la consistencia verbal de una verdadera escritora. El tema central de su texto, si bien es cierto insiste en reflejar situaciones bochornosas que aún están latentes en la memoria colectiva de la sociedad, destaca por cómo está contada la historia, cómo la prosa de su autora va más allá del hecho que ha sido tomado en préstamo de una realidad para reconstruir el relato y su ficción, haciéndonos abordar en eso que llama “el esperado autobús de la bonanza” que nunca termina de llegar.
Marcela Grau, la protagonista, es juzgada en una plaza a la vista de todo el mundo. Las cámaras televisivas están en todos los ángulos posibles para llevar segundo a segundo el trascendental juicio. Ella es una mujer de armas tomar y en su propia defensa, comienza la apología en contra del desgobierno que la juzga con argumentos sólidos. Con un tono irónico (no podía ser de otra manera), Marcela desespera en más de una ocasión a su verdugo cuando repite: “En mi país, tu país, nuestro país...” pasan tales y cuales cosas, que se complementan con comentarios como “...los derechos humanos son artículos de lujo pagados precisamente por quienes no tienen derecho a utilizarlos”.
La revancha del silencio es una novela dura por lo que denuncia, pero que logra sublimarse más allá de lo fáctico por el buen manejo de la palabra de Liliana Fasciani, en donde las imágenes construidas dejan muy en claro que nuestro país es “un navajazo de fatídica hermosura... en donde la honorabilidad se vio forzada a cederlesu escaño a la bellaquería”. También, y haciendo honor a la verdad, el otro lado de la moneda, el del disenso y por tanto protagonista por igual de un proceso que afecta a todos sin distinción alguna, refleja a esa “oposición dispersa y farandulera (que) puede causar mucho más daño que un gobierno con visos autocráticos”. El juicio de Marcela por el atentado simbólico se va desarrollando en un tiempo abstracto en donde caben los recuerdos que considera importantes para su defensa, memorias que se van transformando en argumentos explicativos de sus acciones. La revancha, ese aliciente que va más allá del silencio, que solivianta el conformismo dormido, le da voz a la supuesta víctima desde una perspectiva que más de uno seguramente ha imaginado, atormentándose con su propia arenga utópica y anacrónica ideología.