Este artículo es la Tercera parte de "La Revolución de los humanos". Para leer la primera y la segunda parte, podéis hacerlo aquí y aquí, respectivamente.
Se despertó con una sensación de inquietud. El lugar donde estaba era una pequeña habitación metálica con un catre y una mesa, demasiado pequeña y angosta para su gusto. Se levantó y miró por la pequeña ventana, como si de una celda se tratara, pero para su sorpresa no vio a otros presos como él, sino el mar en su más majestuosa inmensidad. Era de noche y el cielo estaba salpicado por numerosas estrellas, algo que no había visto desde lo que le pareció hacia un siglo. Se sentó de nuevo e intentó recordar que es lo que había pasado después de que aquella mujer lo sacara del hangar, pero no consiguió acordarse de nada. Lo único que pudo rememorar fue un pinchazo en el cuello y nada más. Ahora estaba en un barco, vete tú a saber en qué lugar del mundo. Cuando le vino a la cabeza la idea de que las cosas no se podrían poner más raras, escuchó sonidos de pasos acercándose y la puerta se abrió ante él.