Editorial Alianza. 814 páginas.
Primera edición de 1776, esta de 2013.
Traducción y estudio preliminar
de Carlos Rodríguez Braun.
Algunas consideraciones sobre Adam Smith que posiblemente le sorprenderán
(o por qué en el contexto económico actual podríamos llegar a afirmar que La riqueza de las naciones es un libro
de izquierdas).
Tradicionalmente se considera que
el libro de Adam Smith (Kirkcaldy,
Escocia, 1723- Edimburgo, Escocia, 1790) La
riqueza de las naciones, publicado en 1776 (el mismo año del nacimiento
como nación de Estados Unidos) es el origen del pensamiento económico, entendido
como ciencia. Aunque, desde hace algunos años, más de un autor cita como
posible padre de la economía a Richard
Cantillon (c. 1680-1734). El lugar y el año de nacimiento de Cantillon no
se conocen con exactitud, pero podría ser hacia 1680 en Irlanda. Vivió la mayor
parte de su vida en París, donde amasó una fortuna como banquero. Su único
libro –un tratado sobre economía– fue escrito en torno a 1730. Murió en 1734, asesinado
en extrañas circunstancias, y su libro no fue publicado hasta 1755. Fue leído
en Francia e Inglaterra. Pero la publicación de La riqueza de las naciones en 1776 le eclipsó totalmente. Quizás si
no hubiese sido asesinado por un sirviente (supuestamente) al que había
despedido días antes y hubiera podido vivir para defender su libro y sus ideas,
hoy hablaríamos de Cantillon y no de Smith como del verdadero padre de la
economía. Pero el caso es que el que influyó decisivamente en los economistas
posteriores fue Adam Smith. Yo sabía, por haberlo leído en manuales de
economía, que Smith cita a Cantillon en La
riqueza de las naciones y me gustó comprobarlo por mí mismo: en la página
113 de la edición de Alianza se encuentra esta única cita.
En la página 63 de La riqueza de las naciones Smith señala
que va a explicar “de la forma más completa y clara que pueda”, y podríamos
decir que verdaderamente cumple su propósito, ya que para leer La riqueza de las naciones no es
necesario tener ningún conocimiento previo de economía, ya que siempre explica
todos sus enunciados de una forma clara y usando un gran número de ejemplos.
Me ha gustado descubrir que el
modelo de competencia perfecta que yo explico en mis clases de economía, y que aparece
de una forma muy parecida en todos los manuales de economía, se encuentra en La riqueza de las naciones casi tal
cual.
Lo que no hay en La riqueza de las naciones es una sola
gráfica para apoyar la teoría expuesta, lo que suele ser habitual en cualquier
manual de economía. (Nota personal: averiguar en qué momento se introdujo el
uso de gráfica en la ciencia económica. Imagino que puede ser con Alfred Marshall, a finales del siglo
XIX).
La famosa metáfora smithiana
sobre “la mano invisible que dirige el mercado” sólo aparece una vez en el
libro, en la página 554: “Una mano invisible lo conduce a promover un objetivo
que no entraba en sus propósitos. El que sea así no es necesariamente malo para
la sociedad. Al perseguir su propio interés frecuentemente fomentará el de la
sociedad mucho más eficazmente que si de hecho intentara fomentarlo”.
