Revista Opinión

La risa saludable

Publicado el 16 abril 2018 por Carlosgu82

—¿Por qué lloras niña? —le dije un día a una chiquilla que con un enorme desconsuelo se encontraba sentada en los escalones del portal de mi casa.

—Mi madre me ha regañado porque dice que no dejo de reírme en todo el día, —me respondió mostrándome su rostro sucio con dos enormes mofletes carnosos, sostenidos por unos lindísimos labios enrojecidos por el llanto, y mirándome a la cara con dos enormes ojos de un negro intenso y mojados por dos surtidores de lágrimas que no paraban de destilar la intensa amargura de su corazón.

—¿A tu madre no le gusta que te rías? —le pregunté extrañado por la regañina que le habían echado encima de una forma tan absurda e injusta.

—Mi madre dice que los que se ríen tanto como yo no pueden ser personas importantes en la vida.

¡Qué poco valoramos la risa en nuestro mundo! No me extraña, de hecho, porque en el inconsciente colectivo se esconde la idea de que el que se ríe, y mucho, es alguien a quien no se le puede tomar en serio, porque sus maneras delatan un punto de frivolidad que no merecen el respeto de los demás.

Ciertamente, estamos demasiado acostumbrados a ver a personas serias, vestidas de gris marengo, hablando de política y del gobierno por televisión, antes que de la felicidad y de la esperanza de vivir.

A la risa la hemos arrinconado en el desván de la farándula y de los deshechos de la sociedad. Reírse es de superficiales, o de aquellos que no buscan el éxito en la vida. La seriedad, la templanza, la contención, la sobriedad emotiva y el recato son signos utilizados por la gente “importante” que se toma demasiado en serio a sí misma, y a la vida en la que procuran ocupar un puesto de mucha relevancia, o un estatus social de alto reconocimiento.

Si yo hubiera sido esa niña, también estaría llorando. Pero ella, a pesar de que todavía no era capaz de comprender las cosas de los mayores, había elegido mostrarse tal y como su corazón y sus ganas de vivir le estaban exigiendo.

La risa es salud para el alma, y algunos incluso dicen que para el cuerpo. No hace mucho tiempo que me hablaron de una terapia que está teniendo mucho éxito: la risoterapia. En esas sesiones se trata de reírse para volver a encontrar la paz interior, las ganas de vivir, el optimismo por la vida y una inigualable sensación de bienestar.

Habitualmente acuden pacientes sometidos a un gran estrés psicológico, y a mucha presión laboral o personal. Durante el tiempo que duran esas sesiones, utilizando la risa como mediación, se descargan las malas energías acumuladas que van paralizando y esclerotizando una visión positiva y alegre de la vida. Al final, el que más ha logrado reírse de sí mismo y con los demás, puede irse satisfecho a su casa, porque por un instante ha tocado el sentido último de su vida y la felicidad que había perdido.

La risa es un síntoma. Ni es la alegría de vivir, ni la esperanza, ni la felicidad personal, pero como todo síntoma muestra públicamente el estado de salud interior de cada persona. El que se ríe es el que no se toma demasiado en serio, porque sabe que la vida toda es mucho más seria que él mismo. El que se ríe es quien ha aprendido a relativizar las cosas, y sabe distinguir bien entre lo importante y lo esporádico del mundo.

La risa es el síntoma de que se goza de buena salud, y no le importa gritarlo a los cuatro vientos porque tiene el corazón henchido de amor por la vida, pese al dolor y al sufrimiento que nos quiere arrebatar las ganas de hacer de este mundo un lugar mucho más humanizado y hermanado.

—Niña, no llores más y ríete todo lo que quieras porque tú sabes de la vida mucho más que tu madre y que los mayores de ojos tristes y rostro mohíno, —le dije a Sofía que no dudó en besarme, y sin mediar palabra me regaló una enorme sonrisa que dibujó sobre sus labios mientras yo enjugaba sus lágrimas con mi pañuelo blanco que cogió entre sus manos y guardó con complicidad en uno de los bolsillos de su faldita estampada.

Fausto Antonio Ramírez


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