Revista Educación

La revolución de los hombres tranquilos

Por Siempreenmedio @Siempreblog
La revolución de los hombres tranquilos

El mundo debería estar lleno de hombres tranquilos, de gente de hablar pausado y mirada serena. De personas sensatas que sepan gestionar sus palabras y sus silencios, de seres que elevan la discreción al rango de la virtud.

No obstante, no son buenos tiempos para la mesura (en realidad nunca no lo han sido). Basta con encender la tele o mirar a nuestro alrededor para corroborar que la arenga o el discurso febril gana siempre la partida a la plácida conversación o la agradable plática del café de media tarde, que la directriz se impone al diálogo y el arrebato al argumento.

Yo, que he tenido la suerte de conocer a alguno de esos hombres cabales que antes de hablar se instruyen y escuchan y que, a pesar de opinar distinto, nunca interrumpen cuando el otro expone su punto de vista, estoy convencido de que la razón no es una medalla que consigue el que grita más fuerte sino que es como un animal indómito que, sin embargo, se arrima dócilmente al que menos hace por poseerlo.

Por eso, cada vez me cansan más la intransigencia, las proclamas incendiarias, las críticas sin fundamentar, los manifiestos prêt-à-porter, las controversias impostadas, los argumentarios de copia y pega, la pompa y el artificio para esconder la mediocridad y la mentira...

Por eso, cada vez me hastían más los individuos que creen tener contrato de exclusividad con la verdad absoluta, los dirigentes de la pugna constante, los paladines de la beligerancia, los adalides de la confrontación, los falsos mesías, los gurús de la revancha, los eternos promotores de la disputa...

Por eso, cada vez me enerva más el fanatismo de los acólitos, el borreguismo de los secuaces, la complacencia de los adeptos, la connivencia de los subordinados, la falta de criterio propio de los correligionarios...

Por eso, desconfío de la efectividad de las revoluciones que se sustentan en la descalificación gratuita y en el altercado y apelo a una revolución comandada por hombres tranquilos, reacios al alboroto, y que sus fundamentos se basen en palabras escasas, pero certeras, fruto de la reflexión, la sensatez y la prudencia.

Hace apenas una semana que se marchó para siempre uno de esos hombres tranquilos, un hombre comedido, discreto, nada dado al exceso; un hombre sobrio, de aspecto introvertido, pero capaz de procesar con una facilidad pasmosa todo lo que discurría en su entorno y al que, a pesar de lo mucho que sabía, nunca escuché tratar de imponer su criterio ni elevar la voz; un hombre coherente, sosegado y cargado de bondad, que nunca quiso ser un líder, pero al que estoy seguro de que si muchos le hubieran escuchado con la misma atención que él escuchaba a los demás, este mundo sería distinto. Al menos, lo que sí puedo garantizar es que contribuyó a que el mío sea hoy mucho mejor.


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