Una de las ideas claves de la
importancia de La riqueza de las naciones
es que hasta entonces, los economistas anteriores a él –los mercantilistas–
defendían que el concepto de “riqueza de la nación” era equivalente a lo que
ahora denominamos “saldo positivo de la balanza comercial”. Es decir, que para
los mercantilistas lo importante era que el gobierno de la nación fomentara las
exportaciones y pusiera trabas a las importaciones. Lo fundamental para ellos
–lo que equiparaban a la riqueza de la nación– era la acumulación de oro y
plata. Lo que viene a decir Smith es que no es tan importante la acumulación de
oro y plata (dinero), sino el nivel de intercambio de bienes que se consigue
con ese oro y plata. En otras palabras, si el país acumula oro y plata lo
normal será que se incremente la inflación y esto, desde luego, no va a hacer
al país más rico. La idea de Smith de la riqueza de las naciones es equiparable
al concepto moderno de PIB, y esto queda mostrado desde la primera frase de la
obra: “El trabajo anual de cada nación es el fondo del que se deriva todo el
suministro de cosas necesarias y convenientes para la vida que la nación
consume anualmente, y que consisten siempre en el producto inmediato de ese
trabajo, o en lo que se compra con dicho producto a otras naciones” (pág. 27).
La producción del país mejora,
nos dice Smith, gracias a la especialización de cada trabajador y a la división
del trabajo.
Por supuesto, Adam Smith además de
ser considerado el padre de la economía como ciencia, también es el fundador de
la corriente económica denominada liberalismo. La lectura de este libro ha roto
alguno de los esquemas mentales que arrastraba desde la universidad, en clases
en las que (lo sé ahora) más de un profesor hablaba de Smith de oídas, sin
haberse acercado a leer de primera mano La
riqueza de las naciones (como también he hecho yo en mis clases de
bachillerato; aunque para explicar los principios básicos de la economía
tampoco me hace falta acudir a las fuentes originales). Así, recuerdo a algún
profesor en la universidad afirmando cosas como que “para Adam Smith el
empresario es un héroe social”. Nada más lejos de la realidad.
Me percato de que la mala prensa
que parece acompañar a Adam Smith (prueba: escribí en facebook una cita suya, y
alguno de mis contactos se apresuró a comentar algo poco amable sobre él) es
debida al uso interesado que de sus ideas han hecho los economistas
neoliberales de la escuela de Chicago –liderados por Milton Friedman– cuando, a mediados de la década de 1970 (tras la
crisis del petróleo de 1974) el modelo de J.
M. Keynes –el referente absoluto durante las décadas anteriores– no
conseguía explicar un particular fenómeno de la crisis de 1974: el incremento
del desempleo junto con el incremento de la inflación. Tras poner en evidencia
esta limitación de las ideas keynesianas, comenzó el reinado de Friedman
(aunque Friedman también acabará teniendo problemas con la inflación: su
explicación de la curva de Phillips en el l/p –que relaciona la inflación con
el empleo– no acaba de ser satisfactoria).
Lo más interesante de mi lectura
de La riqueza de las naciones ha sido
darme cuenta de qué manera Friedman y los neoliberales se apropian de forma,
hasta cierto punto indebida, de las ideas de Adam Smith para validar su propio
sistema (cuando en realidad estaban validando a la oligarquía empresarial
norteamericana, contra cuyo equivalente en el siglo XVIII en Gran Bretaña está
escrito precisamente el libro de Smith).
Para sentar las bases del
pensamiento de Smith debemos apuntar que él era profesor de moral en la
universidad de Glasgow. Y cuando él habla de liberalismo económico de entrada
está planteando la existencia de un Estado que, haciendo un uso correcto de la
justicia, proteja los intereses de los individuos; y desde luego, no está
hablando en ningún caso de que la sociedad deba regirse por la “ley del más
fuerte”.
Al acercarse a La riqueza de las naciones, haciendo una
lectura política, uno puede observar claramente que las simpatías de Smith
están del lado de los trabajadores.
En la Gran Bretaña de clases del
siglo XVIII, Adam Smith apunta lo siguiente sobre las diferencias entre los
hombres: “La diferencia entre dos personas totalmente distintas, como por
ejemplo un filósofo y un vulgar mozo de cuerda, parece surgir no tanto de la
naturaleza como del hábito, la costumbre y la educación. Cuando vinieron al
mundo, y durante los primeros seis u ocho años de vida, es probable que se
parecieran bastante, y ni sus padres ni sus compañeros de juegos fueran capaces
de detectar ninguna diferencia notable. Pero a esta edad, o poco después,
resultan empleados en ocupaciones muy distintas. Es entonces cuando la
diferencia de talentos empieza a ser visible y se amplía gradualmente hasta que
al final la vanidad del filósofo le impide reconocer ni una pequeña semejanza
entre ambos” (pág. 47).
