Cuando se ve en las escuelas catalanas cómo adoctrinan niños en el independentismo con banderas, pegatinas, desfiles, cantos del sanguinario Els Segadors, y cómo les exigen que denuncien a los poco separatistas, incluidos sus padres, debe recordarse que hacían igual las juventudes hitlerianas, las soviéticas de los komsomol y las chinas de la Liga Comunista que fabricó a los Guardias Rojos.
Siendo corresponsal en Pekin el cronista tenía como intérprete a Chen Chiming, bueno, honrado y trabajador, que había agitado el Libro Rojo de Mao que fanatizó a jóvenes y niños, y que en la Revolución Cultural 1966-1976 provocó la muerte cuarenta millones de personas, sabemos ahora, por hambre o represalias.
Tardó tres años en sincerarse y, llorando, contó un día que él había participado en los actos menos brutales, que consistían en denunciar a los poco maoístas, incluidos los padres, para arrastrarlos cubiertos con capirotes entre las masas que les golpeaban inmisericordes obligándoles a recitar citas de Mao.
Los más crueles y sádicos eran los más pequeños. Tomaban como un juego lograr los mayores gritos de dolor, y cuando las víctimas se desmayaban les pegaban más fuerte para que despertaran, aunque muchos infelices solían morirse.
Se dirá que no tiene nada que ver aquella China con esta Cataluña, pero cuando alguien despierta los instintos crueles de los niños, cuando se les prepara para que denuncien a sus propios padres, compañeros o vecinos como malos catalanes, se ignora qué serán capaces de hacer después.
Los supervivientes de los autos de fe chinos eran enviados a campos de reeducación como esclavos para que amaran a Mao por encima de todas las cosas.
¿Cómo podrá desactivarse el fanatismo y el odio a los españoles inculcado en los niños y jóvenes de la Guardia Estelada después de esta Revolución Cultural catalana?
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SALAS