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Nunca existió la Revolución de las Sonrisas, es un eufemismo cursi a la vez que abyecto que los independentistas catalanes y sus líderes supremacistas han usado incesantemente cada vez que se han referido a sus confesas intenciones de vulnerar la ley y forzar un proceso de secesión que nunca tuvo otra base que la manipulación, la mentira y la necesidad acuciante de salvar de la Justicia a toda la banda de delincuentes que gobernaron Cataluña desde los inicios de su autonomía.
Apelar a la sonrisa para representar lo que en realidad ha sido y sigue siendo un cúmulo de actividades delictivas no ha sido otra cosa que un ejercicio de cinismo que solo ha convencido a siervos de los criminales y a estúpidos incapaces de tener criterio propio.
En realidad, el truco de apelar al corazón y a los buenos sentimientos de las masas para organizar una revolución no es nuevo. No hay más que acudir a la historia para comprobar cómo no pocos dictadores se presentaron primeramente ante sus pueblos como líderes preocupados por el bienestar de sus gentes y prometiendo una prosperidad que luego nunca se dio por ser tan solo una utopía, al tiempo que alentaban a sus partidarios contra un enemigo, muchas veces inventado, al que describían como culpable de todos los males.
Como una copia de esas revoluciones, que jamás solucionaron nada y que generalmente no hicieron más que empeorar la situación ya de por sí mala de esos países, la de “las sonrisas” ocultaba otras intenciones muy distintas a la de poner buena cara para conseguir la independencia catalana. La comunidad autónoma de Cataluña está en lo más alto del ranking de comunidades y regiones corruptas de toda la Unión Europea. Puesto que comparte con Andalucía. -Que no se alegre nadie de otras regiones españolas, porque cada una lleva lo suyo, aunque sea menos- Y con la maraña de corrupción que el independentismo fue tejiendo desde los inicios de Pujol como presidente catalán, a principio de los ochenta, que alcanzaba ya todas las instancias autonómicas y no pocas estatales, bien podríamos decir que, literalmente, la basura apunto estaba de desbordar el contenedor. Desde entonces, la aceleración del movimiento independentista fue, más que progresiva, exponencial. Había que sacar a Cataluña de España para que sus delincuentes gobernantes no cayeran a manos de la justicia. ¿Cómo movilizar a las masas a partir de ese momento? Mediante dos métodos de actuación principales. El encabronamiento, con aquello de España nos roba” y toda la parafernalia necesaria para convertir definitivamente a España en terrible y desalmada enemiga. Y la sonrisa. La buena cara. El presentar al proceso independentista como un movimiento impulsado por personas angelicales, ingenuas, adorables, inocentes… y perseguidas por el malvado españolismo que solo buscaba encarcelarlas.
Ahora pregunten a los catalanes y a los inmigrantes que no se han plegado al independentismo qué significa para ellos la “revolución de las sonrisas”, y les describirán pormenorizadamente cómo se sienten cuando se les ha dado de lado por no significarse como abiertamente independentistas, incluso desde las instituciones que deberían servirles; cuando como empresarios han sido acosados por funcionarios y sindicalistas al servicio del independentismo; cuando como padres han vivido a diario cómo se manipula a sus hijos y hasta se les persigue por no hablar catalán como lengua prioritaria; cuando el independentismo imperante en todos los sectores sociales ha fomentado la división de familias y la fractura social generalizada; cuando han necesitado los servicios sanitarios más esenciales y han encontrado escandalosas carencias porque el independentismo, durante décadas, ha depredado los recursos públicos de una manera brutal e impune…
La revolución de las sonrisas no ha sido nada más que máscara de delincuentes. Y una absoluta farsa. Cualquier tarado podrá pensar lo contrario, pero los hechos le devolverán una y otra vez a la realidad que se niega a reconocer.
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