Y el incremento de la riqueza
universal, con un trasfondo de equidad social, parece ser el objeto de sus
ideas: “La gran multiplicación de la producción de todos los diversos oficios,
derivada de la división del trabajo, da lugar, en una sociedad bien gobernada,
a esa riqueza universal que se extiende hasta las clases más bajas del pueblo”
(pág. 41).
Lo más sorprendente son sus palabras cuando habla de los
empresarios; esos mismos que, según mi profesor de la universidad, eran héroes
para Smith. No podía estar más equivocado (mi profesor); esto es lo que opina
Smith de ellos:
“Los patronos, al ser menos,
pueden asociarse con más facilidad; y la ley, además, autoriza o al menos no
prohíbe sus asociaciones, pero sí prohíbe las de los trabajadores. No tenemos
leyes del Parlamento contra las uniones que pretenden rebajar el precio del
trabajo; pero hay muchas contra las uniones que aspiran a subirlo, Además, en
todos estos conflictos los patronos pueden resistir durante mucho más tiempo.
Un terrateniente, un granjero, un industrial o un mercader, aunque no empleen a
un solo obrero, podrían en general vivir un año o dos del capital que ya han
adquirido. Pero sin empleo muchos trabajadores no podrían resistir ni una
semana, unos pocos podrían hacerlo un mes y casi ninguno un año. A largo plazo
el obrero es tan necesario para el patrono como el patrono para el obrero, pero
esta necesidad no es tan así a corto plazo.
Se ha dicho que las asociaciones de patronos son inusuales y las de los obreros
usuales. Pero el que imagine que por ello los patronos no se unen, no sabe nada
de nada. Los patronos están siempre y en todo lugar en una especie de acuerdo,
tácito pero constante y uniforme, para no elevar los salarios sobre la tasa que
existe en cada momento. Violar este concierto es en todo lugar el acto más
impopular, y expone al patrono que lo comete al reproche entre sus vecinos y
sus pares. Es verdad que rara vez oímos hablar de este acuerdo, porque es el
estado de cosas usual, y uno podría decir natural, del que nadie oye hablar
jamás. Los patronos a veces entran en uniones particulares para hundir los
salarios por debajo de esa tasa. Se urden siempre con el máximo silencio y
secreto hasta el momento de su ejecución, y cuando los obreros, como a veces
ocurre, se someten sin resistencia, pasan completamente desapercibidas. Sin
embargo, tales asociaciones son frecuentemente enfrentadas por una combinación
defensiva de los trabajadores; y a veces ellos también, sin ninguna provocación
de esta suerte, se unen por su cuenta para elevar el precio del trabajo. Los
argumentos que esgrimen son a veces el alto precio de los alimentos, y a veces
el gran beneficio que sus patronos obtienen gracias a su esfuerzo. Pero sea que
sus asociaciones resulten ofensivas o defensivas, siempre se habla mucho sobre
ellas. Para precipitar la solución del conflicto siempre organizan grandes
alborotos, y a veces recurren a la violencia y los atropellos más reprobables.
Se trata de personas desesperadas, que actúan con la locura y frenesí propios
de desesperados, que enfrentan la alternativa de morir de hambre o de
aterrorizar a sus patronos para que acepten de inmediato sus condiciones. En
estas ocasiones los patronos son tan estruendosos como ellos, y nunca cesan de
dar voces pidiendo el socorro del magistrado civil y el cumplimiento riguroso
de las leyes que con tanta severidad han sido promulgadas contra los sindicatos
de sirvientes, obreros y jornaleros” (pág. 111).
