Marie Curie obtuvo dos premios Nobel, uno de Física en 1903 junto con su marido, Pierre Curie, y otro de Química, en 1911, en solitario. Descubrió y midió la radiactividad, descubrió el polonio y el radio. Una pionera absoluta. Un ser distinto. También fue la primera mujer en ser enterrada por sus propios méritos en el Panteón de Hombres Ilustres (sic) de París.
Montero se entusiasma con el personaje y escribe este libro que trata también del dolor por la muerte de su propio marido y que incluye fotos, microrrelatos y citas de otros libros.
Un libro inclasificable que se lee con agrado, pese a ciertas debilidades como, por ejemplo, las frecuentes declaraciones de feminismo simplón y descontextualizado: “hasta hace apenas un par de décadas, el mayor problema de la mujer occidental consistía en no saber vivir para su propio deseo: siempre vivía para el deseo de los demás, de los padres, de los novios, de los maridos, de los hijos, como si sus aspiraciones personales fueran secundarias, improcedentes y defectuosas”.
Con sus sombras, está claro que Marie Curie es un personaje destacable. Polaca, judía, entusiasta seguidora del positivismo de Comte, se apartaba de la religión y consagraba la ciencia como única vía para conocer la realidad y mejorar el mundo.
El libro incluye al final el breve diario que la propia Curie escribió tras la muerte de su esposo.