Revista Viajes

La revolución del ladrillo

Por Noeargar
Beijing, China. 23 de agosto 2011La revolución del ladrillo
Seguimos al gentío que se adentra en un masivo edificio de colosales dimensiones, la puerta de entrada a China desde la región administrativa especial de Hong Kong. Una frontera dentro de un mismo estado. “Un país, dos sistemas”. Atrás queda la antigua colonia británica. Una ciudad cosmopolita y activa adornada con elegantes rascacielos de día y millones de luces de noche, donde las calles, tratadas con mimo, se confunden con galerías y centros comerciales y la gente hace cola para entrar a las tiendas de lujo.Cumplimentados los trámites proseguimos nuestro viaje. Las mismas luces y los edificios creciendo hasta el infinito nos reciben al otro lado, pero aquí todo parece nuevo; grandes avenidas con amplias aceras jalonadas por arboles recién plantados, pasos elevados, puentes, jardines, inmensos centros comerciales, modernas instalaciones deportivas y una inmensidad de grúas. Un país por estrenar.Avanzamos siempre en dirección Norte atravesando ciudades que jamás hemos oído su nombre. Ciudades inmensas donde el uso del semáforo es todavía un misterio y los pasos de cebra un adorno. Urbes donde los mapas han quedado obsoletos en apenas dos años. Lugares donde los antiguos núcleos quedan reducidos a un reducto folklórico perdidos entre la jungla de hormigón como si la modernidad les hubiese llegado por sorpresa. Nuestro viaje prosigue siempre siguiendo la costa. Intentamos escapar del sofocante calor huyendo de las ciudades en busca de la milenaria cultura china, pero tan solo encontramos atracciones de feria y cuidados decorados. Trozos de historia perfectamente revisados, empaquetados y listos para consumir.Al fin nos detenemos por unos días en la cosmopolita Shanghai, cuna del Partido Comunista Chino. Una ciudad donde todo es superlativo y el pasado se borra sin miramientos para dejar vía libre al progreso. Una metrópoli con una de las transformaciones más apasionantes de los últimos años donde se tiene la sensación que los emperadores nunca gobernaron sobre estas tierras y episodios como la nefasta Revolución Cultural nunca tuvieron lugar. Una década funesta, que comenzó cuando Mao Tse-Tung, apartado del poder tras el fracaso de sus políticas económicas, y viendo de la directrices tomadas por su sucesor Liu Shaoqi, urdió un plan con el fin de desautorizar a Liu y a cualquier otro dirigente que supuestamente hubiese tomado la senda del capitalismo. Desalojado Liu del poder, que moriría poco después en un sospechoso accidente de avión junto a toda su familia, y de nuevo con Mao como máximo dirigente del partido, una ola de reafirmación ideológica recorrió todo el país, movilizando a miles de jóvenes, la temible guardia roja. Un movimiento de masas que provocó el caos y en el que se cometieron terribles excesos contra cualquiera que expresara un interés intelectual distinto a la exaltación a Mao. El ideario de Mao para la nueva china incluía la ruptura total con el feudalismo y se instó a los jóvenes a destruir todo lo que tuviera relación con el pasado. Durante esta década millones de personas murieron o fueron encarceladas y gran parte del patrimonio artístico Chino, obras de arte, templos y edificios antiguos, desapareció para siempre.Muerto Mao en el 76 y detenidos la “banda de los cuatro” (entre los que figuraba su esposa), como chivos expiatorios de todos los males de la Revolución Cultural y restituida la figura de Liu al mismo tiempo que en un juego de malabares se mantenía intacta la imagen del idolatrado Mao, China se encaminó hacia una nueva e histórica revolución de la mano de Deng Xiao-Ping, que bajo la máxima de “enriquecerse es glorioso” puso el germen de la actual China, convirtiéndola en un monstruo que crece a pasos agigantados. Transformándola en un mundo anodino y globalizado atestado de ciudades estándar y atracciones de feria repletas de hordas de turistas chinos ansiosos por retratarlas. Un país que si no fuera por la ininteligible caligrafía y los rudos modales chinos se confundiría con muchas ciudades occidentales. Una nación que ha cambiado la exaltación a Mao por la adoración al dinero y la temible guardia roja por un ejército de grúas dispuestas a levantar un nuevo país sin mirar atrás.

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