Por si no queda clara la postura
de Adam Smith, transcribo aquí el final del primer libro de los cinco que
componen La riqueza de las naciones:
“El interés de los empresarios en
cualquier rama concreta del comercio o la industria es siempre en algunos
aspectos diferente del interés común, y a veces su opuesto. El interés de los
empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia. La
extensión del mercado suele coincidir con el interés general, pero el reducir
la competencia siempre va en contra de dicho interés, y sólo puede servir para
que los empresarios, al elevar sus beneficios por encima de los que
naturalmente serían, impongan en provecho propio un impuesto absurdo sobre el
resto de sus compatriotas. Cualquier propuesta de una nueva ley o regulación
comercial que provenga de esta categoría de personas debe siempre ser
considerada con la máxima precaución, y nunca debe ser adoptada sino después de
una investigación prolongada y cuidadosa, desarrollada no sólo con la atención
más escrupulosa sino también con el máximo recelo. Porque provendrá de una
clase de hombres cuyos intereses nunca coinciden exactamente con los de la
sociedad, que tienen generalmente un interés en engañar e incluso oprimir a la
comunidad, y que de hecho la han engañado y oprimido en numerosas oportunidades”
(págs. 343-344).
Así que cuando Adam Smith afirma,
en más de un punto de su libro, que la búsqueda del interés personal de cada
persona beneficia a la sociedad, está hablando de una sociedad regida por un
orden ético y siempre, como profesor universitario de moral, parece intentar
proteger los intereses de los más débiles de la sociedad.
¿Qué es, entonces, lo que
quiere liberalizar del mercado Adam Smith?
Smith carga, como se puede leer
en la cita de más arriba, contra las leyes que favorecen a los patronos en
contra de los trabajadores. Al analizar las sociedades primitivas apunta que
nada le parece más ilógico, por ejemplo, que cada individuo deba seguir la
profesión de su progenitor, ya que si un oficio deja de ser requerido, tal idea
de orden social sería una condena a muerte para las personas que ejercen esa
profesión si no se les permite cambiar a otra más demandada.
Smith ataca, por ejemplo, una ley
británica de la época que obligaba a cada parroquia a hacerse cargo de sus
pobres, y nos muestra las trampas de lo que en principio parece una buena idea:
como las parroquias no querían hacerse cargo de más pobres, no dejaban que se
empadronasen en su municipio nuevas familias; lo que impedía la traslación de
la mano de obra desde los lugares en los que no había trabajo hacia los que sí
lo había. Así que Adam Smith está a favor de la movilidad geográfica de la mano
de obra.
Smith se muestra crítico con la
ley de mayorazgo, que impone que las tierras sean heredadas por el hijo mayor y
no por igual por todos los hermanos. Esto hace que la tierra no se divida en
parcelas más pequeñas y que se siga perpetuando la figura del gran
terrateniente que no trabaja su tierra en persona. Si la tierra se heredase de
forma proporcional por todos los hermanos sería más fácil comprarla y venderla
por pequeños terratenientes que la trabajarían en persona y tendrían incentivos
para sacarle el máximo rendimiento. (¿Adam Smith, un precursor del “la tierra
para quien la trabaja?, ¿no podrán creer esto, verdad?)
Y ya que en la frase anterior
hablaba de incentivos, hablemos de Adam Smith y los incentivos: aunque otros
economistas, señala Smith, piensan que los trabajadores son vagos, él no lo
cree. Para Smith, los trabajadores rinden más (para ellos mismos, y por tanto
en beneficio de la sociedad) si ven una recompensa real a su trabajo. Es decir,
si ganan más dinero al trabajar más. Así que parece que la idea neoliberal, con
la que nos bombardean ahora, de que debemos bajarnos los sueldos para salir de
la crisis no parece una idea muy propia del liberalismo de Adam Smith, el cual,
recordemos, apunta que aunque los patronos no desean las asociaciones de
trabajadores, siempre tienen entre ellos un acuerdo tácito para bajar los
salarios (en España, sin ir más lejos, durante la crisis ha aumentado de forma
alarmante el número de personas por debajo del umbral de la pobreza a la vez
que ha aumentado el porcentaje de millonarios un 13%). En referencia a esta
idea, Smith señala que en las plantaciones esclavistas norteamericanas la
producción no era muy eficiente porque es difícil conseguir de un esclavo
(alguien que no tiene ningún incentivo privado para trabajar) una cantidad de
trabajo superior al coste de su mantenimiento.
