No hay duda de que vivimos un momento complejo. Ya estemos ante una crisis económica, financiera o de civilización, con todas las implicaciones que supone cada una de estas opciones, todo avanza a una velocidad que no nos permite entender ni digerir ni cribar la información que recibimos. Convivimos en lo cotidiano con conceptos hasta hace poco desconocidos para la gran mayoría de la población, como prima de riesgo, sin saber realmente a quién afecta, ni en qué, cada uno de sus vaivenes diarios.
Desde el poder nos venden el discurso de que todos y todas estamos en el mismo barco y perdemos la perspectiva de la lucha de clases que existe necesariamente, dado que hay personas trabajadoras y empresarias cuyos intereses, por definición, no pueden ser comunes.
En este contexto de inmediatez y de sobre-información también olvidamos analizar cuestiones más en profundidad, como la sugerente pregunta que se hacía Viviane Reding, vicepresidenta de la Comisión Europea, sobre si hubiera ocurrido lo mismo si en 2008 hubiera quebrado Lehman Sisters en vez de Lehman Brothers. En estos momentos de turbulencias e información a granel, lo que sí es un hecho es que nos recortan y que esos recortes afectan de manera más directa a las mujeres, pues son las más perjudicadas por el desmantelamiento del Estado de bienestar, ya de por sí precario antes de la crisis. Son propuestas ya experimentadas en América Latina en la década de los 80 con los llamados ajustes estructurales y cuyas repercusiones en la vida de las mujeres está ampliamente documentada.
En cuanto a los recortes económicos, la reducción de fondos en sanidad y educación supone una carga adicional de trabajo no remunerado en ámbitos como el cuidado de personas dependientes que, si no los asume el Estado, recaen mayoritariamente en las mujeres debido a la estructura patriarcal sobre la que se asienta el sistema. Cuando desde el plano teórico la economía feminista ha desarrollado un discurso compacto y coherente sobre la economía del cuidado, que supone poner a las personas y no al dinero en el centro del sistema, en el terreno práctico nos encontramos con un desmantelamiento absoluto del poco camino recorrido en este sentido.
A los recortes económicos, que nos imponen desde la inevitabilidad, hay que añadir los recortes de derechos, que se aplican aprovechando la coyuntura y que afectan a la vida y a los cuerpos de las mujeres. Ante estos recortes no se está produciendo (o quizás visibilizando) una movilización social con la misma contundencia que ante el recorte de derechos económicos, con respecto a los que la sociedad en su conjunto parece ir saliendo de su letargo para pasar a la acción organizada. En este sentido, la sociedad parece ir reaccionando, pese al colapso de información y pese a la confusión premeditada de la que el poder se sirve para avanzar en el desmantelamiento de derechos económicos, sociales y políticos.
Pese a que los movimientos sociales y sindicales se movilizaron ante los recortes de una forma rápida, en la ciudadanía en general, en un primer momento, parecía predominar el miedo paralizante, que conducía al silencio o la resignación para mantener o recuperar derechos tan básicos como el trabajo o la vivienda, que han pasado a ser asumidos como privilegios porque así nos los han querido vender.
Posteriormente, la sociedad parece haber avanzado desde el miedo hasta la indignación, que ha despertado conciencias, ha generado movilización y ha visibilizado el descontento social. La movilización, la protesta y la rebelión han surgido, y se sostienen, en ámbitos profesionales (personal sanitario, todo el ámbito educativo, personas afectadas por los desahucios….) o generacionales (movilizaciones de estudiantes y de pensionistas); a través de nuevos agentes (como el 15-M o el 25-S) o de agentes tradicionales (como las como centrales sindicales); y con nuevos o viejos procedimientos, como las redes sociales o las huelgas generales.
Tras haber pasado de la fase del miedo a la fase de la indignación y la movilización, la siguiente fase tendría que ser la suma o alianza entre indignaciones para la transformación, para el empoderamiento de la sociedad civil organizada, o al menos aliada, para hacer frente al sistema y transformarlo. Y este tren no lo podemos perder las mujeres organizadas.
Las mujeres organizadas, fundamentalmente desde el feminismo, siempre hemos salido a la calle en nuestras fechas significativas y ante los recortes de nuestros derechos. Sin emberago, resulta fundamental, además de mantener nuestra lucha específica, ser capaces de transversalizar el feminismo en la lucha contra el sistema, puesto que si el nuevo paradigma no hace una apuesta específica por desterrar el patriarcado, será patriarcal. La revolución será feminista o no será.