Revista Cultura y Ocio

La revoltosa. teatro quevedo

Por Orlando Tunnermann

LA REVOLTOSA TEATRO QUEVEDO. MADRID
(Divertida, excelentes interpretaciones)LA REVOLTOSA. TEATRO QUEVEDO
Esta es ya la segunda vez que me dejo seducir por el alegre rebullicio de la zarzuela. Supongo que en la primigenia ocasión, “Agua, azucarillos y aguardiente”  Insufló en mi alguna suerte de insulina y ahora ando condenado a sentir una agradable atracción por este tipo de espectáculos tan vernáculos, vástagos de nuestra genética española. “La revoltosa”, como bien indica su nombre, resuena a algarabía, alharaca y un cierto desmadre de pura zapatiesta (alboroto). El elenco sobre el escenario, como ya acaeciese en la previa ocasión mentada, es en realidad el motor que despliega todo el potencial de esta afamada zarzuela, representada por primera vez en el teatro Apolo de Madrid en el año 1897.
LA REVOLTOSA. TEATRO QUEVEDO
 Los actores, cantantes, humoristas, intérpretes de una España profunda marcada por atavismos decadentes, están soberbios en sus roles y como digo son el alimento copioso que por sí mismo es suficiente para mantener a flote y llevar a buen puerto el género de la zarzuela. El argumento de “La Revoltosa” es en sí mismo una paridad equitativa de simpleza y cuitas ancestrales: la disputa por el amor de una mujer. Eso sí, una mujer de bandera, una mujer de figura voluptuosa y sicalipsis (erotismo) palpitante en cada uno de sus  gráciles movimientos estudiados; toda una suerte de poses y mohines de coquetería que derretirían a las mismísimas estatuas de piedra del Parque del Retiro de Madrid. Ellos, los que cortejan, dibujan el consabido patrón de patetismo masculino que se arrastra y pierde la dignidad por una mirada de la diosa admirada. Lascivos vulgares y casi bochornosos que van dejando un rastro de babas tras la inalcanzable Mari Pepa (Marta Pineda). Felipe (Óscar Cabañas) está perfecto como digno retrato del enamorado celoso de ego rasgado por el recelo y la ligereza con que la “casquivana” vende imposturas de ilusiones de amoríos al mejor postor.
Destaca como un diamante en bruto que aún no hubiese alcanzado todo su potencial de fulgor la sublime Marta Pineda. Una voz privilegiada de soprano que menoscaba sin remordimientos la leyenda de “La Revoltosa”, como si su sagrado legado fuera algo intrascendente y fútil frente a una voz que podría acallar todas las voces del orbe de pura fascinación. El humor está servido en bandeja de plata de la mano de los acólitos de Mari Pepa, una caterva de lacayos rendidos a los pies de la odalisca y reina de sus corazones, mientras las esposas, entre divertidas y ofendidas, preparan una emboscada para los “libertinos” badulaques (botarates).LA REVOLTOSA. TEATRO QUEVEDOLa función resulta grata y entretiene al espectador con una historia anodina y vieja como el mundo que un acertado elenco de actores cincela y bruñe para engalanar con sus más bellos atavíos. No concibo ya la zarzuela sin el donaire de Candelas (Rafa Casete) o la frescura de Atenedoro (Alejandro Rull). Gorgonia y Soledad (Irene Martín y Marisol Herrero respectivamente) están soberanas y mayúsculas sobre un escenario que dominan y conocen. Todos aportan su granito de arena para que el espectador se acerque a la zarzuela con la fruición y prurito (deseo grande) de repetir tal experiencia.
ORLANDO TÜNNERMANN 

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