En realidad en gran parte de su
obra se dedica a denunciar los desmanes monopolísticos de la compañía de
Indias, la compañía que controlaba el comercio de Gran Bretaña con las
colonias. El liberalismo, como lo entiende Smith, debe actuar contra un
gobierno que beneficia a empresas como la compañía de Indias, que beneficia a
unos pocos magnates cercanos al poder político, e impide la eficiencia del
mercado, y por tanto que la riqueza pueda fluir mejor hacia todos los niveles
de la sociedad.
Adam Smith rechaza el gran gasto
que hace el Estado. Pero esto debemos contextualizarlo en su época. Ya que si
ahora un neoliberal rechaza el gran gasto del Estado, posiblemente esté
criticando las políticas de ayudas sociales a los más necesitados. El gasto del
Estado que critica Adam Smith es el siguiente: “Resulta por ello una grandísima
impertinencia y presunción de reyes y ministros el pretender vigilar la
economía privada de los ciudadanos y restringir sus gastos sea con leyes
suntuarias o prohibiendo la importación de artículos extranjeros de lujo. Ellos
son, siempre y sin ninguna excepción, los máximos dilapidadores de la sociedad.
Que vigilen ellos sus gastos, y dejen confiadamente a los ciudadanos privados
que cuiden de los suyos. Si su propio despilfarro no arruina al Estado, el de
sus súbditos jamás lo hará” (pág. 444).
Las simpatías de Adam Smith
tampoco son para las grandes sociedades anónimas, que empiezan a experimentar un
auge por la misma época que él escribe su libro. Si las personas que aportan el
dinero no son las mismas que las que dirigen la empresa, ésta no estará dirigida
de forma prudente y eficiente (algo que parece repetirse en la crisis de 2008
con los desmanes de los banqueros).
Al principio hablé del modelo de
competencia perfecta que propone Smith y que recogen todos los manuales de
principios básicos de economía. Según este modelo, en un mercado en competencia
perfecta debe haber un gran número de oferentes y de demandantes, debe existir
libertad de entrada y salida para las empresas, los bienes son homogéneos y los
oferentes y los demandantes disponen de toda la información para tomar las
decisiones más adecuadas. Todo esto hace que las empresas no tengan un poder
individual de mercado; es decir, que sean precio-aceptantes.
En el mercado ideal de la
competencia perfecta cada pequeño empresario se esforzará por ahorrar recursos
y ofrecer el mejor producto posible a compradores que podrán comparar y comprar
lo que más les satisfaga. Y éste es el modelo liberal de Smith; por eso ataca
el poder de monopolio de la compañía de Indias o de las grandes sociedades
anónimas. Y su liberalismo carga contra las leyes que promueven desde el Estado
la perpetuación del poder del monopolio, lo que es contrario a la eficiencia
económica.
Por supuesto, Smith sabe que las
fuerzas son desiguales, que los empresarios van a luchar por unirse y no
competir, y van a intentar manipular las leyes a su favor.
Por eso cuando en la década de
1970, los neoliberales –con Milton Friedman a la cabeza–, tras matar a Keynes,
promulgan la no intervención estatal, el “dejar hacer” y toman como bandera el
liberalismo de Adam Smith, lo están haciendo desde una perspectiva cuanto menos
falsaria: en la década de 1970 el poder empresarial en Estados Unidos de los
grandes grupos corporativos dista mucho del modelo de competencia perfecta
propuesto por Smith. Así que el “dejar hacer” promulgado por los neoliberales
es dejar rienda suelta al oligopolio de las grandes empresas desregularizando
el mercado, pero desde la perspectiva contraria a la propuesta por Adam Smith:
éste pide abolir los privilegios de la nobleza y la incipiente burguesía, y
Friedman busca abolir los derechos (casi inexistentes en la época de Smith) que
protegen a los trabajadores (salarios mínimos, por ejemplo) para dejar el
camino despejado de nuevo al poder de asociación de las grandes corporaciones,
que unos años después pusieron en la Casa Blanca al actor decadente Ronald
Reagan –que vivía de hacer anuncios comerciales de electrodomésticos– para
promulgar la desregulación del sistema. Una de las consecuencias de la
desregulación, en el sistema bancario, ha sido (como ya predijo Adam Smith) la
asunción de los directivos de las grandes sociedades anónimas de unos riesgos
excesivos al no estar jugando con su propio dinero, lo que ha desembocado en la
crisis mundial actual.
Así que los políticos o los
economistas neoliberales podrán hablarnos de las bondades de un liberalismo
económico basado en la bajada de sueldos (o falta de incentivos) o en la desregulación
de mercados (o fomento del poder de los monopolios y los oligopolios), lo que,
en realidad, es contrario a lo propuesto por Adam Smith.
Cuando alguien le hable del
neoliberalismo económico, no piense en Adam Smith como sostén ideológico del mismo,
porque el neoliberalismo actual es contrario a su pensamiento.
Si tengo tiempo me gusta ponerles
a mis alumnos de 1º de bachillerato un vídeo titulado No logo, en el que la
combativa periodista Naomi Klein
denuncia el gran poder monopolístico de las marcas en EE.UU. y la explotación
de personas en el sudeste asiático por parte de Nike, o explica cómo en EE.UU.
una empresa como McDonald’s ha convencido a la población de que no hay por qué
ofrecer verdaderos trabajos, sino trabajos propios de estudiantes.
En esta última ocasión, después
de ver el vídeo una tarde de viernes les pregunté a mis alumnos: «¿Lo que dice
esta señora os parece que es de izquierdas o de derechas?». Mis alumnos
contestaron unánimemente que de izquierdas. Luego les pregunté: «Y Adam Smith,
¿es de izquierdas o de derechas?». La respuesta fue de nuevo unánime: «De
derechas».
Lo que les conté a mis alumnos se
lo cuento ahora a ustedes: sepan que lo que denuncia en No Logo la combativa periodista Naomi Klein, al cargar contra el
poder monopolístico de las grandes empresas, es lo mismo que denuncia Adam
Smith en La riqueza de las naciones.
Este es el vídeo de Naomi Klein:
Notas a la edición
- La traducción de Carlos
Rodríguez Braun me ha parecido correcta, y tan sólo me ha extrañado una
expresión: “Estado rudo de la sociedad”. El adjetivo “rudo” se usa más de una
vez en esta traducción. Me gustaba más otra variante, que también utiliza:
“primitivo”. Imagino que en el original inglés se hablará de rude.
- El estilo literario de Adam
Smith es más que correcto. La precisión de sus exposiciones nos muestra a un
gran lector de filosofía.
- El estudio que hace Adam Smith
de los precios relativos entre bienes (sobre todo comparando el precio del
resto de alimentos con el trigo) para descubrir en qué estado de evolución se
encuentra una sociedad me ha parecido muy ingenioso.
- Las partes más aburridas del
libro son: la extensa digresión sobre la evolución del precio de la plata y la
explicación del funcionamiento de los bancos entre Inglaterra y Escocia.
- Como apunta Rodríguez Braun en
su prólogo, La riqueza de las naciones
es un libro que toda persona culta debería tener en su biblioteca.